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Después de dos años de abstinencia voluntaria de periodismo deportivo, me puse con mucho entusiasmo a ver los Juegos Olímpicos. Es algo que me encanta. Me gusta ver deportes en cuya existencia no pensé durante cuatro años, como el canotaje. Me gusta ver la natación, y disfruto de los espectaculares gráficos en pantalla que marcan ganadores y récords.

La transmisión de este año tiene la particularidad de que va por tres canales. TyC Sports, que viene transmitiendo los Juegos desde 1996, y dos de ESPN. Todos tienen un equipo de enviados. El de TyC es Bonadeo que, como siempre, se calza el pañal y transmite toda la jornada, todas las jornadas. Las transmisiones tienen las mismas virtudes y defectos de siempre.

Pero mi abstinencia me desacostumbró a algunas cosas. Porque descubrí también que vengo teniendo abstinencia no sólo de periodismo, sino de lenguaje televisivo. Y la transmisión de los Juegos Olímpicos no es deporte, sino televisión.

Entonces lo que importa no es transmitir los juegos olímpicos, sino hacer rating. Son las reglas del juego, está claro, pero tienen resultados algo inconvenientes. Uno es que se prioriza en forma absoluta la transmisión de competencias donde hay alguien de la nacionalidad del país para donde se transmite, en este caso argentinos. Por eso, hay escasas imágenes de deportes que están buenos pero no tienen (o tienen pocos) argentinos, como el waterpolo, el badminton o el tenis de mesa.

Están todo el tiempo anticipando y recordando las participaciones de argentinos, en lugar de ocuparse de transmitir los Juegos Olímpicos. No es problema en los casos en los que están en el nivel más alto, como pasa con el basket o el hockey. Pero también transmiten cosas como el handball, donde el equipo argentino está contento con haber clasificado a los Juegos, y no tienen problema en dedicar horas completas a sus partidos.

¿Está mal que pasen a los argentinos? No. Incluso, está bien. Seguramente los que siguen los deportes involucrados quieren ver al representante de su país. Claro que los que siguen a los deportes involucrados seguramente también quieren ver a las competencias de más alto nivel, que en general no involucran a los del país propio.

El asunto es que transmiten a los argentinos por nacionalismo. Porque quieren que el público se enganche a hinchar por sus compatriotas. La televisión no quiere espectadores, sino hinchas. Siempre fue así, no descubro nada. Pero no saben lo claro que queda después de estar afuera un tiempo.

Se dan fenómenos curiosos. Por ejemplo, pasan el hockey femenino, donde la selección de Argentina siempre llega con aspiraciones de medalla. Genial. Por los comentarios de los enviados, parece que mucha gente esperara ver a esa selección, que es de las mejores del mundo. Presumiblemente, eso significa que hay una liga argentina que tiene buen nivel, porque cuenta con muchas de las mejores jugadoras del mundo. Sin embargo, nunca vi un partido de hockey de clubes televisado. Es más: no puedo nombrar un club de hockey. Puedo nombrar de vóley, de rugby, de básket, pero de hockey no. Es en parte ignorancia propia, porque, a decir verdad, mucho no me importa el hockey. Pero tampoco me importa el rugby, y he visto que hay una extensa cobertura de la actividad local.

El acaparamiento de la transmisión con argentinos se hace más notorio cuando hay dos cadenas compitiendo. Entonces, dos de los tres canales muy seguido transmiten lo mismo, mientras el canal secundario de ESPN se dedica a pasar los Juegos, si es que no hay algún otro argentino compitiendo. Es mejor que cuando transmitía un canal solo, no obstante es también un desperdicio.

Otra marca del lenguaje televisivo imponiéndose sobre lo deportivo es la búsqueda frenética de testimonios. Es muy importante hacer reportajes a los deportistas, por alguna razón. Lo entiendo: conseguirlos es una de las pocas cosas que pueden diferenciar a un canal de otro. Entonces televisan en vivo los testimonios conseguidos (en vez de algún deporte que se esté jugando) y no paran de anticipar su repetición. Habitualmente, los deportistas dicen que quieren seguir adelante, que van a poner todo para sacar el mejor resultado posible y que quieren darle una alegría al país.

También están los vicios de los periodistas. Algunos saben de lo que hablan, otros pilotean las transmisiones. Es muy fácil distinguirlos. Muchos, además, tienen miedo al silencio. Necesitan decir algo, aunque sea una estupidez mayúscula, supongo que porque piensan que, si no, la gente cambiará el canal. Entonces hablan de más, se interponen entre los momentos tensos y el espectador. Y rellenan con cosas como recordatorios de qué canal está uno mirando, y qué habrá más adelante. En muchos casos los recordatorios son tan frecuentes que uno empieza a dudar de que crean que valga la pena mirar lo que uno está mirando ahora. “Estamos transmitiendo la final de arquería, pero quédese en nuestra pantalla, porque ya vamos a repetir el testimonio exclusivo de un tenista que pasó la primera ronda, y que usted vio aquí, en la enorme cobertura que nuestro canal está teniendo en los Juegos Olímpicos”.

