El siguiente es un ejercicio de escritura automática cuya consigna es que el título sea “qué me inspira”. La escritura automática consiste en escribir continuamente, sin parar, a veces con algún límite de tiempo. Acá lo hice sin un tiempo definido, sólo guiado por dónde me parecía que tenía algo más o menos cerrado.
Muchas veces encuentro inspiración en el baño. No sé por qué, pero muchas veces en el baño se me ocurren las ideas que en otro lado tardan en aparecer. Me pasa que no sé que escribir, voy al baño y entonces, sin más que entrar en el cuarto, sé qué escribir. Incluso lo he probado de manera pseudocientífica. He ido sólo para ver si se me ocurría una idea, y se me ocurrió algo totalmente distinto de lo que estaba pensando antes de entrar.
No sé por qué ocurre eso. Tal vez es la soledad, la intimidad, la inmediatez de todo lo relacionado con el baño. No sé. No sólo se me ocurren cosas para escribir, también pienso en lo que tengo que hacer, libros para leer, llamadas telefónicas para hacer, planes a seguir. Ninguno puede ser hecho en el momento, porque estoy en el baño (a veces tengo el celular, pero es medio feo llamar a alguien desde el baño; atender es otra cosa). Ocurre también que me olvido lo que había pensado en el momento que salgo del baño.
Es como un cuartito mágico, una antena parabólica de ideas. Los azulejos tienen una receptividad, o una reflectividad inusual. Por ahí las ideas están rondando siempre, y el baño las amplifica. Sí, eso puede ser, no sé bien por qué, de todos modos. Porque hay muchos cuartos chicos, o momentos de intimidad. Y no siempre se me ocurren ideas.
Otra pregunta es: ¿es el baño, o es ese baño? Porque, si fuera la segunda opción, estoy en problemas. Tarde o temprano, ese baño será ajeno, y no lo voy a tener a mi alcance tan fácilmente. Sin embargo, no creo que sea así. Las ideas no vienen del baño, vienen de mí. Porque, para responder a la pregunta inicial, o mejor dicho para asumir que no la estoy respondiendo, “en el baño” es donde me inspiro más, no lo que me inspira. La causa es otra, y pueden ser muchas, no sé de dónde viene. Si supiera, estaría ahí muy seguido, como si fuera una cantera, del mismo modo que hago con el truco de entrar al baño cuando estoy buscando que surja un géiser de ideas.
Entonces, vamos a suponer que lo que me inspira soy yo. Son las ganas de inspirarme. Me da la impresión de que todo el mundo tiene ideas de las que uso para escribir, por ahí no exactamente las mismas, pero muchas de las mismas puntas. El asunto es que estoy al acecho. Tengo las antenas encendidas (otra vez la metáfora de la antena, ¿qué querrá decir?). Cuando tengo algunos de esos principios de idea, son como piolines de los que tiro, a ver si sale algo. A veces no sale nada, pero a veces el piolín conduce a algún lado, como le ocurrió a Teseo. Es sólo cuestión de seguir el camino, que por suerte se va haciendo más promisorio a medida que se avanza, al contrario de lo que le ocurrió a Teseo.
Para ver los piolines, lo que necesito es tener entrenada la vista. “La vista” es una manera de decir, porque estoy hablando en metáfora. “Hablando” es una manera de decir, porque estoy escribiendo. Lo que quiero decir es que para mí que siempre tuve esa clase de ideas, que siempre tenía los piolines ahí, y no me molestaba en levantarlos. Los piolines, para metaforar la metáfora, son como almejas después de una ola: hay que sacarlas cuando están burbujeando (me dicen, nunca logré sacar una). Y durante muchos años dejé que se enterraran, del mismo modo que pienso que mucha gente deja que se entierren las suyas. Pero estar, están, y la inspiración, en una de ésas, es más darse cuenta de cuáles son las que están, y capturarlas para darles libertad.