December 2011
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December 11, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
LaboratorioUn comentario

Cuando uno escribe, quiera o no, está creando un universo. No un universo físico, uno no tiene que sentirse deidad por escribir, pero sí un universo conceptual, o literario. Pueden ser tantos universos como textos se creen, o uno solo en el que todos ocurran. Muchas veces la cantidad está en el medio, porque hay textos que se sitúan en el mismo universo (si eso es posible).
Lo bueno de crear universos literarios es que las reglas las pone uno. El autor decide qué elementos del “mundo real” ingresan y cuáles se quedan afuera. También crea comportamientos, ciclos, costumbres. No siempre se da cuenta de lo que hace. Nadie se pone a decir “voy a crear un universo donde todas las cosas se caigan para arriba”. Tomar conciencia, sin embargo, es liberador.
Hay gente que necesita escribir de manera realista. Pretende situar sus escritos en el universo real, en el mundo en el que vive. Pero siempre está creando otro. Por más realidad que le ponga, al escribirlo se está convirtiendo en algo distinto. Entonces hay que dejar de pensar en lo que existe para ver qué es lo mejor para el texto. Muchas veces son cosas opuestas.
Un cuento no es una certificación por escribano de que algo ocurrió. Por más que los hechos narrados hayan ocurrido de verdad. Si la historia no funciona bien, no es culpa de la historia, es culpa del que la escribió. La frase “basado en un hecho real” no es un argumento a favor, por más que los que hacen pósters de películas piensen que es.
Sin embargo, hay quienes necesitan que lo escrito tenga algún nivel de realidad. “¿Eso te pasó?” preguntan, y se decepcionan cuando se enteran de que es una historia inventada. Hay como una expectativa de que la literatura sea lo mismo que el periodismo. El problema no es tanto que no entienden la naturaleza de la literatura, sino la del periodismo. Nadie, por más buena voluntad que tenga, puede llevar al papel una realidad inalterada. Se puede reproducir fielmente algo, pero siempre hay una adaptación. Lo que pasó y lo que está escrito son cosas distintas. Pero existe mucha gente que no aprecia esa diferencia, y está acostumbrada a que lo que lee se supone que ocurrió.
(Esto va más allá de vicios del periodismo como inventar cosas, tergiversar o cualquier otra deformación. Los que no hacen ficción, pero sí mentira. El principio se aplica también a las personas más honestas y capaces.)
Crear universos no tan realistas ayuda a que el lector se quede tranquilo de que no está leyendo algo que pasó (muchos, igual, quieren encontrar el origen en algo que sí). No tiene por qué ser así. No sé por qué es menos gratificante para algunos que un escrito haya salido de la imaginación de alguien en lugar de un hecho concreto. Pero parece que es así.
Léame no se propone situarse en el universo que nosotros habitamos. Si usted, afecto lector, encuentra que algún principio se aplica en su universo, todo bien. Si no, no es menos válido.
December 10, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
EurekaComments Off on Momentos congelados

Disney On Ice
Atención: conviene leer lo siguiente luego de leer el cuento Walt Disney descongelado, perteneciente a Léame. Este texto arruina el final.
El rey de los antropomorfismos, Walt Disney, no está congelado en una cámara criogénica esperando que la ciencia encuentre una cura para su enfermedad. Sin embargo, existe la leyenda de que el bueno de Walt arregló para que se hiciera algo así. Es probable que sea por su afición a las innovaciones tecnológicas, y a lo grandioso y memorable. Ayuda también cierta actitud desafiante que se muestra en la siguiente cita que hizo a la revista de National Geographic en 1963:
—What happens when there is no more Walt Disney?
—I think about that. Every day I’m throwing more responsibility to other men. Every day I’m trying to organize them more strongly. But I’ll probably outlive them all.
(Por cierto, ese número de National Geographic tiene como nota principal a Disneyland, con una historia detallada, acceso tras bambalinas y mapas de la calidad acostumbrada por la benemérita sociedad. La nota es larga, y la leí toda.)
Siempre me atrajo esa historia, del mismo modo que me atraen otras teorías conspirativas delirantes, como el Paul is dead (ahora que lo pienso, la supuesta no muerte de Disney y la supuesta muerte de McCartney ocurrieron en el mismo año). Pero no se me había ocurrido hacer nada al respecto, hasta que oí un tema de Fito Páez titulado Si Disney despertase.