Los comentaristas de la play no hacen esas cosas.

El problema principal, de todos modos, es que hay alguien eligiendo por uno qué es lo que uno ve. Y en un evento de la envergadura de los Juegos Olímpicos, está claro que no sirve con un canal solo, y que hay multiplicidad de gustos. Claramente, la televisión se ve superada. Hace falta recurrir a nuevas maneras de transmitir. Este es un trabajo para YouTube.

Y efectivamente, YouTube transmite los Juegos en vivo, y transmite todas las señales que se generan (que no son todas las acciones de un momento dado, porque no todo se televisa). Hay una sola contra: no tienen los derechos para Argentina.

Acá el problema no es tecnológico sino de mentalidad. Las transmisiones online crean fronteras donde no existen. Aparentemente, el COI vende los derechos para web por región. Y en este sector del planeta esos derechos han caído en manos de los macanudos de Terra, del grupo Telefónica, que tienen montado todo un sitio con diferentes streams. Pero se nota que, además de la lentitud característica, la web olímpica no está pensada. Sólo hay links a los videos, que con un poco de suerte se ven (y están relatados por cronistas genéricos que hablan en un español neutro muy feo). Y, orgullosamente, proclaman que priorizan la cobertura de los deportistas latinoamericanos. La navegación es muy poco intuitiva. Hay que elegir entre lo que muestran, y ver si se puede ver.

También se permite ver eventos en diferido. Para ellos, en YouTube se aplican las mismas restricciones regionales arbitrarias. Es menester recurrir a Terra para ver, por ejemplo, finales de natación que uno se perdió en directo. Pero, ¿qué hacen? Las resumen. Pasan “los mejores momentos” de una carrera que dura cinco minutos si es larga. ¿Por qué? Para ahorrar ancho de banda, o porque están todavía inmersos en el lenguaje televisivo.

Es una lástima. Ojalá para los próximos Juegos la cosa esté más desarrollada, y tengamos más poder sobre lo que vemos. Quiero tener el control que tiene Bonadeo, operar el switcher y cambiar al toque a lo que quiero ver en cada momento. No creo que sea imposible.

Hay gente que no sólo reflexiona, sino que hace reflexiones. Lo creen muy importante, trascendente e inusual. Es como una canalización de entes externos, que reflexionan en el éter. Entonces, cuando una de esas reflexiones llega, ellos tienen el privilegio de hacerla llegar a los otros mortales.

Entonces proclaman: “voy a hacer una reflexión”. Es una manera de demandar silencio. También de pedir atención. Porque las reflexiones son exclusivas. No cualquiera puede hacerlas. Van a compartir su don, y requieren que el momento de hacerlo sea tratado con la importancia que se merece.

No es necesario ponerse de pie. Sólo escuchar. Dejar entrar las palabras, las verdades, que va diciendo el sabio. No dará sólo hechos. Nos hará llegar sus interpretaciones, unirá distintos conceptos que no parecen unidos entre sí. Y lo hará de maneras que nadie había sospechado antes.

Si la reflexión ocurre a fines de octubre, los de la Comisión Nobel se ponen nerviosos.

Durante el transcurso de las palabras, el silencio sólo es interrumpido por ellas. El público escucha. Sólo algunos entienden. Las personas que no sólo prestaron suficiente atención, sino que son lo suficientemente sofisticadas como para comprender (no ya entender) lo que se ha dicho. El reflexionador ayuda, hablando con lentitud.

Así, puede entonar en forma apropiada, dar la importancia merecida a cada palabra. Eso complementará su discurso, y lo hará llegar a más gente.

La persona que reflexiona, cuando se acerca al final, acelera un poco. Después llega a un clímax, y pronuncia una última oración que cierra todo de manera espléndida. La termina sin más palabras, porque ya no es necesario hablar, como esperando un aplauso. Pero el aplauso nunca llega, porque la gente está ocupada comprendiendo. Por eso se produce el más profundo de los silencios.

Mi contacto con la fiesta de San Fermín es mirar los encierros por televisón. La TV española los pasa en vivo, y esa señal suele ser repetida por Crónica TV. Es a las 3 de la mañana (las 8 en España) del 7 al 13 de julio, todos los años. Todo lo que sé proviene de esas transmisiones. Nunca investigué nada al respecto. Así que mis deducciones pueden ser erróneas. Sepan disculpar.

El encierro es la suelta de toros por las calles de Pamplona. Se arma un circuito que va desde el lugar donde guardan a los toros hasta la plaza donde se hacen las corridas. No sé cuál es el lugar inicial. Cuando la puerta se abre, los toros salen corriendo, y un montón de gente corre con ellos, tratando de evitar dolorosas corneadas. La carrera dura unos pocos minutos.

