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En este solemne acto se lanza el sitio Literatura de Mierda.

El objetivo de esta web es recopilar piezas literarias escritas por todos los que quieran y/o se animen a participar. La única condición es que la temática de estas piezas tiene que ser fecal.

Puede serlo de cualquier forma. Se acepta desde la escatología más cruda hasta imperceptibles referencias difíciles de captar por su elegancia. Los textos pueden estar escritos de cualquier manera: prosa, poesía, mixtos, ensayos, hipertextos, etc.

El proyecto parte de la convicción de que se puede hacer buena literatura con temáticas a veces despreciadas, a veces ignoradas, pero que logran recurrir con diferente regularidad según cada persona. No debemos olvidar el papel fundamental que el baño tiene en la literatura. Sin él, la riqueza intelectual de grandes cantidades de personas se vería seriamente limitada. Es menester, pues, celebrar el lado menos fotogénico del asunto.

Los textos serán publicados en literaturademierda.com.ar, a medida que vayan siendo aprobados por el comité de selección que, por el momento, sólo está compuesto por este autor. Algunos propios seguramente serán publicados también, dado que existen varios que cumplen la consigna.

Usted, querido lector de Crónicas de Léame, está invitado a enviar sus textos. Anímese. Sabemos que puede.

Cada vez que viene marzo, me acuerdo de lo que significaba ese mes cuando iba a la escuela: el principio de las clases. El fin de la libertad, para ser reemplazada por levantarse muy temprano para meterse en un ambiente de convivencia forzada y obediencia de reglas absurdas. Siempre que las clases empiezan antes del 10 de marzo, me indigno de que me saquen un poco de las vacaciones, por más que ya no vaya a la escuela.

Pienso en el primer día de clases, que tienen reencuentros felices, pero también una conciencia del paso del tiempo, un certificado de que algo cambió. Hay gente nueva, gente que no está más, y nuevas modalidades a las que acostumbrarse. Los primeros días de clases son de estudio, como en el boxeo. Ver cuáles son los límites, qué se puede hacer, dónde están los lugares cómodos, tener una idea del tono que va a tener el resto del año.

A medida que pasó el tiempo, el primer día de clases se multiplicó por la cantidad de materias distintas. Entonces empezó el rito de las presentaciones, no sólo de los docentes, sino de los alumnos. Palabras de bienvenida pensadas para romper el hielo, que lo único que consiguen es crear más hielo. Es como la angustia de la hoja en blanco, del principio de un proceso, pero con la certeza de que la hoja en blanco se va a llenar, y se derrama una lágrima por el blanco que pronto no estará.

Esto me ocurrió todos los marzo desde que empecé la escuela hasta que terminé la facultad. Cada vez que quiero hacer un curso o algo, pienso en el primer día y es un obstáculo a franquear. Algunas veces se me ocurrió hacer otra carrera. Y pensé en todos los primeros días que iba a tener que atravesar. Y me di cuenta de que no tenía ninguna intención de volver a pasar por eso.

Ese día me di cuenta de que mi educación formal había terminado.

Existen tres tipos básicos de Homo sapiens.

La gente Hotmail se caracteriza por dejarse llevar por lo que hacen los demás. Nunca analizan demasiado los pasos a seguir. Se contentan con ver lo que hicieron los otros, y hacen eso. Es muy difícil hacerles entrar algo en la cabeza. Sin embargo, cuando se logra, permanece durante mucho tiempo, precisamente porque ideas posteriores tendrán la misma dificultad. El lado bueno de esto es que si una idea logra penetrarlos, significa que el resto de la población ya la tiene más que clara.
Son gente que confía en los demás, pero que no presta atención. Si están por cruzar la calle, no siempre miran hacia ambos lados. Prefieren que miren los demás, los que cruzan, entonces obedecen el cruce mayoritario. Se sienten seguros dentro de las multitudes. Nunca van a entrar en un restaurante vacío, porque evidentemente eso es signo de que la comida no es buena.

