—¿Cuál es el último libro que leíste?
—Gente en su sitio, de Quino.
—No, en serio.
Mucha gente no piensa que leer algo así sea leer. Y, estrictamente, ese libro de Quino tiene muy poco para leer, está compuesto mayormente por dibujos mudos. Sin embargo, eso no lo hace menos respetable que una novela de novecientas páginas.
El valor de un libro no radica en tener o no texto, ni en cuánto texto tiene. Está en otro lado. Mucha gente sabe eso, y sin embargo desprecia a los libros con mucho contenido de dibujo, o que no tienen un formato estándar. Pueden disfrutarlos, y al mismo tiempo piensan que no están leyendo libros.
Pasa lo mismo con los libros de The Onion, que recopilan notas periodísticas satíricas. Para mucha gente, no cuentan como libros de verdad. Pero en lo que a mí respecta tienen un valor literario muy alto, sin nada que envidiarle a nadie.
Incluso, son superiores a muchos libros “de verdad”. Hay gente que prefiere que la vean leer una novela mala antes que Asterix en Bretaña. Allá ellos. Se lo pierden, es su problema. Yo, por mi parte, los incluyo en mi lista imaginaria de lo que leí, y no me da vergüenza.