Pero eso no es lo principal. La transmisión arranca antes. Hay comentaristas y una previa, en la que se especula sobre lo que puede pasar, se habla sobre los distintos toros, hacen entrevistas a distintos personajes, reportan sobre los operativos en los hospitales, se comentan sucesos pasados y se muestran las ceremonias preliminares. Porque el encierro de San Fermín es, por supuesto, una fiesta religiosa.

Hasta donde puedo interpretar, la cosa es así. El tal Fermín es el patrono de Pamplona. La burocracia celestial ha establecido el federalismo, y diferentes santos han tomado para sí jurisdicciones geográficas y de actividad. Así, hay patronos de ciudades, provincias, países y profesiones. Y a San Fermín le tocó Pamplona, o el País Vasco. Algo así. Entonces en su día, 7 de julio, la zona lo celebra.

La idea del encierro me parece que es poner a prueba esa protección, o en su defecto poner a prueba la fe de cada uno. El asunto es que, como San Fermín los protege, pueden salir a correr con el toro, confiando en que no les va a pasar nada.

Para asegurarse de eso, momentos antes del encierro, se organiza una oración. Tiene un cántico fijo, que no me acuerdo bien, pero básicamente pide al santo protección. En la TV se lo transmite completo. Todos los “mozos” (así los llaman los comentaristas) están en la calle, supongo que frente a la iglesia, mirando la estatua del santo. Esa es la manera de rezar a una entidad que no tiene presencia física: fabricar una y rezarle a ésa.

El santo (su estatua) está en un lugar alto, posiblemente la ventana de la iglesia. Por televisión se ve cómo los mozos rezan al santo. Hay un plano general, después uno corto de ellos. Los sigue un plano del santo, inmóvil, escuchando.

Para mí eso es extraordinario. El director juzga apropiado mostrar el santo al que rezan los fieles, aunque no sea el santo de verdad, sino una estatua que lo representa. Esto puede ocurrir porque tiene tan metidos los códigos de la televisión que ni se da cuenta. O tal vez lo hace a propósito. Muestra al santo porque no sólo es su día, sino que, quién sabe, en una de ésas contesta. Mirá si el santo dice algo y justo la cámara está apuntando a otro lado. El director, al elegir esa toma, está dando una enorme muestra de fe.

Luego de ese momento trascendental, es hora de alistarse para el encierro en sí. Los mozos esperan la señal que indica que se ha abierto la puerta. Es un cohete, que puede ser que además de dar la señal sea lo que destraba la puerta, no sé. Cuando aparece el cohete, el encierro está empezando, y los comentaristas callan.

Permanecen en silencio durante toda la duración del encierro, hasta que el toro llega a la plaza. Con un cronómetro en pantalla, se transmiten imágenes de los toros corriendo, con gente adelante y atrás, a veces tratando de cornear a alguien, a veces sólo corriendo. Los mozos que están alrededor no siempre se comportan de manera civilizada. Tampoco parece que se hayan levantado hace unos minutos, siendo que son las 8 de la mañana. Más bien parece que hubieran estado toda la noche tomando. Entonces, algunos de los que corren con el toro muestran no estar en sus cabales.

Una vez que todos los toros llegan a la plaza, el encierro se da por terminado. Es el momento para las consideraciones de los comentaristas. Uno es siempre el mismo, es como el Macaya Márquez de los toros (aunque este año no estuvo, espero que goce de buena salud). Comenta que ha sido un buen encierro, o un encierro rápido, o un encierro tranquilo, o un encierro agitado, según el caso. Pero no le alcanza el tiempo para decir muchas palabras, porque rápidamente llega la repetición.

Ahí el comentarista puede ampliar sus conceptos. Las imágenes vuelven a mostrar lo ocurrido, y se pone especial atención en los momentos donde el toro agarró a alguien, o donde cayó, o donde quedó en una posición incómoda y se recuperó. Ocasionalmente, cuando hay alguien que corre demasiado cerca del toro o intenta provocarlo, el comentarista se indigna y se pregunta cómo alguien puede ser tan irresponsable.

Mientras tanto, los compañeros del comentarista intercalan detalles, como cuántas personas debieron ser atendidas, y cuántas han quedado internadas. También exclamaciones cuando en la pantalla aparecen imágenes dignas de ellas. Pronto la repetición termina, y ya no queda nada que decir hasta la fiesta siguiente. Con esto, la televisación queda completa, y los canales que la retransmiten vuelven a su programación habitual.

Durante la última mitad de los ’80, el mayor éxito de la televisión argentina era Seis para triunfar, un programa de juegos conducido por Héctor Larrea que iba los viernes a la noche. Con edad de un dígito, solía mirarlo. Me divertía, aunque no agarraba ninguno de los dobles sentidos que poblaban el programa y eran, probablemente, uno de los secretos de su éxito.

Uno de los juegos consistía nada más que en un fill in the blanks. Larrea pronunciaba una frase, reemplazando una de las palabras por “plin plin plin”. Me acuerdo que me daba orgullo acertar siempre, sin sospechar que toda la idea era ubicar el “plin plin plin” de forma tal que se formara en la mente del espectador una frase picante (?) que por televisión no se podía decir.

