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A fines de los ’90, aparecieron las Palm Pilot. Eran unas minicomputadoras  del tamaño de lo que hoy es un celular, que tenía algunas aplicaciones, como agenda. Si se les conectaba un módem, podía conectarse a Internet a través de la línea telefónica, como era normal en ese tiempo. Estos dispositivos eran una especie de agenda electrónica pulenta. Las agendas electrónicas tenían una pantallita de texto que mostraba teléfonos de contactos y uno podía anotar las actividades del día y esas cosas. Para ingresar esos datos había un pequeño teclado de plástico.

La novedad de las Palm Pilot era que no sólo manejaban gráficos, sino que no tenían teclado. Esto les daba un tamaño compacto, y las convertía en algo bastante poderoso que cabía en el bolsillo. El aspecto, como era anterior a las iMac, no era especialmente atractivo, de todos modos.

¿Cómo se podía ingresar datos en la Palm Pilot? Mediante un novedoso sistema de generación de texto: el lápiz. El aparato venía con un palillo de plástico y un área especial de escritura. Había lugar para una sola letra por vez, y el software estaba equipado con un detector de trazos. Pero uno no podía escribir en letras del alfabeto latino, porque muchas tienen más de un trazo y eso confundiría al software. Entonces era necesario aprenderse un nuevo alfabeto, el alfabeto Palm, en el que cada letra estaba representada por un trazo más o menos cercano a su forma.

Cuando me enteré de eso, perdí cualquier interés por tener una de esas máquinas, y sospecho que pasó lo mismo con mucha gente, porque nunca fueron tan populares como prometían ser.

Algunos años después aparecieron las Blackberry, que se hicieron muy populares y resolvieron el problema del ingreso de texto incorporando un minúsculo teclado, que si uno tenía suerte podía ser usado sin recurrir a un lápiz. El teclado tenía distribución QWERTY.

¿Por qué esa distribución? Porque es la más popular del mundo desde el siglo XIX, cuando las máquinas de escribir lo popularizaron. Sin embargo, debido a que las máquinas se trababan frecuentemente, el diseño del teclado se pensó para dificultar la escritura rápida. Así, las teclas más usadas, como las vocales, quedaron lejos de los dedos centrales. Están en los costados de la fila superior, o en el extremo izquierdo de la fila del medio (que conserva remanentes de un antiguo orden alfabético).

La historia es complicada, y fue narrada por Stephen Jay Gould en un ensayo que se llama “The Panda’s Thumb of Techhnology”. Lo que nos importa acá es que el QWERTY es un método expresamente ineficiente, que se ha mantenido a lo largo de un siglo y medio debido a la popularidad de las máquinas de escribir primero, y de los teclados de computadoras después. Y una vez que el hombre se acostumbra a un teclado, no está dispuesto a acostumbrarse a otro.

El resultado es que tipeamos mucho menos rápido de lo que podríamos. Las razones mecánicas que originaron esto ya no existen en lo más mínimo. Hacer un cambio tomaría un par de generaciones, y no son muchos los que tengan ganas de hacer rodar la pelota. Seguramente porque la transición implicaría la convivencia de múltiples telcados, para ser usados por personas de diferentes generaciones. Y eso es complicado.

O era complicado. Porque la tecnología de las portátiles sigue evolucionando, y ahora volvieron a salir minicomputadoras sin teclado. Los teléfonos más modernos y las tablets tienen pantallas multitouch, en las que se proyecta un teclado virtual. Este teclado sigue siendo QWERTY, pero ahora se puede cambiar muy fácilmente por otro.

Sólo es cuestión de que los fabricantes de sistemas operativos se decidan, y empiecen a incluir la alternativa de teclados más avanzados, como el Dvorak o el que sea. Se puede hacer una transición en la que primero venga la opción, después venga la pregunta “¿quiere usar otro teclado?” y finalmente venga por default el teclado pensado para escribir eficientemente, pero sea muy fácil volverlo al tradicional.

De esta manera, aquellos que tipean por primera vez no tendrán necesidad de adaptarse al QWERTY, y los que por edad hayan caído en sus garras igual lo podremos usar. Después de algunas décadas, el QWERTY pasará a ser una antigüedad, y se podrá solucionar un molesto resabio histórico.

