Puede ser extraño que esta advertencia la haga alguien que escribió un libro que se llama Léame y no para de romper la cuarta pared. Pero, por otro lado, yo sé lo que les digo. Que un texto se refiera a sí mismo es un arma peligrosa, y por lo tanto hay que manejarla con cuidado.
Hay distintos tipos de recursos meta. Algunos son efectivos. Suelen ser los que ponen en tela de juici0 a su propio texto, y posiblemente también a sí mismos. Generan una complicidad con el lector, se anticipan a lo que están pensando, a sus quejas, y muestran que el autor está activo, pensando en el que va a leer y tratando de sorprenderlo.
Esto se puede lograr sin necesidad de ser explícito. No hace falta decirle al lector “yo, autor, me doy cuenta de que usted está leyendo y está pensando tal y tal cosa, entonces le respondo esto” (aunque es válido). A veces las acciones mismas del texto tienen el meta incorporado. Y no sólo generan complicidad con el lector, sino que además de ponerse en evidencia, hacen lo mismo con los preconceptos o las estructuras que el lector puede tener. Rompe eso, y al hacerlo el texto se convierte en efectivo.
Lo que hay que buscar, sobre todo, es que el momento meta venga con cierta naturalidad. Que no esté completamente descolgado de su contexto. Eso lo hace más notorio, y puede predisponer mal al lector. El meta tiene que ser compatible con el tono general del texto. No conviene hacerlo porque sí, porque pintó un meta. Tiene que estar acorde con lo que el texto quiere decir, formar parte de ese mensaje, si es que el texto tiene algún mensaje.
Para ejemplos, basta mirar las primeras seis o siete temporadas de los Simpsons. Ahí integraban muy bien lo meta, porque era una serie que se trataba principalmente de la vida vista a través de la televisión. Entonces podían referirse al hecho de que era televisión, y animación.
El meta en los Simpsons tiene convicción de lo que se está diciendo, y de su razón de ser. Está cuestionando una serie de órdenes: lo que se supone que tiene que ser la televisión, la estructura del humor, los ritmos que el espectador tiene incorporados. Cuando se juega con todo eso y encima se le agrega ingenio, el resultado es digno de ser visto.
¿Cómo es, entonces, un mal meta? Puede ser uno demasiado abrupto, o uno que asuma que logró una complicidad que no está. En esos casos, los meta hacen ruido, y sacan al lector no sólo de donde uno lo quería sacar, sino también de donde lo quería poner. Es probable que el límite exacto dependa de las obras y también de los lectores.
Otro mal meta es el que viene de la inseguridad. Los que dicen “sabemos que esto que hacemos es malo, pero te lo decimos, y por eso es bueno” (o “yo soy jodedor porque digo que soy a pesar de no serlo y por eso lo soy”). Es un recurso muy utilizado por las temporadas de doble dígito de los Simpsons, y el contraste entre ambas etapas de la serie es notorio. Ese meta es un recurso algo desesperado, y se nota. Encima, como está muy usado, ni siquiera es novedoso. Es preferible prescindir completamente.
Bien usado, el meta es un recurso muy poderoso. No voy a decir que yo lo uso bien y otros mal. Puede que me equivoque en las dosis, y sé que alguna vez lo he hecho. Y cuando veo esas ocasiones en las que lo hice (que no forman parte del libro), me doy cuenta del riesgo que uno corre cuando pretende manejar el meta sin saber lo que hace.