El tema en cuestión tiene una letra que hace difícil saber de qué está hablando. Me pareció una lástima que no se pusiera a especular sobre qué pasaría el día que reanimaran al creador de Saludos Amigos (si no lo hace, no entendí la letra). Tarde o temprano me cayó la ficha: si no lo hizo él, nada me impide hacerlo yo.
Así que ahí había una semilla: Disney revivido. Pero, ¿qué pasa después? No se me ocurría nada. Pasaron varios días, y la idea seguía dando vueltas en mi cabeza. Sabía que tenía potencial, era cuestión de encontrarle la vuelta. Hasta que un día fui al supermercado. Había mucha gente, la cola de la caja era interminable. Empecé a temer por los congelados. Es sabido que hay un límite de dos horas para que se mantenga el congelamiento. Pasado ese límite, una vez descongelado, no se puede volver a congelar.
Era cuestión de tiempo para que la idea de Disney que daba vueltas en la cabeza se topara con ese concepto supermercantil. Ocurrió en la misma cola. Ahí tenía algo. Un punto de partida y uno de llegada. Disney es descongelado, algo pasa y Disney quiere volver a congelarse, pero como ya fue descongelado no se puede. Eureka.
Decidí que el instinto de Walt lo iba a llevar hacia los climas fríos, a crear parques temáticos en Alaska y esas cosas. Pero necesitaba que se enfermara. Acudí a mis conocimientos de divulgación biológica, y pensé que debía contraer una enfermedad desconocida en su época. Elegí el SARS, entonces tuve que hacerlo pasar por China, y el cuento empezó a ir para cualquier lado. Pero la estructura funcionaba.
Después se lo llevé a Virginia, y fue ella la que dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” De repente dio con la clave de los problemas que tenía el cuento. Eliminé todo lo innecesario, y el cuento fluyó mejor. Ahora simplemente Disney es despertado, se va al frío y cuando vuelve a California le agarra un golpe de calor que hace que sea necesario volver a congelarlo. Listo. Sencillo, efectivo y la feliz culminación de un proceso largo.
December 9, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
InterrogantesComments Off on ¿Quién soy?

¿Sigo siendo el que escribió Léame? ¿Cuánto tiempo duraré hasta que me convierta en otro? ¿Me arrepentiré alguna vez de la totalidad del contenido?
¿Soy el que escribió todos los cuentos? ¿O fueron todos escritos por un mí diferente? ¿Me reconozco en ellos? ¿Soy capaz de revivirlos a voluntad, de sacarlos de un cajón, sacudirles el polvo y ponérmelos, como si fueran máscaras de mí mismo?
¿Cuántos soy?
¿Cuántos tuve que ser hasta llegar al que soy ahora? ¿Los tendré todavía adentro, como anillos de árbol, como muñecas rusas, como un procedimiento que se llama a sí mismo? ¿Cuántos yo rechacé? ¿Sé sacármelos de encima, o acarrearé con ellos toda la vida? ¿Terminaré sometiéndome a mi voluntad?
¿Me conoceré bien? ¿Llego a conocer a cada instancia de mí antes de que aparezca la siguiente? ¿Operaré en base a lo que era en lugar de lo que soy? ¿No convendrá hacer todo según lo que seré? ¿Qué seré? ¿Cómo saberlo? ¿Cómo construir un yo mejor a partir del yo actual?
¿Seré moldeable? ¿O seré uno por cada cambio, como las celdas de un dibujo animado? ¿Existirá una versión paralela de mí por cada yo potencial, lista para bajar del estante cuando la vaya a buscar? ¿Me estaré esperando en algún lado?
¿Me reconoceré en Léame dentro de unos años? ¿O reconoceré al que era y ya no soy? Espero que el que seré esté orgulloso del que fui.
December 8, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
PresentaciónComments Off on Seremos cultura

Ya es oficialísimo. La presentación de Léame se hará el viernes 16 de diciembre, a las 19, en la sala F del Centro Cultural San Martín. Queda en Sarmiento 1551, Buenos Aires.
Hay algunos detalles que se pueden ir revelando. Léame será presentado por el cineasta Sergio Criscolo. Él contará al público presente lo bueno que es el libro, mientras yo, presente en el escenario, expresaré aprobación y humildad. Está muy claro que no sé qué va a decir, ni lo voy a saber antes de que lo diga. Si no, no tiene gracia.
El evento, cuya entrada es no sólo libre sino también gratuita, incluirá brindis. Acompañaremos con algunas refinadas selecciones de snacks aptos para el verano. Habrá también mucho color.