Claro, esto se podía hacer en forma muy simple antes, con sólo poner letras de más de un color en los teclados físicos, según las distintas distribuciones, y dejar la posibilidad de intercambiar fácilmente entre ellas. Pero tal vez a nadie se le ocurrió.

Ahora no hay excusa.

Del mismo modo que me parece que Les Luthiers es una gran razón para saber castellano, la prosa de Stephen Jay Gould es un placer de leer en inglés. Nunca leí una traducción, y tal vez sean excelentes, pero me permito sospechar que no le hacen justicia. Es muy difícil replicar a alguien tan erudito, elegante y tan buen escritor.

Gould fue un paleontólogo prestigioso, que se hizo conocido en el mundo no científico por sus obras de divulgación. Tiene varios libros originales como Wonderful Life, sobre la vida en el período cámbrico. Los más conocidos, sin embargo, son sus colecciones de ensayos publicados en la revista del museo de ciencias naturales de New York.

Estos ensayos, de aparición mensual, tenían a la evolución como temática unificadora, pero podían tratarse de cualquier cosa. Biografías de científicos, comentarios de actualidad política referida a la ciencia, anécdotas, curiosidades de animales, historias de teorías llamativas, conexiones entre hechos aparentemente no relacionados.

Por ejemplo, el ensayo titulado George Canning’s Left Buttock and the Origin of Species cuenta una serie de hechos que desembocaron en el viaje de Darwin en el Beagle, donde juntó evidencia e ideas para después formar la teoría de la selección natural. Esa cadena podría no haberse producido, si el señor Canning (el ministro inglés de la avenida Scalabrini Ortiz) no hubiera recibido una bala en la nalga izquierda durante un duelo.

El estilo incluye muchas disgresiones, al punto que el lector rara vez sabe dónde va a ir un ensayo cuando lee los primeros párrafos. Pasa por muchos temas mientras expone lo que quiere decir, algunos los explora en profundidad y otros sólo los toca como comentarios.

Una de las ventajas que tiene un científico que escribe, respecto de un escritor o periodista que escribe sobre ciencia, es que puede ir a las fuentes más básicas y entenderlas sin ayuda. Gould, además de esto, tenía una cantidad de recursos disponibles gracias a su puesto prestigioso en Harvard.

Los libros de ensayos de Gould suelen contener uno sobre algún tema trivial. Es una de las costumbres que me gustan. Pero cuidado: el tema es trivial, el contenido del ensayo no. El ejercicio intelectual puede ser disparado por cualquier cosa, sea algo de gran prestigio académico o no. Gould aplicaba el mismo rigor que para el resto de los temas, aun cuando científicamente el tema no ameritaba ningún tratamiento.

Por ejemplo, un ensayo en Bully for Brontosaurus cuenta la evolución de las disposiciones de letras en los teclados, y por qué se impuso el esquema QWERTY. Analiza aspectos técnicos y culturales, y saca conclusiones más generales sobre la historia y las circunstancias que la crean (las contingencias históricas son uno de los temas más recurrentes en Gould).

El que más me gusta es uno que apareció en Hen’s Teeth and Horse’s Toes, donde trata en gran detalle la evolución del tamaño de las barras de chocolate Hershey’s. Muestra, con gráficos y predicciones, cómo las barras de determinados precios han ido reduciendo su tamaño hasta desaparecer. Para escribir el ensayo, se sirvió de los datos que él mismo recopiló durante años de comer chocolate.

Esto implica un poder de observación y deducción no sólo presente, sino puesto en práctica muy seguido. El ensayo fue publicado en la revista, y después, para la edición del libro recopilatorio, pudo comparar sus predicciones con lo que ocurrió. Algunas se cumplieron, y otras se vieron impedidas por circunstancias nuevas. Aprovechó entonces para volver a hablar de las contingencias, y de fenómenos similares en el mundo biológico.

Así que recomiendo leer los libros de ensayos de Gould. Para tener ese placer hace falta un nivel razonablemente bueno de inglés. Si usted no lo tiene, le conviene conseguirlo. Después lea a Gould y verá que vale la pena.