Desde el principio quise hacer humor. Lo demás es/era secundario. Sin embargo, hay gente que opina que el humor puede ser un medio, pero no un fin. Me permito disentir.

Sospecho que hay mucha gente que analizó las cosas. No los he leído. Esto es lo que me parece, que puede tener o no el aval de grandes teóricos del arte o algo. Tampoco me puse a hacer un análisis de mis textos. Puede haber gente dispuesta. Yo me limito a escribirlos. Puedo, sin embargo, hablar de lo que me parece, como autor.

Lo que ocurre con el humor es que no tiene un soporte propio. Es una especie de componente que se pliega a distintas artes. Es como el baño de chocolate. Se puede aplicar sobre distintas comidas de distinta temperatura y forma, pero comerlo solo no es lo más aconsejable.

No existe el humor puro. Tiene que estar sostenido por algún tipo de estructura que le dé consistencia. La que elegí es la literatura. Está muy claro que la elección de la literatura es posterior a la del humor. Cualquier cosa que hiciera iba a intentar ser graciosa.

Entonces, con los años de práctica, me fui dando cuenta de que el humor no sirve para mucho si no se está diciendo algo, o cuestionando algo. No es que necesariamente tenga que ser contrario a la temática a la que se le aplica. Pero algún aspecto hay que modificar, poner en evidencia o en duda.

Otra cosa que aprendí con el tiempo es a no forzar. No insertar chiste tras chiste. Demasiado peso humorístico puede hacer caer la estructura, y queda una cosa vacía, amorfa, que no vale la pena mirar dos veces. Conviene dejar que el humor surja solo de las situaciones, de la lógica. Que la misma lógica de cada texto se preste al humor. Hay chistes que funcionan mejor aislados de otros chistes, y existen aquellos que sólo sirven si forman parte de un enjambre. Sospecho que es la práctica la que permite ir encontrando estructuras que se presten sin forzarse, y/o convertir sin dolor las que no.

Me cuesta escribir la palabra “chiste”. Me parece que un momento humorístico que surge naturalmente es algo así como lo contrario del chiste. Tengo cierta impresión de que es algo externo, un chiste se trasplanta a un texto, y tiene existencia propia, autónoma. Claro que se puede hacer, pero hay que saber hacerlo bien, porque se corre el riesgo de que brille demasiado, y quede fuera de lugar. Y eso es una especie de intento desesperado por ganar el favor del público. Y el público, al menos el que intento que disfrute mis textos, se da cuenta.