“Como una forma de respeto al público, este programa no tiene risas grabadas” decía la introducción de Chespirito cuando lo miraba en 1987. Y efectivamente, a diferencia de las encarnaciones anteriores de El Chavo y El Chapulín Colorado, la serie posterior no tiene esas risas todas iguales. No sé por qué explicitaban en la apertura, pero me gustaba la idea de que el programa me respetara. Era claro: si algo es gracioso, me río. No es necesario que alguien me lo indique. En esa época miraba también los Looney Tunes y podía reírme sin ayuda.
Lo de Chespirito no se cumplía del todo. No estaban las risas, pero en su lugar había algunas marcas musicales que indicaban pavlovianamente (?) el momento de reírse. Era como si el programa se siguiera grabando como si se fuera a agregar las risas después.
Desde entonces me gusta la idea de que algo gracioso se destaque por esa condición, sin necesidad de subrayarla. Esto permite distintos niveles de risa: el inmediato y otros más sutiles, que siguiendo el modelo setup-punchline-laugh son más difíciles de implementar.
Alguna gente tiene la idea opuesta, y ayuda todo lo que puede al material para conseguir risa. Explica los chistes antes, durante y después de hacerlos, de forma tal que nadie quede sin darse cuenta de dónde está la gracia. Cambian el tono cuando van a decir algo gracioso. O directamente se ríen, esperando que su propia risa contagie a los demás.
Es posible que haya audiencias para las que es necesario un método así. Yo prefiero dar crédito al espectador, lector o receptor de lo que genero. Prefiero que mientras me lee esté pensando en lo que se dice, y si es divertido, que se ría. No todo lo es, y no todas las personas encuentran gracia en las mismas cosas.
El modelo a seguir, a mi juicio, es el de Leslie Nielsen en las películas de Zucker-Abrahams-Zucker. Frank Drebin de Naked Gun y Barry Rumack de Airplane! (cuyo título original no se pregunta dónde está nada). El personaje está en las situaciones más ridículas, pero nunca está enterado. Para él es todo serio, todo merece la misma solemnidad e importancia. ¿Por qué? Porque si se riera, perdería sentido. El que se tiene que reír es uno, el que ve la película. Y es mucho más divertida si el personaje actúa como si lo que lo rodea es razonable y/o normal que si estuviera todo el tiempo diciendo “pero esto es ridículo”.
En general trato de aplicar ese concepto. Si hago un chiste, lo voy a decir igual que cuando digo algo que no es serio, es responsabilidad del interlocutor reconocerlo como tal. Si escribo algo que creo que es gracioso, pretendo dejarlo hablar por sí mismo. Entonces el texto no va a estar escrito con cosas del orden de “¿y a que no saben qué pasó después?” ni interjecciones como “increíblemente”.
Del mismo modo, en lecturas orales trato de que pase lo mismo. No significa no enfatizar ciertas cosas, el asunto es que la gracia brille con luz propia, sin necesidad de iluminación artificial.