A los niños les gusta el chocolate. Los padres, sin embargo, quieren que coman menos chocolate y se nutran más. Pero la comida nutritiva no es rica. Ciertamente, no es tan rica como el chocolate.

En este contexto aparece el huevo Kinder. Perverso instrumento de demagogia y corrupción. Se vende mediante diabólicos argumentos, diseñados para ser atractivos para niños y padres.

Se trata de un huevo de chocolate, y con eso ya consiguen que los niños inocentes quieran probarlo. Pero los padres no comprarían seguido una cosa así. Por eso el Kinder deja tranquilos a los progenitores, que son los que pagan o no, al hacer que la parte de adentro del huevo sea blanca. Así, puede venderse como de contenido lácteo, y de esta manera los padres pueden hacerse la idea de que hace bien a sus hijos. El chico va a pensar que es chocolate y va a comer la leche incluida en este huevo, piensan los padres.

Los niños, sin embargo, no son tan fáciles de engañar. Un mordisco deja ver las paredes interiores claras. Entonces los perversos fabricantes decidieron que la cosa no se termina ahí. Cada huevo incluye una sorpresa. Un pequeño juguete, encerrado en una especie de llema amarilla, que no se puede saber exactamente cuál es hasta abrir el huevo. Así, los niños tienen un estímulo extra para comerse ese chocolate que no los engaña: la idea de que les quedará algo más que el envase cuando el huevo se termine. Podrán jugar con la sorpresa prometida.

Los padres, entonces, logran la ilusión de nutrir bien a sus hijos mediante la promesa de un soborno, para que el niño ignore lo que sabe perfectamente: que ese chocolate no sirve para nada. Después los niños crecen, y saben desde tempranas edades que la corrupción es algo natural, no sólo practicado por ellos mismos sino estimulado por sus propios padres. Entonces van y compran huevos Kinder para sus propios hijos, perpetuando el problema. Después se quejan de que el mundo ande como anda. No sé adónde vamos a parar.

Diría que es necesario que alguien piense en los niños. Sin embargo, ése es el problema. A ver si los padres piensan un poco menos en los niños, lo suficiente como para no ser engañados por productos que sólo están interesados en parecer nutritivos.