En la sociedad que me rodea hay muchos consensos indiscutidos. Uno sostiene que las dictaduras son malas. Otro que la película Esperando la carroza es la obra cumbre del cine argentino. Otro que determinados archipiélagos no están en posesión de sus legítimos propietarios. De algunos de esos consensos participo, de otros no. Uno de los que no es el referido a la genialidad de Alberto Olmedo.

No es que la niegue. Esto es importante. Sería muy fácil decir que todos los vastos números de Homo sapiens que forman parte de la sociedad de este país y ven la grandeza de Olmedo son unos imbéciles y no entienden nada. No sería especialmente extraño. Innumerables veces ha habido gran entusiasmo por ideas no sólo muy problemáticas sino erróneas. Pero no quiero ponerme en contra del consenso. Simplemente no lo entiendo.

Si viera lo que ven, podría unirme a los que piensan lo mismo o decir que es cualquiera. Pero no lo entiendo. Todas las veces que he visto videos de este actor vi a alguien corriente, no del todo carente de gracia, un tipo más o menos simpático que ama reírse de sus ocurrencias. Pero sus ocurrencias nunca me han resultado graciosas.

Capaz que no vi los videos adecuados. Capaz que espero demasiado por todo lo que se habla. Capaz que simplemente no es mi tipo de humor (Porcel, no obstante, me hace reír mucho). No sé qué es lo que pasa, y tampoco hice un análisis exhaustivo como para poder decirlo concretamente. Sólo que cuando todos los demás hablan de Olmedo como si fuera un titán del humor, sin que nadie lo discuta, yo me quedo pensando “¿qué verán?”