A pesar de su éxito arrasador (número 1 como cinco años), hoy Seis para triunfar no es recordado con gran estima. Sin embargo, otro programa de juegos que iba por el mismo canal tiene un lugar en el corazón de una parte importante de mi generación (los nacidos un par de años después, no tienen idea de qué les hablamos). Se trata de Atrévase a soñar (reducido del Venga y atrévase a soñar inicial), que iba todas las tardes a las 18 o 19, y era conducido por Berugo Carámbula.

El programa en sí no tenía nada de especial. Cuatro amas de casa (no era obligatorio, sólo que siempre eran amas de casa) competían en distintos juegos por premios otorgados por los auspiciantes. Como era un programa de la tarde, de menor presupuesto, la presencia de las marcas era aún más marcada que en Seis para triunfar. Entonces, el juego más recordado consistía en ordenar doce paneles con seis marcas, poniendo cada logo con su mellizo. Esto permitía a Berugo nombrar un montón de veces a cada marca.

Toda la gracia estaba en la conducción. Berugo Carámbula ponía toques de humor en todo lo que podía, convirtiendo en memorable algo que por sí solo era ordinario. Berugo, que tuvo una larga carrera como actor cómico, sabía poner caras, tenía gran timing para hacer chistes y hacía parte de ellos no sólo a las participantes, sino también al público (al que miraba, y también al falso público que estaba en el estudio, esa gente que trabaja de reírse a pedido).

Se permitía también apodar a los productos que vendía, como la aspiradora que llamaba “el marciano chupatierra”. Regalar una lona a las participantes que no hacían ningún punto en algún juego. O introducir frases como “hete aquí“, que no es de su autoría, pero estoy seguro de que unos cuantos la usamos sólo por su influencia.

Pero en este blog somos escépticos. ¿Qué posibilidades hay de que el factor nostalgia sea el que nos haga disfrutar de algo que en realidad no era tan bueno? Eso ocurre. Puedo ver algunas cosas que me gustaban de chico, como la serie ALF, y me doy cuenta de que no eran gran cosa. Programas como Atrévase a soñar hay a montones, y gente que recuerda con cariño programas así hay también a montones.

Pero viendo los videos me puedo dar cuenta un poco. Puedo ver el carisma de Berugo, y cómo la está remando para hacer entretenido un programa totalmente genérico y barato. Muchos lo intentan, no tantos lo logran. Vale la pena recordar a los que agarran un contenido y le sacan el máximo potencial.

Hoy hablaré de subte, sepan disculpar los no subtéfilos. Hablaré principalmente de los nombres de las estaciones.

El subte de Buenos Aires tiene un montón de recovecos donde se puede ver la historia. Algunas rarezas de la red son producto de decisiones tomadas hace muchas décadas, y de circunstancias que ya no existen.

Por ejemplo, la ausencia de una estación Juan B. Justo en la línea B no se debe al arroyo Maldonado, que pasa por abajo de esa avenida. Era posible en la época hacer una estación al lado del arroyo, a tal punto que en la línea D ocurrió exactamente eso (Palermo). El asunto es que, en la época que los hermanos Lacroze construyeron esa línea, el arroyo todavía no estaba entubado ahí. Entonces la B pasa por abajo (la D pasa por arriba del arroyo, por un puente). Como eso dificultaba la construcción, y en los años ’20 y ’30 no había mucha densidad de población en la zona, se decidió tener las estaciones más espaciadas. De ahí el tramo Dorrego-Malabia.

Pero Malabia no se llamaba así. Era Canning (tercera vez que menciono al bueno de George Canning en este blog). Pero a la avenida Canning le cambiaron el nombre varias veces. La estación homónima de la línea D siguió los cambios de la avenida (no así el taller adyacente, que sigue siendo Canning). En la B, como estaba ubicada en la paralela, se decidió ponerle Malabia, y de paso quedó definitivo. Hasta el año pasado, cuando a algún cráneo se le ocurrió agregarle el nombre de Osvaldo Pugliese a la estación, porque no hay mejor manera de homenajear a alguien que con una estación de subte con su nombre.

El tema con los nombres de las estaciones de subte es que son básicamente indispensables. En las calles no hacen mucha falta. Son útiles, pero si no estuvieran, la cultura se encargaría de asignarlos, y la gente las conocería por alguna referencia. En el subte, no es factible, porque no son más que puntos de luz en el túnel. Necesitan un nombre que las identifique claramente, y ese nombre tiene que ser geográfico, hacer referencia a calles o elementos que permitan conocer la ubicación. Y esos nombres tienen que ser claros, para que puedan ser leídos con un golpe de vista cuando uno está en el tren lleno y apenas se ven las señales a través de la gente.