La gente Yahoo es un poco más pensante. Les gusta pensar. Les gusta sobre todo la idea de pensar. Pero no se aventuran a pensar cosas que no les parezca que deban ser pensadas. Nunca entendieron de qué se trata la letra de All you need is love. No les gusta el escándalo, ni que se grite. Piensan que el mundo debería tener paz, y que todos nos deberíamos entender, respetando las ideas y las creencias de cada uno, aun las que no son respetables. Tienen una idea de que la realidad no existe, sino que hay tantas realidades como puntos de vista, eso les permite pensar cosas que no se sostienen.
No son amigos de la lógica. Prefieren los slogans, los chicles mentales. No les parece que sea necesario pensar dos veces las cosas. Si alguien las pensó, particularmente si es un intelectual prestigioso, seguro que está bien. Dejan el razonamiento para los profesionales. Les gusta el arte popular, y saben que es para las masas, no para ellos. Porque ellos no pertenecen a las masas, por más que están de acuerdo con que existan y tengan su arte. Sin embargo, ellos tienen el propio. Aman el jazz, aunque no lo escuchen nunca. En su lugar, consumen productos intelectuales con gran voracidad, porque no tienen la molestia de analizarlos. Eso lo dejan, una vez más, a los profesionales, como los críticos, cuya opinión hacen propia y se encargan de distribuir.

La gente Gmail, en cambio, quiere pensar. Trata de hacerlo por sí mismo, aunque no siempre les sale. Comparten códigos, frases provenientes de la cultura pop (que no es lo mismo que la cultura popular) que para el gran público no significan nada pero les permite identificarse entre sí. Se consideran gente especial, personas adelantadas, que saben ver hoy lo que los demás verán en el futuro, o no verán nunca. Disfrutan entonces de las ventajas de estos adelantos, aunque se ven perjudicados por la escasa popularidad. En algunos casos, adelantos perfectamente espectaculares no llegan a expandirse más allá de la gente Gmail, y nunca logran hacerse viables económicamente.
Tienen un cierto desprecio no por lo popular, pero sí por lo repentinamente popular. Desconfían de las masas, por más que les gustaría estar en consonancia con ellas (en realidad, que ellas estuvieran en consonancia con ellos). Sus opiniones están respaldadas por excelentes razones, o razones que creen excelentes, y no conviene discutírselas, porque se corre el riesgo de que no poder callarlas más.

Los tres tipos de personas suelen poder identificarse mediante el servicio de mail que usan. Incluso, muchas veces puede predecirse qué mail usan según su personalidad. Pero cuidado: no es así siempre. Existe gente Yahoo que usa Gmail, posiblemente por tener amistades dentro de esa comunidad. O tal vez porque la novedad de Gmail ya se está empezando a extender entre los usuarios de Yahoo. Si es así, la gente Gmail pronto dejará de serlo, y adoptará otro medio de comunicación para identificarse. La gente Yahoo también abandonará su lugar, y pasará a ser la gente Gmail. La gente Hotmail tal vez viva esta movilización en algún momento. Pero no será pronto. Lo que se sabe es que, cuando empiece la mudanza masiva, la que hoy es gente Yahoo y Gmail huirá de su vecindad. Cada uno se forzará a encontrar el nicho adecuado para su persona.

A los siete u ocho años, descubrí que era posible tener sellos de goma con la inscripción que uno quisiera. Los vi en casa, un día, conteniendo el apellido familiar. Me maravilló el concepto. Un negocio lleno de sellos, uno al lado del otro, interminables, con todos los apellidos posibles. Tal vez los sacaban de la guía telefónica. Cuando uno iba a comprar, decía su apellido y el comerciante buscaba entre los sellos el correspondiente. Igual que en las mercerías cuando uno quería comprar un botón en particular.

Me pareció que eso era necesariamente un negocio tedioso, porque era seguro que iban a ir a ese negocio en particular muchas menos personas que los apellidos existentes. Entonces había dos opciones: operar a pérdida, o venderlos muy caros, para compensar la fabricación inútil de sellos que nunca nadie iba a comprar. Pensé entonces que era por eso que no había visto sellos en ningún lado hasta ese momento: como eran caros, pocos se daban ese lujo. Y era una lástima, porque mientras más gente los comprara, la lógica hubiera indicado que tendrían que abaratarse.

