Hay días de abundancia de ideas, y días de escasez. Las ideas existentes no tienen garantía de ser buenas, pero son más fáciles de escribir que las que no están presentes. Lo siguiente se trata de qué hago cuando no tengo nada a mano.
Lo primero es calmarme. Algo voy a poder conseguir. Siempre ha ocurrido, es bueno tener experiencia al respecto. No sólo sé que siempre logré salir del paso y escribir algo, sino que sé que muchas cosas que escribí en esa situación resultaron buenas, incluso mejores que otras que tenía muchas ganas de escribir en días de ideas abundantes.
Eso no calma necesariamente la ansiedad. Tengo que escribir algo, y aparte tiene que estar más o menos bueno. No vale cualquier estupidez. Empieza un período de dudas. ¿Tendré alguna vez otra idea? Porque que en el pasado haya podido no significa que en el futuro vaya a poder. Pienso que tal vez debería abandonar la regla de escribir todos los días, que está muy bien pero hasta acá llegó. Inmediatamente me contesto que la regla está justamente para esos días en los que no tengo nada. Cuando tengo una idea es mucho más fácil ponerme a escribir.
Entonces busco. Exprimo mis notas, a ver si encuentro alguna idea que me entusiasme y todavía no haya hecho. A veces saco alguna y zafo. Pero muchas veces no. Las únicas ideas sin hacer son las que no sé para qué lado llevar o directamente resultan muy pelotudas. Tengo que generar algo de la nada. Sacar del aire una idea nueva.
No hay un Modatón de ideas. Me sirve cambiar de ambiente. Ir al baño, salir. Ponerme a leer algo. O prender la televisión. O ponerme a pensar, pensar, pensar. Tarde o temprano algo va a llegar, algo voy a escribir en la hoja que ahora está en blanco, y aunque no sea nada, aunque no sea ni el germen de una idea, a través de eso puede ser que llegue a algo interesante.
Cuando no logro enganchar ninguna idea concreta recurro a ese método. Agarro y escribo algo, lo que tengo en la cabeza (siempre y cuando no sea “no sé qué escribir”, porque eso es cualquiera). Veo dónde me lleva eso que escribí, y me dejo llevar. Exploro los conceptos que me pueda sugerir lo poco que llevo escrito, a qué se puede aplicar, a qué me hace acordar.
Y en poco tiempo, cuando me doy cuenta, siguiendo eso tengo un texto escrito. A veces es medio forzado, pero a veces florece y sale algo muy rico, que tiene muchas puntas para explorar. Y ésas son las veces que termino con más satisfacción: cuando logré generar algo a partir de nada.