Por eso no es razonable llenar los nombres de homejanes. Malabia es mejor que Malabia-Pugliese. Para los homenajes existen los bustos, murales y toda clase de recursos perfectamente válidos. El problema es que ya hay un antecedente: la estación Carlos Gardel de la misma línea, que alguien decidió que en lugar de Agüero debía tomar el nombre del cantor francés.

En el caso de Gardel el nombre está un poco más justificado. La calle Carlos Gardel está a media cuadra, y la zona del Abasto está asociada con el Morocho de Ahí Mismo. Pero lo lógico sería que la estación se llamara Abasto, siendo que está exactamente en la puerta del Mercado, que hoy convertido en shopping sigue dando nombre al barrio (por más que ese nombre no sea oficial, es como todos lo llaman).

Unos años antes, alguien decidió que estaba mal que estaciones de distintas líneas tuvieran el mismo nombre. Es un criterio curioso. Por un lado, nombres únicos permiten saber en qué línea está uno con sólo conocer la estación. Pero por otro lado, los nombres repetidos tienen la ventaja de que se puede comparar fácilmente la altura a la que uno está respecto de otra línea.

Así, la línea A sufrió algunos cambios, al estar en una avenida que modifica nombres. Acoyte era José María Moreno, pero perdió ese nombre en manos de una estación de la E (tiene sentido porque durante un tiempo fue terminal). Castro Barros era Medrano. Ya Caballito había pasado a ser Primera Junta. La terminal de la línea D era Florida, y pasó a ser Catedral.

En la B, Río de Janeiro pasó a ser Ángel Gallardo. Todavía se puede leer ese nombre, pintado de blanco, en los carteles originales que se conservan en la estación (pasa lo mismo en Malabia). El cambio se dio porque la avenida que hoy es Estado de Israel se llamaba en una época Río de Janeiro, y continuaba después en la calle que tiene todavía ese nombre (por qué era así, no sé).

El principio de no repetir nombres sigue vigente en las denominaciones de las estaciones proyectadas. Así, en la línea H, la parada que está sobre la avenida Garay (nombre más lógico) se llama Inclán, como la paralela, a pesar de que no hay ninguna otra estación Garay en existencia. La que está sobre San Juan es Humberto I, y sobre Belgrano está Venezuela. Combina con la línea A la estación Once, que puede tener ese nombre porque la estación de la A, Plaza Miserere, ya no se llama Plaza Once, como en sus comienzos.

Quedaron sin cambiar Callao y Pueyrredón en B y D, por alguna razón. Y nadie se pierde por esa homonimia. También comparten nombre las dos Independencia, en C y E, que combinan entre sí.

Hay estaciones que cambian de nombre antes de inaugurarse. Dávila era una de las paradas de la última gran extensión de la línea E, pero poco antes de abrirse pasó a llamarse Medalla Milagrosa. Este nombre extraño es el de una iglesia de la zona, la misma que hace doblar a la autopista. Pero la iglesia está a dos cuadras de la estación, lo que convierte a ese nombre en algo menos apropiado.

Pasa algo parecido con José Hernández, que durante toda la construcción iba a ser Virrey del Pino. Por eso linda con la calle de ese nombre, y está a una cuadra de la del autor del Martín Fierro. Pero parece que alguna mente nacionalista pensó que no estaba bien homenajear a un virrey, y era preferible usar el nombre de la persona por la que está el día de la Tradición, aun si la orientación sufría un poco.

La primera estación del tramo moderno de la línea D, posterior a Palermo, se iba a llamar General Savio, en honor a una figura de la industria que fue director de Fabricaciones Militares. Aparentemente la relevancia geográfica estaba en la cercanía con terrenos militares. Pero cuando se iba a poner en funcionamiento (sólo un andén), murió inesperadamente el ministro de Defensa, Roque Carranza, y se decidió dar su nombre a la estación. Que exista una calle Carranza a dos cuadras es mera casualidad.

La terminal de esa línea, sobre la avenida Congreso, iba a llamarse así. Pero se juzgó que no era apropiado, porque no sólo ya hay una estación Congreso, sino que esa terminal queda muy lejos del palacio legislativo. Pero no había otro nombre que conformara, entonces se decidió que esa estación homenajeara al Congreso de Tucumán. Con lo cual, es un nombre semigeográfico y emparchado, pero por lo menos evita las confusiones.

Actualmente hay varias estaciones terminadas que no se inauguran por distintas circunstancias. Tres de ellas ya cambiaron sus nombres. La que está sobre la plaza Flores (cuyo nombre oficial es otro) se iba a llamar Flores, pero los legisladores hicieron unos pases mágicos, y de repente es San José de Flores. La siguiente, Nazca, que será terminal, al mismo tiempo pasó a ser San Pedrito, como la avenida del otro lado de Rivadavia. Este autor prefiere Nazca, porque son dos sílabas.

