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Fui afortunado al descubrir a Chespirito en 1987. Ese año, el canal 11 de Buenos Aires (antes de ser Telefe) puso al aire la serie homónima. El comediante ya era conocido en el país. Yo tenía vagos recuerdos de haber visto, con muy corta edad, al Chapulín Colorado. Y cuando sintonicé ese programa, descubrí un mundo.

El programa en sí era de sketches. El Chavo y el Chapulín Colorado eran dos personajes de varios que interpretaba Chespirito. Todos los nombres empezaban con CH, que en ese momento era una letra. Estaban el Doctor Chapatín, el Chómpiras, Chaparrón Bonaparte, y también Chespirito, que era un catch-all para historias sin un personaje fijo. Cada programa arrancaba con una apertura con animaciones, que anticipaba los personajes que aparecerían ese día. Podía ser uno solo, varios, o especiales de algo en particular.

La apertura también anticipaba los actores que aparecerían, y terminaba con el aviso de que anunciaba “libreto y dirección general: Roberto Gómez Bolaños”. Con esas palabras me enteré a los seis años de que no sólo hay gente que escribe humor, sino que todo un programa puede ser escrito por una sola persona (después supe que esa modalidad no era muy recomendable).

El hecho de que el programa tuviera el formato de sketches me permitió apreciar a los distintos personajes. Rápidamente mi favorito fue Chaparrón Bonaparte, cuyo formato de dos locos hablando permitía la mayor densidad de humor. Sigo usando frases y gestos que saqué de ahí, y sospecho que la mayor parte de la gente no sabe de dónde vienen. Pero la intención es que las reconozcan.

El programa iba de lunes a viernes a las 20, y pasaban varias temporadas de una serie que en México era semanal. El 31 de diciembre de 1987, Canal 11 decidió que ya estaba bien, y lo levantó para poner El auto fantástico. Poco después tuvieron que volver a hacerle lugar, esta vez a las 21. Pero los capítulos de Chespirito quedaron opacados por otro canal.

Héctor Ricardo García se había hecho con el canal 2 de La Plata, y en 1988 le dio una proyección inédita. Llevó a todas las figuras, de Tato Bores a Neustadt, y consiguió que ese canal, que necesitaba que se reorientara la antena para poder verse, fuera número 1. Entre la programación había algo llamado El Chavo y el Chapulín Colorado, que era claramente una versión anterior del Chespirito al que estaba acostumbrado.

Y efectivamente, era la serie anterior. Después supe que la historia es así. El programa empezó como Chespirito a principios de los ’70, expandido de un espacio en un programa ómnibus. Tuvo el formato de sketches hasta 1973, cuando la hora se dividió en dos programas: El Chavo y El Chapulín Colorado. Estos dos programas eran los que pasaban por TeleDos. Más tarde, en 1980, se volvió al formato de sketches, y el resultante Chespirito estuvo en el aire hasta 1995, cuando fue cancelado abruptamente.

Hay dos hechos notorios de esos dos programas. Uno es la presencia de actores y personajes que no aparecían en la serie moderna: Quico y Don Ramón. Ambos le daban una dinámica muy particular a El Chavo, que nunca se volvió a conseguir (el formato de sketches es en parte una adaptación a su salida).

El segundo hecho notorio es que esas dos series (particularmente la del Chavo) son las que se han venido repitiendo desde entonces, con muy pocas apariciones del Chespirito segundo, que es el que conocí primero. Esto da como resultado que el gran público no esté tan familiarizado con los otros personajes. Aparecen, a veces, “entremeses” con el Chómpiras o algún otro, como remanentes del programa original. Pero Chaparrón Bonaparte sólo se ve en la serie moderna (aunque aparentemente tuvo alguna presencia fugaz a principios de los ’70).

La serie Chespirito de los ’80 fue bastante responsable en la formación de mi sentido del humor, y sospecho que también del de una parte grande de mi generación. Y sin embargo, casi no se la ve, son pocos los que prestaron suficiente atención como para saber de su existencia diferenciada, y menos los que la recuerdan. Es una sensación extraña. Los invito a pasearse por YouTube y buscar a esos personajes mencionados en el texto (el sketch linkeado más arriba tiene más valor histórico que otra cosa). Y, si no los conocen mucho, podrán descubrirlos.

I am serios. And don't call me Shirley.

“Como una forma de respeto al público, este programa no tiene risas grabadas” decía la introducción de Chespirito cuando lo miraba en 1987. Y efectivamente, a diferencia de las encarnaciones anteriores de El Chavo y El Chapulín Colorado, la serie posterior no tiene esas risas todas iguales. No sé por qué explicitaban en la apertura, pero me gustaba la idea de que el programa me respetara. Era claro: si algo es gracioso, me río. No es necesario que alguien me lo indique. En esa época miraba también los Looney Tunes y podía reírme sin ayuda.

Lo de Chespirito no se cumplía del todo. No estaban las risas, pero en su lugar había algunas marcas musicales que indicaban pavlovianamente (?) el momento de reírse. Era como si el programa se siguiera grabando como si se fuera a agregar las risas después.

Desde entonces me gusta la idea de que algo gracioso se destaque por esa condición, sin necesidad de subrayarla. Esto permite distintos niveles de risa: el inmediato y otros más sutiles, que siguiendo el modelo setup-punchline-laugh son más difíciles de implementar.

Alguna gente tiene la idea opuesta, y ayuda todo lo que puede al material para conseguir risa. Explica los chistes antes, durante y después de hacerlos, de forma tal que nadie quede sin darse cuenta de dónde está la gracia. Cambian el tono cuando van a decir algo gracioso. O directamente se ríen, esperando que su propia risa contagie a los demás.

Es posible que haya audiencias para las que es necesario un método así. Yo prefiero dar crédito al espectador, lector o receptor de lo que genero. Prefiero que mientras me lee esté pensando en lo que se dice, y si es divertido, que se ría. No todo lo es, y no todas las personas encuentran gracia en las mismas cosas.

El modelo a seguir, a mi juicio, es el de Leslie Nielsen en las películas de Zucker-Abrahams-Zucker. Frank Drebin de Naked Gun y Barry Rumack de Airplane! (cuyo título original no se pregunta dónde está nada). El personaje está en las situaciones más ridículas, pero nunca está enterado. Para él es todo serio, todo merece la misma solemnidad e importancia. ¿Por qué? Porque si se riera, perdería sentido. El que se tiene que reír es uno, el que ve la película. Y es mucho más divertida si el personaje actúa como si lo que lo rodea es razonable y/o normal que si estuviera todo el tiempo diciendo “pero esto es ridículo”.

En general trato de aplicar ese concepto. Si hago un chiste, lo voy a decir igual que cuando digo algo que no es serio, es responsabilidad del interlocutor reconocerlo como tal. Si escribo algo que creo que es gracioso, pretendo dejarlo hablar por sí mismo. Entonces el texto no va a estar escrito con cosas del orden de “¿y a que no saben qué pasó después?” ni interjecciones como “increíblemente”.

Del mismo modo, en lecturas orales trato de que pase lo mismo. No significa no enfatizar ciertas cosas, el asunto es que la gracia brille con luz propia, sin necesidad de iluminación artificial.