Payday loans uk

Hay mucha gente que usa la frase “no me gusta escribir, me gusta haber escrito”. Se refieren, por si no está claro, a que el proceso de la escritura en sí les resulta arduo, frustrante, pero una vez que consiguen algo satisfactorio, el trabajo vale la pena.

Puedo decir que en mi caso eso no es cierto. Me gusta haber escrito, y también me gusta escribir. Disfruto el proceso de descubrimiento de un texto. Ir hilvanando una historia, dejarme llevar por ella, ver las distintas posibilidades y elegir la que más me satisface.

El proceso a veces tiene partes frustantes, porque no siempre las cosas salen como uno había pensado. Ocurre que ideas de éxito seguro fracasan, y viceversa. Pero ahí está la sorpresa, el vértigo. Nunca sé si algo que empiezo va a llegar a ser bueno, y eso otorga un vértigo que me gusta atravesar.

Muchas veces, cuando un cuento viene bien, el camino se disfruta. Los elementos van cerrando, aparecen vertientes nuevas antes no pensadas. Se ve venir una conclusión satisfactoria. Mientras más formado esté el texto, más seguridad hay de que no se va a caer al final. En general tomo una decisión consciente de dejarme llevar por la intuición, aunque no siempre lo que la intuición dicta es lo mejor. Hay que estar atento.

Otra cosa que pasa son los accidentes. Si ocurre algo inesperado, si un error de tipeo otorga una idea nueva, es un momento mágico que se disfruta mucho. Incluso puede pasar que la idea con la que uno empezó se convierta en otra totalmente distinta espontáneamente. Eso es doblemente bueno, porque sale algo nuevo que generalmente me deja conforme, y porque la idea origina queda libre para ser escrita otro día.

El proceso de escritura permite meterse entre las ideas y sacar algo concreto de ellas. Después, cuando se reescribe, hay que revisar si está bien. Eso sí puede ser algo tedioso, aunque puede aparecer la inspiración en la segunda (o tercera, o cuarta) pasada, y de repente la escritura vuelve a tener el placer de la escritura.

Y eso está buenísimo.

El siguiente es un ejercicio de escritura automática cuya consigna es que el título sea “qué me inspira”. La escritura automática consiste en escribir continuamente, sin parar, a veces con algún límite de tiempo. Acá lo hice sin un tiempo definido, sólo guiado por dónde me parecía que tenía algo más o menos cerrado.

Muchas veces encuentro inspiración en el baño. No sé por qué, pero muchas veces en el baño se me ocurren las ideas que en otro lado tardan en aparecer. Me pasa que no sé que escribir, voy al baño y entonces, sin más que entrar en el cuarto, sé qué escribir. Incluso lo he probado de manera pseudocientífica. He ido sólo para ver si se me ocurría una idea, y se me ocurrió algo totalmente distinto de lo que estaba pensando antes de entrar.

No sé por qué ocurre eso. Tal vez es la soledad, la intimidad, la inmediatez de todo lo relacionado con el baño. No sé. No sólo se me ocurren cosas para escribir, también pienso en lo que tengo que hacer, libros para leer, llamadas telefónicas para hacer, planes a seguir. Ninguno puede ser hecho en el momento, porque estoy en el baño (a veces tengo el celular, pero es medio feo llamar a alguien desde el baño; atender es otra cosa). Ocurre también que me olvido lo que había pensado en el momento que salgo del baño.

Es como un cuartito mágico, una antena parabólica de ideas. Los azulejos tienen una receptividad, o una reflectividad inusual. Por ahí las ideas están rondando siempre, y el baño las amplifica. Sí, eso puede ser, no sé bien por qué, de todos modos. Porque hay muchos cuartos chicos, o momentos de intimidad. Y no siempre se me ocurren ideas.

Otra pregunta es: ¿es el baño, o es ese baño? Porque, si fuera la segunda opción, estoy en problemas. Tarde o temprano, ese baño será ajeno, y no lo voy a tener a mi alcance tan fácilmente. Sin embargo, no creo que sea así. Las ideas no vienen del baño, vienen de mí. Porque, para responder a la pregunta inicial, o mejor dicho para asumir que no la estoy respondiendo, “en el baño” es donde me inspiro más, no lo que me inspira. La causa es otra, y pueden ser muchas, no sé de dónde viene. Si supiera, estaría ahí muy seguido, como si fuera una cantera, del mismo modo que hago con el truco de entrar al baño cuando estoy buscando que surja un géiser de ideas.

Entonces, vamos a suponer que lo que me inspira soy yo. Son las ganas de inspirarme. Me da la impresión de que todo el mundo tiene ideas de las que uso para escribir, por ahí no exactamente las mismas, pero muchas de las mismas puntas. El asunto es que estoy al acecho. Tengo las antenas encendidas (otra vez la metáfora de la antena, ¿qué querrá decir?). Cuando tengo algunos de esos principios de idea, son como piolines de los que tiro, a ver si sale algo. A veces no sale nada, pero a veces el piolín conduce a algún lado, como le ocurrió a Teseo. Es sólo cuestión de seguir el camino, que por suerte se va haciendo más promisorio a medida que se avanza, al contrario de lo que le ocurrió a Teseo.

Para ver los piolines, lo que necesito es tener entrenada la vista. “La vista” es una manera de decir, porque estoy hablando en metáfora. “Hablando” es una manera de decir, porque estoy escribiendo. Lo que quiero decir es que para mí que siempre tuve esa clase de ideas, que siempre tenía los piolines ahí, y no me molestaba en levantarlos. Los piolines, para metaforar la metáfora, son como almejas después de una ola: hay que sacarlas cuando están burbujeando (me dicen, nunca logré sacar una). Y durante muchos años dejé que se enterraran, del mismo modo que pienso que mucha gente deja que se entierren las suyas. Pero estar, están, y la inspiración, en una de ésas, es más darse cuenta de cuáles son las que están, y capturarlas para darles libertad.