Con la terminal de la B pasó algo parecido. Está en la esquina de Triunvirato y Monroe (avenida que alguna vez tuvo el destino de cambio permanente de Canning). Adyace la estación Villa Urquiza de algún ferrocarril. Ése es el nombre del barrio. La denominación clara y lógica es Villa Urquiza, que queda muy bien como nombre de terminal. Pero algunas personas, por motivos políticos, decidieron que no podía ser que la terminal tuviera ese nombre. Alegaban repetición (=pecado) de la estación General Urquiza de la línea E. La diferencia con el caso de Congreso es que esa estación Urquiza es ignota, y nadie la va a confundir con el barrio lejano. Sin embargo, el plan surtió efecto y la ley hoy indica que la estación debe llamarse Juan Manuel de Rosas (el mismo de los billetes de veinte pesos).

Hay tres líneas nuevas proyectadas. Alguna vez seguramente se harán. Y se incorporarán nombres que aún no están en la red de subtes, como Rivadavia (F), Directorio (I) o Santa Fe (F, aunque se está construyendo la de la H). Y aparecerán otros nuevos, como Jean Jaures (G), Costa Rica (I), México (F) y Warnes (I). Si no los cambian antes.

The Onion es un diario satírico americano que no tiene equivalente en el país. Quiero exponer un poco algunas de las razones por las que pienso que es algo realmente destacable.

Al principio puede parecer una publicación de humor como cualquier otra. No fueron los inventores del formato “vamos a reírnos de los diarios”. Hay muchos antecedentes. En los Simpsons, por ejemplo, los titulares de The Springfield Shopper que aparecen cada tanto tienen un tono muy similar, porque parodian la misma cosa.

El asunto está en lo que buscan hacer. No parodian un diario específico, sino a todos los diarios, o todos los medios que son escritos con ese estilo seco de la AP. Ese estilo ya es algo que se presta a la sátira. Y lo que tiene es que a través de eso se puede satirizar cualquier cosa.

The Onion se presenta como un medio serio, atento a la regla Leslie Nielsen. Si uno no está semiatento, podría confundir muchos de sus artículos con noticias verdaderas (hay un blog entero dedicado a reacciones de gente a la que le pasa eso). Ni el título ni el contenido de las notas quiebra el tono noticioso de lo narrado, y eso es uno de los puntos más fuertes de esta publicación.

El formato permite que cualquier cosa sea noticia. Es un concepto bastante simple. Agarramos algo que nos parece gracioso, y le damos formato AP. Se puede hablar de acontecimientos políticos, como “Clinton found alive” o cosas completamente cotidianas, como “Marriage breaks up over procreative differences”.

Es importante que las ideas sean creativas, originales, divertidas. El formato no convierte cualquier cosa en oro. Sí es muy flexible, porque hay muchos estilos de notas que se parodian. Columnas de opinión, reportes estadísticos, datos útiles, editoriales, infografías, etc. Y como las noticias no tienen por qué ser verdaderas ni parecerlo, esos formatos estándar se pueden ocupar de cualquier acontecimiento ficticio que se pueda imaginar.

Y es en algunas de esas notas donde, a mi parecer, The Onion ha alcanzado algunos de sus puntos más altos. Hay en una de las recopilaciones (no está online) una nota titulada “World’s knowledge to be written down”, que cuenta la invención de la escritura por un grupo de investigadores del MIT. La nota de página entera es muy completa, dada la importancia del asunto. Tiene cobertura de los investigadores, una explicación de cómo funcionaría el sistema (‘Actualmente, por ejemplo, si se nos rompe la heladera, simplemente vamos a ver a la persona que la hizo y lo conslutamos. Pero, ¿y si esa persona muere? Gracias a la escritura, ahora su sabiduría no se perderá con él’), y opiniones a favor y en contra. Entre estas últimas, están los diputados republicanos que objetan que una cosa así requeriría un gasto extravagante para establecer un sistema de escuelas para enseñar a las distintas generaciones a ‘leer’ y ‘escribir’.

Ya la idea de la noticia es muy divertida: el mundo es exactamente igual al actual, pero no existe la escritura y alguien la inventa. Es un campo fértil para la sátira de diversos temas. Pero lo genial es el hecho de que esa noticia salga escrita en caracteres latinos en un diario, así como así, por más que su mera existencia implicaría que un diario no podría ser. Pero el formato AP se toma tan en serio que piensa que es permanente, inmutable, y siempre fue así. La complejidad de absurdos apilados con una lógica inapelable es, entonces, sensacional.

Del mismo modo, en “Civilization collapses”, una noticia que no está en la tapa sino en las breves que se usan para rellenar espacio, se cuenta que ha terminado la civilización y se estableció un nuevo orden, cuyos líderes y principales características se resumen en un solo párrafo. Presumiblemente, el editor decidió que había noticias más importantes, que iban a atraer más lectores.

La publicación ha usado esa clase de recursos varias veces, siempre con resultados excelentes. Han anunciado la invención de cosas como la publicidad o el tiempo, que permitirá que las cosas no sucedan todas simultáneamente.