De ser posible, prepararemos proyecciones con algún tipo de interés, tal vez interactivas. Veremos qué sale, si sale algo. Tal vez el asunto no esté limitado a lecturas.
Como es lógico, los ejemplares de Léame podrán ser adquiridos en el puesto instalado a tal fin. Se ha decidido que los primeros diez vendidos vendrán con premio. ¿Qué premio? Uno muy apropiado, que se revelará durante el transcurso del solemne acto.
No está de más repetir que, además de Léame, se presentarán en la misma velada los libros ranamadre de Nadina Tauhil, cuerpoadentro de Belara Michán y Bengala Hotel de Eugenia Coiro. Será un placer compartir con ellas tan magna ocasión.
Todo esto significa que va a estar bueno. Usted, que está leyendo esto, está invitado a asistir. Nos agradará su presencia, y para ayudarlo a concurrir le repetiremos los datos. ¿Dónde? En la sala F del Centro Cultural San Martín, Sarmiento 1551. ¿Cuándo? El viernes 16 de diciembre a las 19 horas.
December 7, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
BasesComments Off on Por qué humor
Me propongo explicar por qué me interesa hacer humor.
La respuesta corta: no sé.
La larga: todo comenzó hace muchos años, cuando tampoco sabía. Pero me gustaba reírme, y siempre lo buscaba. Entonces el arte o el entretenimiento que consumía era, en general, con fines de hilaridad. Una obra de teatro infantil sin chistes era para mí una pérdida de tiempo.
No entiendo por qué alguien querría otra cosa.
En la época de edades de un dígito, para mí existían dos tipos de personas: los graciosos y los no graciosos. Yo pertenecía a estos últimos. Y un día, hace más de veinte años, decidí cambiarme de bando. Yo iba a ser gracioso. Pero en ese momento no estaba en condiciones. Si no, ya lo sería. Tenía que aprender a ser gracioso. ¿Cómo se aprende eso?
Era necesario un paciente trabajo de observación. ¿Qué diferencia a un ser gracioso de un no gracioso? Por otro lado, ¿cómo crear gracia? Tenía miedo de que no se pudiera inventar, que se naciera gracioso y no hubiera forma de cambiar esa condición. Que algún destino genético me llevara a ser sólo receptor de chistes, no emisor.
Decidí que debía practicar. No sabía cómo hacían los demás, posiblemente nunca se lo hubieran planteado, simplemente eran graciosos. Podía ser. A mí no me quedaba otra que el ensayo y error, por lo menos hasta que se me ocurriera algún otro método. No iba a dar resultado inmediato, pero podía funcionar.
Así que, de un día para el otro, decidí ponerme a hacer chistes. Algunos los pensaba, decía pocos. Sólo pronunciaba los que pasaban mi filtro. “Esto es gracioso, esto no es gracioso”. Rápidamente me di cuenta de que no había fórmulas. Lo gracioso cambiaba con las circunstancias, y algo que antes lo era después podía dejar de serlo.
Después me interesé por un montón de cosas, pero nunca perdí el objetivo de ser gracioso. Por más serio que sea lo que haga, busco agregarle algo de risa. Busco los vericuetos donde pueda esconderse algo divertido, aunque sea que me haga reír a mí solo.
Durante mucho tiempo mis escritos tuvieron un objetivo humorístico. Hace poco empecé a abrirme a otras cosas, más serias. Me tuve que dar cuenta de que el humor no es lo único posible. Este año escribí cosas (que no están en Léame) más internas, más íntimas o algo. No tienen por qué ser graciosas. Pero encuentro que muy seguido brota en ellas alguna gracia. Y a menos que arruine todo, la conservo. La vida siempre tiene que tener humor.
December 6, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
EstiloComments Off on Artistas invitados
Léame contiene numerosas intertextualidades. Esto es, elementos de otros textos que aparecen incorporados en los propios. Existen algunos peligros cuando se usa este recurso.
El más importante es que la intertextualidad no se acabe en eso. Tiene que ayudar a decir lo que uno quiere decir. No vale la pena hacerla porque sí. Es un medio, no un fin.
¿Cómo reconocer una intertextualidad bien hecha? Tiene que fluir sin problemas con el resto del material. Aquellos que conocen el texto que se está citando reconocerán lo que se cita, y a los demás no les hará ruido. Es decir, la cita parece parte del texto y no llama la atención sobre sí misma.