Todo se aclaró cuando me llegó el concepto de encargo. Resulta que alguien va a un negocio y pide un sello que diga lo que quiera. Después, en una segunda visita, obtenía el sello realizado especialmente. Es muy lógico y desde el punto de vista de la eficiencia funciona muy bien. Claro que a expensas de la velocidad de la transacción. Esto significaba que no podía querer un sello que dijera cualquier cosa y obtenerlo a los cinco minutos. Pero abarataba mucho el costo de cada uno.

De chico tenía esa clase de razonamientos. Sabía que los tenía, el asunto era que no sabía diferenciarlos de los verdaderos, porque me faltaba información, porque era chico. Me limitaba a razonar con los datos que tenía.

Unos años antes mi familia se mudó. Dejamos un departamento para ir a una casa. Me llevaron a verla antes de decidir la compra, no para que participara en la decisión, porque tenía cuatro años, pero la vi. Y noté algo alarmante: en esa casa vivía gente.

Presumiblemente, esa gente se iba a ir antes de que viviéramos nosotros. Era lógico. Pero, ¿adónde irían? Y, lo lógico era que fueran al departamento que dejábamos, que iba a estar vacío. Sin embargo, cuando ocupamos la casa, durante un tiempito el departamento se mantuvo sin gente. Resulta que todavía no se había vendido. ¿Qué había pasado, entonces, con la familia que vivía en la que ahora era nuestra casa? Respuesta: se habían ido a vivir a una tercera casa.

Esto me hizo ruido. La respuesta que había obtenido implicaba que la gente que ocupaba esa tercera casa antes tenía que mudarse a una cuarta casa, para permitir a los que venían de la nuestra ir a la suya. Y los de la cuarta necesitaban una quinta, que requería desalojar a la gente que hubiera para ir a una sexta, y así. Me pareció algo de nunca acabar. Había descubierto, sin saberlo, el concepto de recursividad.

Era impresionante todo el movimiento que ocurría sólo porque nosotros nos habíamos mudado. Sólo era posible terminarlo cuando alguien de la cadena encontrara lo que había sido nuestro viejo departamento y se mudara ahí. Esto, sin embargo, parecía no estar dentro de las posibilidades. Iba a ser otra gente, que venía de un proceso separado, la que ocupara ese lugar.

Todo este procedimiento interminable me pareció demasiado complicado como para ser real. Concluí entonces que se trataba de una fantasía que me había hecho con mi mente infantil, y que los adultos seguro entendían cómo era. Me bastaba esperar a la adultez para que me fuera revelada la verdad.

No se me ocurrió sospechar que todo ese proceso recursivo no es otra cosa que el mercado inmobiliario, y que no existe una forma mejor de mudar a la gente. Darme cuenta de esto me generó dos sensaciones. Una fue satisfacción por haber dado con la solución correcta a temprana edad. La otra fue cierta frustración, porque si la mejor solución es una que un chico de cuatro años puede pensar, probablemente algo falle en este mundo.

A continuación, transcribiré algunas selecciones de un diario semipúblico que hice para un proyecto de taller en 2009. Van sin corrección, por lo tanto los errores son de origen.

Me da la impresión de que a nadie le interesa leer lo que pasa dentro de mí. Capaz que me equivoco. Me parece que si lo que me pasa también le ocurre a otros, y logro expresarlo, entonces sí existiría algún tipo de interés. Pero eso es porque estaría expresando lo que les pasa a los otros, no porque les interese lo que me pasa a mí.
A veces escribo basándome en esas cosas, y en general no me importa ser fiel a la realidad o a lo que siento, sino hacer el mejor texto posible. Eso a veces coincide con poner lo que me pasa, y a veces no.

A veces, cuando integro grupos, me da la impresión de que si me muestro demasiado voy a caer mal. Pero hubo algunos casos en los que, cuando me mostré sin tratar de dar una impresión en particular, caí bien. Pero igual me cuesta hacer eso, sobre todo en grupos grandes. Pienso que no les interesa conocerme. Y a veces me encuentro con que me conocen más de lo que creía.

Tengo pocas ganas de ser adulto, y muy pocas de no serlo. A veces me parece que no asumo que ya lo soy. A veces sospecho que actitudes como no tomar alcohohl obedecen a eso, aunque sé que no necesito alcohol para ser adulto. Sé muy bien que la idea es conservar la frescura de cuando uno es chico aún cuando no lo es, pero es mucho mhás fácil de decir que de concretar.
Mientras tanto, sigo sin saber ponerme una corbata.