Otro recurso que he notado es la discontinuación de productos que resultan un fracaso, o peligrosos. Uno de los más celebrados (por éste que escribe) es “Chrysler halts production of neckbelts“, donde se describe que la automotriz dejará de fabricar el nuevo modelo de cinturones que sujetan a las personas por el cuello, porque se ha comprobado que en caso de colisión estos cinturones podrían producir severas decapitaciones, y por lo tanto resultan riesgosas para el pasajero. La nota viene acompañada por una foto, claramente publicitaria del lanzamiento, de tres personas disfrutando felices del producto fallido, todas con sus cinturones alrededor del cuello.

Un ámbito que los periodistas de The Onion frecuentan es el sobrenatural. Sus fuentes están al tanto de los vaivenes de Jesucristo, y los lectores tienen el privilegio de ser los primeros en enterarse. Así, aparecen artículos como “Christ getting in shape for second coming”, “Christ announces hiring of Associate Christ” (que viene con la foto de un señor con corbata y la especulación de que puede ser el primer paso hacia el retiro de Cristo), “Christ converts to Islam”, “Christ demands more money” y “Christ returns to NBA“, donde se detalla el triunfal regreso del Mesías a los Atlanta Hawks, con una espectacular foto de Jesús embocando la pelota en el aro ante la impotencia de los defensores de Chicago Bulls.

Hay también columnistas regulares, con distintas personalidades, cada uno viviendo en su mundo y detallando las cosas que le son importantes, como si fueran lo más importante que existe. Está Larry Groznic, un obsesivo fan de comics, ciencia ficción y esa clase de cosas, haciendo comentarios en los que expresa sus diferencias con algún detalle oscuro de alguna publicación. Amber Richardson, una white trash ignorante que resiente a la asistente social que le dice cómo tiene que criar a su hija Rywanda. O Gorzo the Mighty, el Emperador del Universo, que cada tanto elige las páginas de The Onion para dar a conocer sus mensajes a la población toda.

Podría estar todo el día detallando artículos. El asunto es que la combinación de campo fértil para la sátira, mucho ingenio, meticulosidad y coherencia de estilo permite producir grandes cosas.

Debo mencionar, antes de cerrar, dos emprendimientos que ha hecho la empresa. Uno es el libro Our Dumb Century, que es una recopilación de las tapas de The Onion de todo el siglo XX. Por supuesto, son todas falsas, y eso permite satirizar no sólo la historia y las tendencias del siglo, sino los estilos periodísticos y las expectativas que había en diferentes momentos. Es un libro brillante, posiblemente el mejor libro de humor que haya leído. Lo recomiendo en forma categórica.

El otro emprendimiento es la Onion News Network, ONN. Se trata de un sitio del tipo YouTube que pasa fragmentos de distintos canales de una red de noticias propia, que encontró en la televisión y sus formas otro medio para satirizar, con la misma profundidad que las noticias gráficas. Destacaré sólo una nota: “Series of concentric circles emanating from red dot“, que se ocupa de las convenciones gráficas de los noticieros de una manera desopilante.

Nota: lamentablemente, si uno está fuera de Estados Unidos, el sitio de The Onion sólo le permite ver cinco notas sin pedir un pago. Recomiendo usar el navegador en modo privado, o meterse a través de un proxy como hidemyass.com.

Siempre me gustó la recursividad. El envase del pochoclo Josecito, que tenía un niño con un pochoclo Josecito, cuyo envase tenía un niño con pochoclo Josecito, cuyo envase era muy difícil de ver. Los espejos enfrentados, que no permiten ver el infinito, porque uno está parado en el medio, pero sí pensar en su posibilidad teórica.

Conseguir la recursividad es bastante simple. Basta hacer una cosa que se contenga a sí misma. El ejemplo del pochoclo se ha visto en muchas publicaciones, que tienen en su tapa un facsímil de esa misma tapa. Esas cosas siempre me atrayeron, no necesité descubrirlas con los dibujos de Escher.

Algo que no es exactamente lo mismo, pero me produce una sensación parecida, son las letras de algunos temas, particularmente de rock and roll, que no son más que una publicidad de ese mismo tema. Por ejemplo, Roll Over Beethoven, de Chuck Berry, es una historia de un adolescente que le escribe una carta al disc jockey de su zona y le pide que le pase el tema Roll Over Beethoven. Este tema es el mismo que se está cantando, aunque en la letra podría pensarse que se trata de otro Roll Over Beethoven, uno mucho mejor e inalcanzable.

Después están esas canciones cuya letra, ya que tiene que haber letra, consiste en las instrucciones para bailar ese tema. O en una exhortación a hacer cierto movimiento que no se especifica, pero uno tiene que saber y está implícito en el tema, como en el caso de The Twist o Hippy Hippy Shake. Los Traveling Wilburys parodiaron todas esas cosas en el Wilbury Twist, que no sólo enseña a bailar el mismo twist, sino que exhorta a ir ya mismo a comprar el disco, como corresponde.