Puede construirse el texto de forma tal que se llegue a la intertextualidad, porque hay ganas de incluirla. Está bien, fenómeno, salvo que puede ocurrir que el texto vaya en otra dirección, y la cita resulte innecesaria.
En consecuencia, hacer todo lo contrario es poco aconsejable. Si de repente irrumpe otro texto en el medio del propio, va a ser difícil volver. Va a sacar al lector de lo que está leyendo y lo va a llevar hacia otro lado. Puede hacer olvidar de dónde se venía. Termina siendo Family Guy.
Todos los elementos de un texto deben ganarse su lugar, no sólo las intertextualidades. Pasa seguido que aparecen cosas que se salen de registro, o que pertenecen a concepciones obsoletas sobre de qué se trata cada texto. Es necesario podarlas, y lo que quede será mejor que lo que había.
December 5, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
EstiloComments Off on Falta de diálogo

Hay cierto estereotipo de que los escritores son seres poco sociales. Que escriben solos, para ahuyentar sus demonios, para evitar suicidarse durante un rato, o algo así. Como todas estas cosas, ese concepto es como mínimo exagerado. Está lleno de escritores que tienen gran predisposición social. Shakespeare, por ejemplo, según algunas teorías era en sí mismo mucha gente. Y podemos decir que sacar un libro es una manera de comunicarse con los demás. Si no, es inútil publicar.
En mi caso, no soy la persona más social del mundo. Tampoco la menos. Mi sociabilidad viene en aumento, y desde que escribo regularmente no para de mejorar. Lo que cambia con más dificultad es el concepto que tengo, según el cual no sé relacionarme con los demás. Que aparentemente es falso.
Digo todo esto para hablar de un hecho posiblemente curioso: la escasa cantidad de diálogos en Léame. Creo que sólo dos cuentos tienen secciones de diálogo, en los que dos o más personajes se dicen cosas sin intervención del narrador.
La tendencia natural que me di cuenta que tengo es no poner diálogos. Puede pasar que cite conversaciones en la prosa, y a veces me agarro escribiendo “A le dijo esto a B, y B contestó esto otro, a lo que A replicó tal otra cosa, entonces B dijo algo más”. En general cuando me agarro haciendo esto me freno y reescribo.
Pero pocas veces doy enter y aprieto alt+0151 para poner la primera raya de diálogo. Es como una especie de acontecimiento. Una interrupción en la escritura, una responsabilidad de que ese segmento valga la pena. Y hay un miedo: que todos los personajes hablen con el mismo estilo con el que escribo. Los que leen los diálogos que hago me aseguran que eso no pasa, pero no impiden que tenga miedo a que pase.
No sorprende entonces que los dos cuentos con varias secciones de diálogo sean los que tienen forma más clásica. El resto no digo que los esquiva, sino que no los tiene. Muchas veces esto es porque hay un solo personaje, o no hay personajes, entonces no hay posibilidad de diálogo. Otras veces alguno de los personajes es inanimado, y si se pone a hablar cambia drásticamente el registro.
En varias ocasiones, sin embargo, hay personajes, y lo que dicen no pasa de alguna cita esporádica entre comillas durante el texto. En general es porque no se me ocurre hacerlo, probablemente porque tengo algún tipo de historia que estoy escribiendo, y los diálogos no suelen avanzar demasiado. Voy a la acción. Pasó esto, pasó esto otro y después pasó otra cosa. Podría haber acción a través del diálogo, aunque sería más indirecto.
En los últimos tiempos estoy tratando de sacarme el supuesto miedo a los diálogos. Para eso me fuerzo a hacerlos. Hice, entre otros, un diálogo con mí mismo en el que me pregunto por qué demonios nunca escribi diálogos.
December 4, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
ContratapaComments Off on Contratapa disecada
Hoy, cuando la salida de Léame de la imprenta es inminente, es un buen momento para compartir en este espacio el texto de contratapa. Texto que no fue aprobado ni leído por mí antes de ser impreso.
Nicolás Di Candia pregunta provocativamente: ¿por qué no? Con una fórmula infalible, probablemente descubierta por Hollywood, plantea secuencias de orden-desorden, y vuelta a un “orden” que ya no es el mismo. En este viaje a través de submundos literarios fantásticos, papers científicos y crónicas pseudoperiodísticas, los personajes recorren –como recorre el mismo autor a través de todo el libro–, los límites del saber y del poder.