Últimamente no estoy escribiendo cuentos con personajes. Menos todavía con personajes con nombre. Por un lado está bueno porque no tengo que pensar nombres (detesto a los que sólo hablan de Juan y Pedro). Aparte salen cosas piolas sin usar personajes. Pero algún sector de mí considera que sin personajes con nombre no son cuentos de verdad.

A los niños les gusta el chocolate. Los padres, sin embargo, quieren que coman menos chocolate y se nutran más. Pero la comida nutritiva no es rica. Ciertamente, no es tan rica como el chocolate.

En este contexto aparece el huevo Kinder. Perverso instrumento de demagogia y corrupción. Se vende mediante diabólicos argumentos, diseñados para ser atractivos para niños y padres.

Se trata de un huevo de chocolate, y con eso ya consiguen que los niños inocentes quieran probarlo. Pero los padres no comprarían seguido una cosa así. Por eso el Kinder deja tranquilos a los progenitores, que son los que pagan o no, al hacer que la parte de adentro del huevo sea blanca. Así, puede venderse como de contenido lácteo, y de esta manera los padres pueden hacerse la idea de que hace bien a sus hijos. El chico va a pensar que es chocolate y va a comer la leche incluida en este huevo, piensan los padres.

Los niños, sin embargo, no son tan fáciles de engañar. Un mordisco deja ver las paredes interiores claras. Entonces los perversos fabricantes decidieron que la cosa no se termina ahí. Cada huevo incluye una sorpresa. Un pequeño juguete, encerrado en una especie de llema amarilla, que no se puede saber exactamente cuál es hasta abrir el huevo. Así, los niños tienen un estímulo extra para comerse ese chocolate que no los engaña: la idea de que les quedará algo más que el envase cuando el huevo se termine. Podrán jugar con la sorpresa prometida.

Los padres, entonces, logran la ilusión de nutrir bien a sus hijos mediante la promesa de un soborno, para que el niño ignore lo que sabe perfectamente: que ese chocolate no sirve para nada. Después los niños crecen, y saben desde tempranas edades que la corrupción es algo natural, no sólo practicado por ellos mismos sino estimulado por sus propios padres. Entonces van y compran huevos Kinder para sus propios hijos, perpetuando el problema. Después se quejan de que el mundo ande como anda. No sé adónde vamos a parar.

Diría que es necesario que alguien piense en los niños. Sin embargo, ése es el problema. A ver si los padres piensan un poco menos en los niños, lo suficiente como para no ser engañados por productos que sólo están interesados en parecer nutritivos.

No es mi objetivo ofender a nadie. Prefiero que se rían con lo que escribo, o que lo encuentren interesante, o que les guste como sea. Ahora, que no me interese ofender no significa que esté buscando escribir sólo cosas inofensivas. Hay mucha gente que, por miedo a ofender, deja de decir lo que le parece y lo reemplaza por lo que cree que le tiene que parecer.

Mi caso es el contrario. Si algo que escribo puede ofender a alguien, que se ofenda. No es una amenaza, es algo que está escrito. Sería mucho peor atajarme.

Cuando se tratan temas sociales o políticos, el asunto es desafiar lo “establecido”. No necesariamente lo establecido por ciertos poderes, sino lo que uno no se cuestiona. No necesito cuestionar lo que los otros ya cuestionan, prefiero cuestionar lo que no, porque nunca está de más asegurarse que lo que uno piensa está bien pensado.

Muchas veces, las ideas que son ofensivas van a lo no cuestionado. A lo que uno sabe que tiene que pensar. Pero siempre está bien preguntarse si debe pensarlo, si se sostiene, si se aplica, si es compatible con las verdades. Y si una idea cumple estos requisitos, no tendrá problemas en sobrevivir el cuestionamiento, y lo hará fortalecida.

El problema son las ideas que no se sostienen, y no resisten a cuestionamientos. Una de las tácticas que usan para evitar ser sometidas a ellos, es aparentar ser incuestionables. Y una de las recetas para lograrlo es ofenderse cuando se las cuestiona. Eso no tiene que impedir examinarlas, incluso tendría que funcionar como estímulo para hacerlo.