Hay días de abundancia de ideas, y días de escasez. Las ideas existentes no tienen garantía de ser buenas, pero son más fáciles de escribir que las que no están presentes. Lo siguiente se trata de qué hago cuando no tengo nada a mano.

Lo primero es calmarme. Algo voy a poder conseguir. Siempre ha ocurrido, es bueno tener experiencia al respecto. No sólo sé que siempre logré salir del paso y escribir algo, sino que sé que muchas cosas que escribí en esa situación resultaron buenas, incluso mejores que otras que tenía muchas ganas de escribir en días de ideas abundantes.

Eso no calma necesariamente la ansiedad. Tengo que escribir algo, y aparte tiene que estar más o menos bueno. No vale cualquier estupidez. Empieza un período de dudas. ¿Tendré alguna vez otra idea? Porque que en el pasado haya podido no significa que en el futuro vaya a poder. Pienso que tal vez debería abandonar la regla de escribir todos los días, que está muy bien pero hasta acá llegó. Inmediatamente me contesto que la regla está justamente para esos días en los que no tengo nada. Cuando tengo una idea es mucho más fácil ponerme a escribir.

Entonces busco. Exprimo mis notas, a ver si encuentro alguna idea que me entusiasme y todavía no haya hecho. A veces saco alguna y zafo. Pero muchas veces no. Las únicas ideas sin hacer son las que no sé para qué lado llevar o directamente resultan muy pelotudas. Tengo que generar algo de la nada. Sacar del aire una idea nueva.

No hay un Modatón de ideas. Me sirve cambiar de ambiente. Ir al baño, salir. Ponerme a leer algo. O prender la televisión. O ponerme a pensar, pensar, pensar. Tarde o temprano algo va a llegar, algo voy a escribir en la hoja que ahora está en blanco, y aunque no sea nada, aunque no sea ni el germen de una idea, a través de eso puede ser que llegue a algo interesante.

Cuando no logro enganchar ninguna idea concreta recurro a ese método. Agarro y escribo algo, lo que tengo en la cabeza (siempre y cuando no sea “no sé qué escribir”, porque eso es cualquiera). Veo dónde me lleva eso que escribí, y me dejo llevar. Exploro los conceptos que me pueda sugerir lo poco que llevo escrito, a qué se puede aplicar, a qué me hace acordar.

Y en poco tiempo, cuando me doy cuenta, siguiendo eso tengo un texto escrito. A veces es medio forzado, pero a veces florece y sale algo muy rico, que tiene muchas puntas para explorar. Y ésas son las veces que termino con más satisfacción: cuando logré generar algo a partir de nada.

En la canción titulada Juntapuchos, que se puede escuchar haciendo clic en el link, Leo Maslíah explica una forma de crear a partir de las ideas que no paran de dar vueltas alrededor de todos.

Junto lo que sobra, después que alguien pensó sobre algo que luego tal vez olvidó.
Soy un juntapuchos, me fumo las neuronas que murieron y no pueden pensar.
Junto las ideas que se quedaron calladas por falta de voz, de palabras o por la censura de quien las pensó.

El truco está en saber reconocer las ideas, y recoger las que pueden dar algún fruto. Pueden provenir de cualquier lado. De alguna obra de otro, pero también de lo que alguien dice o sugiere. Incluso de lo que uno mismo hace.

Los gérmenes de ideas están, y el autor tiene que ser un terreno fértil para ellas. Tiene que atraerlas y permitirles desarrollarse. Ahí el autor tiene que poner de sí mismo. No es un mero recopilador. No se trata de parodiar, aunque se puede hacer. Es más que a partir de algo que existe, incluso de un detalle, surge otra cosa.

Esa segunda cosa puede no tener relación, para el lector, con la que lo originó. Puede ser porque se modificó o porque la idea no estaba, y surgió en la cabeza del autor.

También se puede crear con lo que otros no dicen, “se quedaron calladas por falta de voz, de palabras o por la censura de quien las pensó”. Ideas que alguien llevó para un lado pero pueden ir hacia otro. Respuestas a obras existentes que igual forman una obra independiente. Acá encontramos otro texto de Maslíah, titulado “Recetas para componer canciones”. Una de ellas dice (la cita es de memoria, pero creo que es así):

1) Concurra a un recital.
2) Tome nota de todo lo que allí no se dijo.
3) Dígalo.

Es muy válido, porque no tiene mucho sentido estar diciendo lo mismo que dicen los otros. Hay que dar vuelta las ideas, como si fueran manteles que uno agita para sacarles las migas. Hay que cuestionar lo que los otros dicen (y lo que uno dice). Puede haber una verdad escondida en algún lado que no se haya dicho. O una mentira, igual puede valer la pena.

Estas ideas que se desarrollan con el método del juntapuchos no son necesariamente menores, ni inferiores a las que las originaron. Pueden ser mucho mejores, más complejas, más pensadas. Pueden también ser una porquería. Nunca hay certeza. Por eso hay que explorar. Nunca se sabe de dónde puede salir una idea buena. Hay que prestar atención para que las que andan dando vueltas no pasen de largo, y después cuidarlas para que surja algo nuevo. Quién sabe, tal vez valdrá la pena hacerlo surgir.