No fue hasta que me conecté con la gente de Viajera que descubrí una obviedad: el papel con el que se hacen los libros no es blanco. Es claro, casi blanco, pero tiene un tono amarillento, como el de las partituras de la Belle Époque. Desde ese momento, como es costumbre, cada vez que me topo con un libro hecho con papel blanco, decido que quien lo editó no sabía nada y hago mentalmente un “ja!”.

Con el tiempo, he desarrollado algunas teorías sobre cómo debe estar editado un libro. Desarrollar teorías es uno de mis fuertes, sin que por eso las teorías tengan que ser correctas o tener aplicación. Pero las puedo compartir con ustedes, queridos lectores, para que sepan que hay gente que presta atención a estas cosas.

En primer lugar, las páginas de un libro deben estar numeradas. A menos que sea un libro infantil de ésos con cinco páginas de aglomerado, tiene que haber una forma de identificarlas. Esta forma tiene que ser un número. Está permitido poner números romanos (en minúsculas) en las páginas previas al comienzo oficial del libro, pero en el libro en sí tiene que usar los arábigos. Puede ocurrir que alguna página no los tenga, eso no es grave.

Lo que es necesario es que esos números estén bien puestos. Tienen que estar en la esquina externa de la página, lo suficientemente lejos del borde como para que no se corten al terminar de armar el libro, y lo suficientemente lejos del texto como para diferenciarse. Pueden ir en la esquina inferior o superior. Pero no está bien ponerse a jugar con la ubicación de esa herramienta. Es como correr el norte en la brújula.

Algunos diseñadores eligen jugar. Ponen los números en el medio del pie de página, o en la parte interna. O los escriben en palabras, por ejemplo doscientos cuarenta y ocho, como si fuera un cheque. Puede haber libros en los que algunas de esas innovaciones sean apropiadas. En general, no. Sólo molestan, y hacen notar al diseñador como un promotor de sí mismo antes que del libro que está diseñando.

Después está el encabezado de la página, donde muchas veces va el nombre del autor, o el título. Ahí es bueno que aparezca el nombre del capítulo, o del ítem que figura en esa página, del lado derecho. Del izquierdo puede ir el nombre del autor o el del libro. Hay diferentes criterios que permiten usar cualquiera de ellos. Lo que no está bien es poner en todo el libro el nombre del autor de un lado, y el del libro del otro. No tiene sentido. Se supone que uno sabe qué libro está leyendo. Hacer eso sólo facilita que el libro sea pirateado con fotocopias, y eso no es lo que las editoriales quieren que ocurra.

El texto en sí tiene que estar en un font con serif, a menos que alguna razón muy poderosa lleve a otra cosa. No está bien que esté todo en negrita, ni en versales, ni nada de eso, la idea es facilitarle la lectura al lector. Queremos que lo disfrute, y que no le duelan los ojos. Del mismo modo, hay que dejar respirar al texto, con sangrías, espacios y márgenes adecuados, sin ser excesivos.

Después, el papel. Además de no ser blanco, tiene que tener un grosor razonable. Un libro lleno de fotos puede tener hojas blancas y papel de calidad. Uno que tiene principalmente texto necesita hojas que se puedan enrrollar, aunque no está bien que sean tan finas como para que se pueda leer el texto del otro lado.

A la hora de encuadernar, hay métodos baratos que sólo funcionan si el libro nunca es abierto. Esos pegotes espantosos atentan contra la difusión del libro, que tarde o temprano perderá las páginas pegadas. Es preferible encuadernar con hilos, o con cualquier cosa que permita a) llegar al margen sin forcejear al abrir el libro y b) que las hojas no vuelen con el uso normal.

Listo. Eso es todo. Siga estos consejos, amigo editor, y su libro logrará no irritarme, por lo menos antes de leerlo.