Ocurre mucho con el concepto de lo “políticamente correcto”. Hay ideas que no se pueden mencionar en público. En algunos casos es razonable, en otros no. El asunto es cómo diferenciar los razonables de los que no. Respuesta: cuestionando a todos. No hace falta negar la veracidad de ningún concepto aceptado, sino admitir la posibilidad de que sean falsos. ¿Cómo sabemos que sabemos lo que sabemos?

Hace unos años, aparecieron en muchos lugares referencias a una película a la que se denominaba “la película del Hitler bueno”. Inmediatamente me intrigué. Me dieron ganas de verla. ¿Cómo sería una película así? ¿Cómo podrían sostenerla sin provocar tremendos escándalos? ¿Qué punto de vista permite afirmar que Hitler era bueno? Una película así era una oportunidad para entender algo que está muy claro que fue no bueno sino terrible, pero ocurrió. Capaz que sirve para entender cómo es que las cosas terribles logran ocurrir a pesar de ser terribles y estar todos en condiciones de darse cuenta de lo que son. Nunca pensé que la película me iba a hacer admirador de Hitler, ni que los que la hicieron lo fueran.

La película resultó ser La Caída, la misma que es protagonista de un montón de videos de YouTube con subtitulados parodiando cualquier situación. Y resulta que no contenía un “Hitler bueno”. Contenía un Hitler desde un punto de vista cercano, con ciertos gestos humanos. Y aparentemente eso era el problema. ¿Cómo van a humanizar a Hitler? pensaban algunos.

Sin embargo, eso es lo interesante de la película. Resulta que Hitler no era un extraterrestre, sino un Homo sapiens igual que todos nosotros (este texto fue escrito por un Homo sapiens para ser leído por sus semejantes). La película lo muestra seductor, amable y también propenso a la ira y la locura. No lo muestra como una víctima, ni como un héroe, ni como un villano caricaturesco, sino que intenta, digamos, entenderlo. Dar una idea de cómo eran esos días en el bunker, cuando la derrota bélica estaba al caer y el mundo artificial que había creado se desintegraba ante sus ojos (o los de los que estaban afuera y se lo contaban).

Se trata, entonces, de una película muy interesante, mucho más que si buscara ser “por qué Hitler era malo”. Algo que no tendría ningún atractivo para ver, particularmente porque ya lo sé. Pero mucha gente se ofendió ante la humanización. Y sospecho que lo que los ofendía no era que alguien hiciera un retrato humano de Hitler, sino que un humano pueda hacer las cosas que hizo. La mala noticia es que un humano hizo las cosas que hizo, y si esa idea es muy difícil de digerir, lo siento. Es lo que ocurrió, y conviene saberlo, porque hay muchos humanos, y seguramente no fue uno solo el que era capaz de todo eso.

Así que si alguien se ofende, una lástima. Siempre se puede elegir pensar en otra cosa. Lo que no está bien es no decir lo que uno quiere por miedo a que alguien se ofenda.

Al comprar mi auto, me ocupé de tener varios elementos que me parecían indispensables. El principal fue una buena guía que incluyera todo el Gran Buenos Aires. De esta manera, podía aventurarme a lugares que no conocía sin temor a perderme.

Fue necesario también un acostumbramiento. Hacía varios años que no manejaba, y estaba un poco oxidado. Sabía que con algunos días o semanas de manejar me iba a volver a familiarizar con todo lo que implica. Los primeros días, sin embargo, estaba algo descolocado, no sólo con mi reinserción al tránsito sino con los avatares de un auto desconocido. Tuve que aprender a abrir el tanque de nafta, a encender las luces, a calibrar el embrague. Todo eso. Nada especialmente desafiante.

Pocos días después, como el auto era usado, lo llevé a un taller para que le revisaran y arreglaran todo lo necesario. Este taller quedaba en Flores, y fui ahí porque me lo habían recomendado, a pesar de que vivo en Parque Patricios. Pero para qué tengo auto, puedo ir a Flores. Lo que hice antes de dejarlo fue sacar todas las pertenencias, porque iba a pasar por varias manos y tampoco era cuestión de arriesgarme a que algún desconocido se hiciera con las cosas que acababa de comprar. Total, sabía volver desde Flores. No necesitaba mapas.

