¡Sí! Ha llegado el momento de reflexionar sobre la era digital. Como es de público conocimiento, pronto el libro desaparecerá, y lo que ahora se lee en papel pasará a bits. Los arqueólogos del futuro deberán tener a mano el software correspondiente.
Pertenezco a la que debe ser la última generación que vivió a pleno el mundo analógico. Cuando crecí, es cierto, ya existían las calculadoras. No conocí un mundo sin ellas, como no conocí uno sin fotocopiadoras, aire acondicionado o autos. Pero sí conocí los discos de vinilo, y durante muchos años los disfruté.
En los ’80 había dos maneras de escuchar música grabada: discos o casetes. Los dos tenían ventajas. El disco permitía elegir canciones sin que hiciera falta estar media hora rebobinando y adivinando en qué parte de la cinta iba a estar. El casete, por su parte, era más portátil y también permitía grabar (a menos que estuviera activada la protección contra escritura, que se arreglaba con un poco de cinta Scotch).
Siempre me gustó más el disco. Me gustaba ubicar la púa de mi Wincofón en la canción que quería, y jugar con las velocidades. Podía ponerlo en 16, 33, 45 y 78 revoluciones por minuto. Si ponía al disco muy despacio, sonaba grave y pastoso. Si lo ponía muy rápido, sonaba agudo. Me acuerdo de un disco simple que tenía una canción en castellano y del otro lado (discos y casetes tenían dos lados) la misma en francés. No hay nada más divertido que escuchar una canción en francés a 78 rpm.
Claro que había desventajas. Los discos no sólo eran grandes, también se rallaban. Había que evitar dejarlos al sol (ese simple en castellano y francés terminó sus días todo doblado por acción de le soleil). Los casetes patinaban, había que limpiar los cabezales, y nunca sonaban demasiado bien. Nunca entendí a la gente que tenían al casete como medio básico para reproducir música. Para mí que no les importaba la música.
Hacia 1992 se produjo la transición al CD. El disco compacto permitía elegir los tracks, y tenía una capacidad mayor que la de los discos. Un álbum entero entraba dentro del lado único, y había discos como el Greatest Hits II de Queen que duraban como 80 minutos. El reproductor venía con una pantallita que permitía saber qué track estaba reproduciéndose, cuánto tiempo iba y algunos otros datos opcionales como cuánto faltaba. También se podía programar el reproductor para escuchar los temas en un orden determinado, o repetir, o escuchar al azar.
Era un mundo nuevo de posibilidades. Pero el CD no se podía reproducir en 78. No se podía jugar con la música. Existía una distancia, no había la intimidad que tenía el disco. Para escuchar un CD, había que ponerlo en un compartimiento cerrado, y dejar que el aparato hiciera lo suyo. El control por software venía con el precio de esa pérdida de familiaridad. El CD, además, no se podía grabar, por lo tanto convivió con los casetes durante un buen tiempo.
Otros formatos seguían siendo analógicos. El video en VHS persistió diez años más que el CD, hasta que fue reemplazado por el DVD. Realmente no se extraña al VHS. El DVD tiene sus problemas, pero el VHS tenía todas las desventajas de un casete. Los video clubs tenían que poner multas para que la gente se tomara la pequeña molestia de rebobinarlos. Era fácil que la cinta se atascara. Pero tenían la posibilidad de grabar la televisión, cosa que todavía no ha sido propiamente reemplazada (los equivalentes del TiVo no son populares por acá).
Otra transición fue la de las fotos. Seguramente es difícil explicar a alguien que nació hace poco que antes las fotos no se podían ver instantáneamente, y en todo caso sacar otra. Había que revelarlas. Para eso había que esperar que se terminara el rollo, que como mucho tenía 36 fotos. Era necesario mandarlo a un laboratorio, donde imprimían las fotos y entregaban los negativos, por si alguna vez alguien quería hacer alguna copia extra.
Quedan pocos medios analógicos. La televisión lentamente va imponiendo la alternativa digital, y en algún momento cesarán las transmisiones tradicionales para ser reemplazadas por las de alta definición. La radio sigue siendo todavía lo mismo que antes, supongo que en algún lado habrá planes para digitalizarlas también. Mientras tanto, millones de radios del mundo se pueden escuchar digitalizadas online, de forma que el rango de transmisión ya es relativo.
Los libros, por ahora, siguen siendo analógicos. Hace poco entré en contacto con el Kindle, que es muy, muy lindo. Tiene una enorme ventaja: poder comprar libros instantáneamente, sin esperar a que llegue, sin problemas de stock y sin importar si se vende o no en el país de uno, ni si al país de uno se le ocurre cerrar las importaciones. Se acaban los libros agotados con el Kindle (a menos que las editoriales decidan agotarlos artificialmente). Pero en cuanto al uso, sigue sin ser tan práctico como un libro de papel.
La interfase del Kindle está pensada para imitar al libro. Hay sistemas para recordar la página por la que uno va, para resaltar, para pasar de una página a otra. Es muy distinto de leer un texto largo (como el presente, por ejemplo) en la web. Y ahí está el asunto. Más allá del mayor acceso a libros, la experiencia es inferior. No hay un valor agregado, como fue la flexibilidad para manejar los tracks en el CD. Por ahora, el libro digital es una imitación de la experiencia analógica. En igualdad de condiciones, voy a elegir leer un libro en papel antes que en Kindle.
Es posible que, tarde o temprano, el libro digital evolucione e incorpore hipertexto, video, cosas así, en un formato portátil y/o flexible. Ya existe eso, se llama “world wide web”. Pero eso no es un libro. Lo que digo es que es posible que evolucione el concepto de libro, con el correr de las generaciones. Que se dé una síntesis de distintas formas actuales de leer, y no haya diferencia entre el libro y el no libro.
Eso no es bueno ni malo. De cualquier forma, la transición nunca va a ser completa. Existen demasiados libros tal como los conocemos ahora que ya están escritos, y seguirán siendo leídos. Pero por ahí serán vistos con cierto desdén, como mucha gente ve a las películas mudas, como algo primitivo.
Hasta entonces, el libro seguirá siendo lo mismo que ahora, sin importar si viene en papel o en algún formato electrónico. Y sospecho que, a menos que haya algún avance revolucionario en los equivalentes de Kindle, el papel seguirá no sólo existiendo sino dominando, porque serán muchos los que no querrán saltar a algo que no ven como mejor.
Mientras tanto, tarde o temprano pienso sacar la versión para Kindle de Léame. Quién sabe, capaz que podría incluir como extra el cuento Camino azaroso, que en papel no puede existir.