Las reescrituras de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y del Extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde, y en general todo el humor de Léame, tiene una estrecha relación con la literatura de Maslíah, la música de Les Luthiers, el humor de Monty Python, Larry David, Jerry Seinfeld y hasta Landrú. Este extraño conglomerado de intertextualidades e influencias se suman a las referencias a Julio Verne, la literatura infantil clásica y el cine.
[El doctor Frankenstein] bajó el switch. Varios rayos atravesaron la mesa de trabajo. Un ruido ensordecedor recorrió el enorme sótano antes de que se cubriera de humo. Cuando las partículas se disiparon, Domingo Faustino Sarmiento levantó el torso, arrancó las trabas metálicas que lo ataban a ella y escapó hacia la noche lluviosa.
Nos enfrentamos a textos donde no sólo pueden convivir seres extravagantes o fantásticos en situaciones grotescas, sino que la incuestionable lógica argumentativa eleva el nivel de la ocurrencia y la vuelve posibilidad factible, real.
Virginia Janza
Analicemos el contenido.
Lo primero que salta a la vista es que no deja grosso por nombrar. Podría tomarlo como una responsabilidad, un “uy, ahora el lector va a esperar que sea como ésos”. Pero no, son influencias, nada más. Es posible reconocer lo aprendido de todos esos (y de varios más) en el transcurso del libro.
Pero hay veces que la influencia funciona de maneras no tan directas. Por ejemplo, el cuento El carro que me quería, que se trata de un carrito de supermercado que tiene una rueda en malas condiciones, es fruto de una escena de Seinfeld en la que se cita a ese objeto como un mal tema para hacer humor. Acá el desafío es “yo lo puedo hacer”, y la ejecución es bastante contraria al estilo de Seinfeld. Me mandé para el rincón sensible, y salió algo que funciona.
Con Monty Python pasa algo distinto. No me ha llegado tan directamente. He visto bastante poco de su producción. Pero su influencia es lo suficientemente vasta como para que tenga claro que algunas cosas que recogí de otros lados tienen su origen ahí. De todos modos, a veces pasan cosas raras. El texto Alquiler de opiniones aparentemente se parece a un sketch sobre un restaurante en el que los comensales tienen un menú de opiniones o algo así. No lo he visto, y me dicen que no es lo suficientemente parecido como para que sea necesario modificar o sacar el cuento. Eso me ha pasado bastante con Cortázar. Tuve un período en el que parecía que cada idea buena que se me ocurría antes se la había escrito el bueno de don Julio. Y eso no es justo, porque vivió antes que yo. Así cualquiera.
La contratapa, sin embargo, no habla sólo de influencias. Antes de eso habla de Hollywood, de fórmulas, de orden y desorden. Creo que es cierto que hay mucho Hollywood en Léame. Ahora, en muchos círculos intelectuales eso es casi una mala palabra. “Eh, eso es re Hollywood”. No obstante, más allá de todos los defectos que tiene esa industria, ha producido muchas de las mejores películas de la historia del cine (y ha conseguido que varias de ellas fueran muy populares).
Sin embargo, me parece que la fórmula hollywoodense que se puede ver en Léame (que tampoco está todo el tiempo ejecutando fórmulas) es más de la televisión que del cine. Eso del orden, desorden y vuelta a un orden es característico de los capítulos de series, en los que hay que dejar todo más o menos igual que antes para cuando empieza el próximo. Es un ritmo que tengo muy incorporado. Tengo como la necesidad de resolver las historias. Hay gente que no necesita, que se mueve de A a un B que no tiene nada que ver. Suelo encontrar más orgánico usar los elementos que ya tengo para resolver. Y eso muchas veces implica vencer la situación que se presenta, resolver el conflicto.
Eso, claro, en los cuentos en los que hay algún conflicto que resolver. Hay otros que carecen de él, o que lo resuelven de maneras que no implican un regreso a ningún orden anterior. Quiero decir que no es una fórmula invariable, que no se debería poder adivinar el final de un cuento habiendo leído tres o cuatro de los anteriores.
December 3, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
EstiloComments Off on El humor como fin
Desde el principio quise hacer humor. Lo demás es/era secundario. Sin embargo, hay gente que opina que el humor puede ser un medio, pero no un fin. Me permito disentir.
Sospecho que hay mucha gente que analizó las cosas. No los he leído. Esto es lo que me parece, que puede tener o no el aval de grandes teóricos del arte o algo. Tampoco me puse a hacer un análisis de mis textos. Puede haber gente dispuesta. Yo me limito a escribirlos. Puedo, sin embargo, hablar de lo que me parece, como autor.