Pero hete aquí que cuando lo fui a buscar, poco después de emprender el regreso, me invitaron a una casa en Belgrano. Entonces el destino, cuando ya había partido, cambió. Ahora tenía que ir exactamente para el otro lado. Pero hay un detalle: la comunicación entre Belgrano y Flores no es buena. Ambos ex pueblos incorporados a la ciudad están bien preparados para que la gente vaya de ellos al centro, no tanto para intercambiarla entre sí.

No obstante, existen formas de llegar. El asunto es que no las conocía. Pero como estaba más o menos orientado, sabía la dirección general que tenía que llevar. O eso pensé.

Empecé a manejar, tratando de encontrar alguna buena avenida que me llevara más o menos directamente. Mientras, trataba de continuar acostumbrándome al auto, que encima había cambiado un poco el feeling con los arreglos del taller. Pronto empecé a perderme. Como no tenía guías, ni mapas, ni nada, debía valerme de mi instinto (los hombres no preguntamos a los transeúntes). Lo bueno es que tenía tiempo.

Pero empezaron los problemas. Avenidas atascadas, vías que tenía que atravesar y no sabía por dónde, calles que terminaban, calles que se bifurcaban y de repente me iba para otro lado. Se hizo de noche. Tuve que prender las luces, no es problema. Pero también se largó a llover. Y ahí tuve que prender el limpiaparabrisas, que no sabía cómo hacer. Me di cuenta bastante rápido. Sin embargo, tampoco estaba muy acostumbrado a frenar en ese auto, con o sin lluvia. Entonces tuve que tener extra cuidado, mientras trataba de mirar los carteles de las calles para no sólo saber por cuál iba, sino ver si conocía a alguna de las que cruzaba. Tal vez alguna me podía llevar a mi destino.

En el medio, tenía que lidiar con el tránsito de hora pico, y con peatones que se cruzaban por todos lados. En un momento, noté que los carteles indicadores de nombre de calle (eso que aparentemente se llama “mobiliario urbano”) cambiaba. “Qué raro, un barrio con carteles azules”. Resultó que había agarrado la avenida San Martín para el lado opuesto al que creía, y lo que pensé que era el puente era la General Paz, y me encontraba en lo que más tarde supe que era el partido de San Martín. Así que di media vuelta y volví. Se me ocurrió agarrar, ya que estaba, la General Paz, pero en la dirección que me llevaba a Belgrano vi las luces rojas que indicaban innumerable cantidad de autos, y desistí.

Al final logré ubicarme y llegar, con bastante atraso. Pero fue luego de una aventura, donde tuve todos los obstáculos juntos y era necesario enfrentarlos por mí mismo, sin ayuda.

Me gustaría decir que aprendí de esa experiencia. Aprendí que el camino es propio, y que es necesario hacerlo sin depender de los mapas. Que vale más cuando uno encuentra la salida que cuando mira las soluciones. Que nada reemplaza a la experiencia propia. Me gustaría poder decir todo eso. Pero no es así. No aprendí eso. Aprendí, más que nada, a usar ese auto. A tener confianza en mi manejo, y a reconocer la General Paz.

Seguramente hay lecciones para la literatura. Paralelos que cualquiera puede hacer sobre los caminos de escribir, y todo eso. Sin embargo, como cualquiera los puede hacer, usted está invitado a hacerlo, querido lector, si tiene ganas.

Me da la impresión de que, cuando uno quiere desempeñarse en áreas artísticas, vale la pena formarse en ámbitos diferentes del que uno quiere formar parte.

No estoy seguro de que sea cierto. Puede serlo sólo en algunos casos. Pero que haya instancias en las que no es válido no implica que sea algo que no tenga ningún mérito.

Vamos a ponerme de ejemplo. Siendo que escribo, tal vez sería lógico que estudiara Letras. Seguramente me daría cierta formación acorde a lo que quiero hacer. Sin embargo, nunca se me ocurrió estudiar semejante cosa. De hecho, nunca supe que existía una carrera así hasta mucho después de haber terminado la educación formal.

Sin embargo, no siento que no haber estudiado Letras me perjudique. Al contrario, la carrera que estudié, más relacionada con el cine, aporta a lo que escribo. No estoy mandando permanentemente tecnicismos cinematográficos. Pero sí pienso de una manera distinta de la que me parece que pensaría de haberme preparado en “lo mío”.

