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Cuando la gente habla bien de Les Luthiers, algo que se escucha seguido es un argumento del orden de “son un ejemplo de que no es necesario recurrir a la procacidad para hacer reír”. Acto seguido, los declaran un modelo para la juventud y se lamentan de que la televisión difunda a aquellos que tienen un nivel inferior.

Debo decir (?) que no estoy de acuerdo con esa idea popular. Por dos razones, una puntual y otra conceptual.

La puntual es que Les Luthiers sí recurre a la procacidad. Lo hace con la máxima elegancia posible, en smoking, y habitualmente sin usar “malas palabras”. Pero no usarlas no significa no recurrir. Las sugieren, y también sugieren conceptos procaces. Eso no tiene nada de malo. Lo que se juzga en el humor es si es divertido o no, y en general Les Luthiers no falla en eso.

Este es un ejemplo. Una obra de Les Luthiers en su época de mayor esplendor, en la que el humor pasa por la procacidad y la mala palabra.

Como se ve, el objeto del humor es, en muchos casos, estar a punto de decir malas palabras y no hacerlo. Al final, la cosa explota, y hace su aparición la palabra “culo”, tres veces en el medio de un show de los ejemplos de humor sano y sin lenguaje vulgar para que la juventud aprenda.

Eso no hace que la obra sea menos buena. En el caso de esa obra, “El poeta y el eco”, medio que no existiría sin el humor procaz. O sea, es fundamental, no accesorio ni un gag aislado que quedó.

La razón conceptual es que el humor no es procaz o improcaz (?). Es bueno o malo. Hay humor con elementos cultos que es una porquería, y humor con elementos procaces que es excelente. Ni siquiera es tan válida la división entre humor inteligente y no inteligente. A veces lo más gracioso es lo estúpido, y a veces hace falta inteligencia para darse cuenta de que alguna estupidez es suficientemente graciosa como convivir con piezas de humor inteligente.

Si no me equivoco, Léame no contiene “malas palabras”. Pero no se confunda, amigo lector. Podría pensarse que la ausencia de esos vocablos es una forma de respeto al público. Que elijo el camino sano, la prístina pureza de la transparencia. Quiero dejar claro que no es así.

Que no haya malas palabras es un accidente. Estuvieron a punto de estar. Había un texto que directamente insultaba al lector, hasta que llegamos a la conclusión de que no era una buena idea estar insultando al lector. Puede provocar que quiera dejar de serlo. Y eso no es bueno. Porque puede ser que ocurra después de que compre el libro, pero el libro no se llama Cómpreme, se llama Léame. Entonces no pongamos trabas en esa lectura. Ese texto fue retrabajado, y cambió hasta el título. Ahora se llama Seamos buenos.

Algunos pueden pensar que todo esto es verso y la razón del vocabulario limpio es que no me animo a escribir malas palabras. Mierda. Así de fácil es refutarlo. Puta. Culo. Claro que me animo. Me animo y es más, el resto de este párrafo va a contener sólo palabrotas. Carajo. Forro. Pelotudo. Cagar.

Las malas palabras tienen su lugar, y no me hubiera molestado que Léame incluyera alguna. Pero tampoco voy a ponerlas sólo por ponerlas. No da. La última fue extirpada en la revisión final. Uno de los cuentos contenía una referencia a un momento clásico del cine argentino, que ocurre en una película que no vi. Es el señor H. Alterio gritando “la puta que vale la pena estar vivo”. En una de las correcciones estimamos divertido que un personaje dijera eso en un momento de contemplación cósmica o algo. Pero en la última lectura me ocurrieron dos cosas.

La primera fue que no me terminaba de convencer ese pasaje. La segunda es que era consciente de que ésa era la única palabrota de todo el libro (ya la aparición de “mierda” había sido reemplazada por “porquería”, que a mi juicio suena mejor y es poco valorada). La aparición de “puta” rompía el invicto insultatorio del libro. Me pareció que valía la pena tener una buena razón para incluirla. Y juzgué que esa referencia no era razón suficiente. Así que toda la frase fue extirpada, y pienso que el libro es mejor por eso.