Lo que ocurre con el humor es que no tiene un soporte propio. Es una especie de componente que se pliega a distintas artes. Es como el baño de chocolate. Se puede aplicar sobre distintas comidas de distinta temperatura y forma, pero comerlo solo no es lo más aconsejable.
No existe el humor puro. Tiene que estar sostenido por algún tipo de estructura que le dé consistencia. La que elegí es la literatura. Está muy claro que la elección de la literatura es posterior a la del humor. Cualquier cosa que hiciera iba a intentar ser graciosa.
Entonces, con los años de práctica, me fui dando cuenta de que el humor no sirve para mucho si no se está diciendo algo, o cuestionando algo. No es que necesariamente tenga que ser contrario a la temática a la que se le aplica. Pero algún aspecto hay que modificar, poner en evidencia o en duda.
Otra cosa que aprendí con el tiempo es a no forzar. No insertar chiste tras chiste. Demasiado peso humorístico puede hacer caer la estructura, y queda una cosa vacía, amorfa, que no vale la pena mirar dos veces. Conviene dejar que el humor surja solo de las situaciones, de la lógica. Que la misma lógica de cada texto se preste al humor. Hay chistes que funcionan mejor aislados de otros chistes, y existen aquellos que sólo sirven si forman parte de un enjambre. Sospecho que es la práctica la que permite ir encontrando estructuras que se presten sin forzarse, y/o convertir sin dolor las que no.
Me cuesta escribir la palabra “chiste”. Me parece que un momento humorístico que surge naturalmente es algo así como lo contrario del chiste. Tengo cierta impresión de que es algo externo, un chiste se trasplanta a un texto, y tiene existencia propia, autónoma. Claro que se puede hacer, pero hay que saber hacerlo bien, porque se corre el riesgo de que brille demasiado, y quede fuera de lugar. Y eso es una especie de intento desesperado por ganar el favor del público. Y el público, al menos el que intento que disfrute mis textos, se da cuenta.
December 2, 2011
Posteó Nicolás Di Candia en
Recta finalComments Off on Cuatro que entraron justo

En el curso de la correción, algunos textos que ya estaban seleccionados y ubicados se cayeron del libro. Podría haberlo dejado así, sin ellos, pero sentí que había como un espacio vacío. Y lugar libre. Así que hice ingresar otros textos que no estaba previsto que estuvieran, y ahora forman parte de Léame sin que parezcan fuera de lugar.
El primero es Planta vegetariana. Es una simple descripción de una planta que es como si fuera carnívora, pero en lugar de alimentarse de insectos y otros animales, obtiene su nutrición de los frutos de otras plantas. Es una crónica de Darwin, de las pocas que aparecen en el libro.
Una mano lava a la otra también fue un agregado tardío. Se trata de un antropomorfismo, una historia sobre el lavado de manos vista desde el punto de vista de las manos. Una historia de egoísmo, cooperación, fraternidad y limpieza. Una fuente de inspiración para toda la familia.
Como había lugar para un texto cortito, hizo su ingreso Cuando digo quiero decir, que ya he descripto en una oportunidad. Se trata de un texto que contiene gran cantidad de repeticiones de palabras, aunque no tantas de conceptos. Es insistente, pero preciso. Es un texto que codifica el lenguaje de una manera específica, y quiere que se tenga bien claro cuál es y, sobre todo, cuál no. Es un texto escrito hace un par de años, no sé cómo no lo había puesto. Por suerte me di cuenta a tiempo.
Por último, algunos se sorprenderán al saber que Domingo de regreso es otro de los que casi no entran. Es el texto más nuevo de todo el libro. Puede que el título recuerde a “La autopista del sur”, pero no tiene nada que ver. Contiene conceptos sobrenaturales, históricos, cinematográficos, sociales y educativos. También va camino a convertirse en uno de los hits de Léame.
¿Por qué estos textos se habían quedado afuera? En tres de los casos la explicación es simple. Cuando empezamos a seleccionar textos, decidimos hacer un corte en el momento del comienzo. Los escritos después de cierto momento del año pasado quedaban afuera por razones logísticas. Pero mientras seguía mi producción. Hay varios cuentos que podrían haber entrado y sólo esa cuestión cronológica lo impidió. Los tres que lograron hacerse un lugar están entre los mejores, y gustosamente levanté la restricción en el tiempo de descuento para que pudieran estar y hacer de Léame un libro mejor.
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