Debe ser algo parecido a saber idiomas. Son diferentes maneras de pensar, que otorgan vocabularios distintos (y en el caso de los idiomas, eso no es metáfora). Estructuras distintas, que al ser aplicadas a otros medios otorgan resultados de características más salientes.

No estoy diciendo que los que escriben habiendo estudiado letras serán más predecibles, ni nada por el estilo. Es perfectamente válido. Simplemente, quiero hacer notar el aporte de una carrera diferente aplicada a algo que no se suponía que tenía que servir.

En mi época, fue Xuxa. Hubo muchos pánicos morales sobre contenido oculto en discos, ése fue el que me hizo conocer el fenómeno.

Resulta que en 1991 la artista brasileña llegó al país y rápidamente conquistó el mercado infantil con su programa que salía todas las tardes. Esto traía las consecuencias de marketing correspondientes. Había muñecas, cartucheras, pósters, toda clase de productos con su imagen. El principal era el disco, que además de la imagen traía el sonido de sus canciones. Eran varios discos, que se podían obtener en el original portugués o en la versión traducida al portuñol que podía oírse por la tele.

Fue un fenómeno arrasador, que barrió con todos los otros programas infantiles. De repente, los indefensos niños estaban recibiendo cualquier cantidad de influencia de esta artista extranjera que, decían las malas lenguas, tenía antecedentes en el cine porno. Entonces muchos padres preocupados decidieron que era necesario que alguien pensara en los niños, y preferentemente no fuera Xuxa quien lo hiciera.

Empezaron entonces a buscar razones para no confiar. Y pronto encontraron. En esa época uno de los formatos de audio más populares era el casete (pronúnciese “caset”), que consistía en una cinta magnética grabada con música. La cinta estaba grabada de un solo lado, pero según el sentido en el que se la hiciera correr, se podía oír diferente contenido. Para esto era necesario dar vuelta el casete, del mismo modo que se daba vuelta un disco de vinilo.

Pero hete aquí que había una manera más o menos sencilla de hacer correr no la cinta, sino la música al revés. Era necesario desarmar el casete y dar vuelta la cinta, para que después, al reproducirlo, entrara en contacto con el lector magnético el lado opuesto. Así, la música se escuchaba hacia atrás. Esta operación hoy se puede hacer muy simplemente con cualquier software de audio, a nadie se le ocurriría ponerse a hacer semejante enchastre. Pero en esos años era la manera más sencilla de lograr el mismo efecto, aunque con una gran pérdida de contenido.

Entonces, los preocupados padres se pusieron a escuchar a Xuxa al revés. Y descubrieron algo monstruoso. Había mensajes satánicos escondidos en las canciones. Si se prestaba mucha atención, y se sabía lo que se estaba buscando, podía oírse algo que alguien decía en las grabaciones, y si se prestaba más atención, podía descifrarse que era una frase expresando adhesión a Belcebú.

Esto no dejaba dudas de que Xuxa era una agente del Diablo que venía desde el extranjero a atraer a los niños inocentes hacia la perdición. No se sabía cuál podía ser el mecanismo. De qué forma un mensaje que sólo podía escucharse si a alguien se le ocurría dar vuelta la cinta de un casete podía llevar a un niño a ser discípulo de Lucifer. Pero no importaba. Era encesario mantenerlos lejos de sus nefatas influencias. Por eso, seguramente, muchos padres prohibieron a sus hijos todo contacto con Xuxa.

Después de todo este asunto me enteré de que lo mismo ocurría con muchos músicos. Aparentemente, era común que las grabaciones al revés tuvieran mensajes satánicos. Conocí la historia del “Paul is Dead” y me fascinó toda la mitología que podía crearse alrededor de nada. Todavía, cada tanto, sale algún escándalo similar, y algunas mentes impresionables se dejan impresionar por estas cosas.

Como no quiero ser menos que todos los grandes artistas, decidí que un libro mío no debía dejar de tener algo así. De modo que inserté un mensaje satánico en una parte de Léame. Si usted, condenado lector, se ocupa de leer cierto pasaje al revés, podrá descubrirlo. En ese caso, tal vez el Bajísimo suba a reclamar su alma. Si eso ocurre, este autor declinará toda responsabilidad.

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