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Lo que sigue es parte del pack de prensa de Léame. Son algunas preguntas cuya respuesta se puede encontrar en el libro.

¿Cómo hace el autor para conversar con el lector cuando el libro ya está impreso? ¿Cuál es el peor momento posible para tener una experiencia sobrenatural? ¿Qué haría Domingo Faustino Sarmiento si fuera revivido por el doctor Frankenstein? ¿Cómo reconocer a los miembros productivos de la sociedad con sólo un vistazo? ¿Qué ocurre cuando el Universo todo está pendiente de una pelota detenida? ¿A qué extremos puede llegar el placer de tomar una refrescante gaseosa? Cuando dos personas se invitan mutuamente, ¿quién debe pasar primero? ¿Cuál es la forma más didáctica de sacudir una sortija de calesita? ¿Qué puede hacer un árbol que está cansado de sus raíces y quiere salir a caminar el mundo? ¿Conviene dar refugio a una nube indefensa? ¿Qué placer queda cuando se termina el mundo y uno es el único sobreviviente? ¿Cómo se desenvuelve el devastador poder de limpieza cuando los verdes enzolves se escapan de su hábitat? ¿Cuál es el riesgo de comer muchas semillas? ¿Cómo transitar la calle Florida cuando está cubierta de gente? ¿Adónde va ese camión lleno de centauros?

Otra de las series presentes en Léame es la de antropomorfismos. Este recurso, en el que un objeto o animal adquiere rasgos humanos, es muy común en los cuentos infantiles. Aparentemente, los niños tienen problemas para entender las historias protagonizadas por personas. Tal vez porque no se terminan de dar cuenta de que ellos son también personas. Entonces les da lo mismo seguir las aventuras de cualquier cosa.

Sin embargo, cuando esos mismos niños se hacen adultos, eligen historias protagonizadas por humanos. O por humanoides. Como los extraterrestres de la mayoría de las obras de ciencia ficción, que son también antropomórficos, en general por razones de conveniencia.

En los dibujos animados también el antropomorfismo es un recurso popular. Seguramente es porque queda mejor un objeto animado como una persona que una persona viva disfrazada de objeto. Tal vez esto esté relacionado con la reputación de infantiles que tienen los dibujos animados. Este autor aprovecha para repudiar tal reputación.


Un Homo sapiens interpreta a un candelabro antropomórfico.

En fin, los antropomorfismo de Léame no son necesariamente infantiles. Responden a la relación que siempre tuve con los objetos. Soy una persona muy educada, que se preocupa por los sentimientos de los que están a mi alrededor. Y es posible que lo haga de más. Entonces me preocupo también por lo que pueden sentir los objetos, a los que me gusta respetar.

Una lista parcial de objetos antropomórficos que encontarán en Léame: nubes, carritos de supermercado, árboles, manos, zapatos, peces. Seguramente me olvido de varios.

Debe mencionarse el cuento titulado Alicia en el país antropomórfico. Es una historia en la que Alicia, personaje de Lewis Carrol hoy en el dominio público, se encuentra en un lugar donde todos los objetos son antropomórficos. Se trata, claro, de un juego sobre esa idea, que busca explorar los absurdos del antropomorfismo. Es uno de los que más me gustan de todo el libro.

Recomiendo a los lectores que se consideran demasiado adultos para este recurso darle una oportunidad. Descubrirán que, al igual que los libros, los antropomorfismos no muerden.

El otro día, para la lectura en la Casa de la Misma, una de las consignas era leer un texto de un autor que haya influido en la obra de uno. Eso me obligó a pensar cuáles son mis influencias. Quiénes me formaron como autor.

Una influencia ineludible es Leo Maslíah. Viéndolo y leyéndolo me di cuenta de lo que era la creatividad, de cómo se pueden crear y romper reglas de cualquier manera. En los comienzos de mi escritura trataba de emularlo un poco, pero después me fui alejando de ese estilo, no porque tenga algo de malo sino porque tengo ganas de ser yo. Se puede ver, de todos modos, la influencia en ciertas maneras de encarar ideas. Por ejemplo, el cuento Lo que me costó la fiesta está construido a partir de tomar una frase literalmente y llevar esa literalidad a las mayores consecuencias.

Pero para la lectura, el autor tenía que ser argentino. Y aunque hay varios que admiro, no tenía muchas ganas de decir “hola, mi influencia es Borges”. Primero porque no sé si lo es, y segundo porque no da ser tan poco original. Así que decidí salirme un poco de la literatura y elegí Les Luthiers. Ellos han formado mi sentido del humor, aunque nunca intenté que mis escritos se parecieran a los suyos (sí he metido alguna referencia oscura; por ejemplo el texto El abedul que quería caminar podía haber sido protagonizado por cualquier árbol, pero es un abedul porque ésa era la especie donde la bella y graciosa moza colgaba la ropa). Tomé un texto introductorio poco conocido (quedó afuera del disco), le recorté las referencias a la obra que presenta, la declaré cuento y la leí. ¿Cómo me fue? No sé, porque estoy escribiendo esto antes de la lectura para programarlo.

Mis influencias no son sólo gente que hace humor. Mis lecturas suelen ser en inglés, y suelen estar relacionadas con la ciencia. Gente como Carl Sagan, Stephen Jay Gould y Richard Dawkins siempre está dando vueltas, y seguramente muchas ideas no se me hubieran ocurrido de no haber sido por sus lecturas. Un cuento de Léame en particular, titulado Hay sardinas, sobre los hábitos alimenticios de distintas criaturas del mar, sacó prácticamente todo el argumento de un documental de David Attenborough.

Otro autor que sobrevuela seguido es René Goscinny, que no es sólo el autor de Asterix. Hace un tiempo salió un librito de textos cortos titulado “Del Panteón a Buenos Aires”, que devoré asiduamente. A ese volumen pertenece el texto “Soy un comprendido“, que con mucha elegancia defiende la idea de que un cuento no tiene por qué ser más que lo que está escrito.

Hay muchos más, pero creo que lo que más influyó sobre Léame no es un autor sino un medio: The Onion. Esta publicación muy seguido rebosa de originalidad. El formato de diario le permite impunidad para tratar cualquier tema, y muchas veces lo hace con gran ingenio. Es realmente extraordinario, no he visto nada que se acerque a su nivel. En particular, el libro “Our Dumb Century”, que recopila tapas ficticias de todo el siglo XX, es alucinante en cantidad y calidad de humor.

Releyendo algunos de los libros de The Onion en estos días, me di cuenta de cuánto tiene en común con Léame. Sin que fuera intencional, he incorporado muchos de los temas que trata ese diario, aunque no el tono periodístico. Creo que los elementos de cultura pop que tiene el libro, como los coqueríos, deben su existencia a estar acostumbrado a The Onion.