No tengo una reflexión al respecto. Sólo siempre me gustó ese recurso, y es lógico, entonces, que no sólo me haya puesto a jugar con esa clase de cosas, sino que resulta natural que se me ocurra ponerle Léame a un libro.

Hace muchos años era un enfermo de los Simpsons. Tenía sentido. Era una serie que demandaba que se le prestara atención, y que enterraba chistes por todos lados, alimentando la visión repetida de cada capítulo. Era lógico, entonces, que no sólo me pusiera a investigar al respecto, sino que me conectara con la comunidad online existente.

Fue así que pasé tiempo absorbiendo información. Devoré The Simpsons Archive, con las cápsulas de episodios que tiraban mucha data acerca de detalles que no conocía y/o no podía conocer. Me metí en alt.tv.simpsons, y vi las charlas que se producían sobre cualquier tema. Muchas eran absurdas, porque cualquier comunidad online tiene un porcentaje de idiotas. Pero había gente que posteaba cosas interesantes, y también se producían entusiastas discusiones cuando había una entrega nueva de la serie en su país de origen. Entre los comentarios, que hablaban de la serie en inglés, veía cosas que eran modificadas por el doblaje, y eso me hizo tener curiosidad por ver la serie en su idioma original. Cuando lo conseguí, llegué a la conclusión de que la versión doblada es muy, muy inferior, y sigo aconsejando verla en inglés. Requiere un pequeño acostumbramiento, pero vale la pena.

En esa época, las series tardaban varios meses en llegar acá. Y de repente yo sabía detalles de una temporada que se iba a estrenar al día siguiente. No podía darme cuenta por los comentarios, porque siempre hubo una mezcla de positivos y negativos, pero tenía esperanzas de que esa temporada que estaba siguiendo sin ver, la décima, fuera mejor que la anterior.

Ese año se había estrenado la novena temporada, que había ampliado el leve pero sensible declive que me había dado cuenta que existía un año antes. No sabía, sin embargo, si ese declive era algo que yo percibía (al fin y al cabo, se daba justo cuando empecé a prestar más atención y conocer más detalles) o algo existente. Mi entusiasmo, sin embargo, continuaba, y con las primeras ocho temporadas había suficiente material como para mantener interés.

Al final, llegué a la conclusión de que el deterioro era real, y en la décima temporada se hizo demasiado marcado. La siguiente continuó la espiral descendente, y la decimosegunda fue tan espantosa que me hizo dudar de todo lo anterior. ¿Puede ser que una serie que acaba de determinar que es gracioso que a su protagonista lo viole un panda haya sido tan buena como pensaba?

Gradualmente mi entusiasmo se empezó a desvanacer. No llegué a ver completa esa temporada, pero tenía algunos compromisos que cumplir. Había creado mi propio sitio en español (donde los capítulos se llaman episodios), que llegó a ser bastante popular. También colaboraba con el Archive, donde todavía figura mi nombre aunque hace años que no actualizo nada (ocurre lo mismo con la mayoría de los colaboradores listados).

Después me volví a entusiasmar un poco, cuando para la temporada 13 la serie cambió de productor y parecía haber signos de mejoría. Durante dos o tres años, aunque había atrocidades, la serie parecía estar en buen camino. Pero pronto, así como así, mi interés desapareció completamente. Creo que dejé la temporada 16 sin terminar, y desde entonces sólo he visto algo nuevo en dos o tres oportunidades.

Poco después apareció la película, que se estrenó sólo en castellano así que la vi pirateada en inglés. En ella descansaba toda mi esperanza de ver algo del nivel de los ’90. Sabía que estaban involucrados varios guionistas que eran de los mejores de la historia de la serie, y que se había trabajado en el guión durante mucho tiempo. Ver el film no sé si fue una decepción, pero sí confirmó mis temores. “The Simpsons” no tenía nada más para decir. La película tiene sus momentos, pero en general es bastante triste para ver. Es el equivalente fílmico de un show de Simpsons sobre hielo. Es una especie de “¿se acuerdan de estos personajes? mírenlos, acá están, en pantalla grande”. Ya no había esperanza de recuperación.

Si se fijan en el link al sitio mío, la última actualización (después de bastante tiempo) es de poco antes del estreno de la película, y después de eso ya no me molesté en estar más. Era un universo que no valía la pena habitar. La obsesión por los Simpsons completó la transición hacia obsesiones por otras cosas, y me quedó al mismo tiempo un cariño por la serie y cierto dolor por no haber sabido retirarse a tiempo.

Hace unos meses vi en el AV Club que había habido un capítulo bueno, y decidí bajarlo a ver qué onda. No tenía mucha esperanza, y mi expectativa fue colmada. Era igual de intrascendente que lo que recordaba de las últimas temporadas que vi. Sin embargo, algo me quedó rondando en la cabeza. Y desde entonces, me metí cada tanto en algunos de los sitios que frecuentaba antes.

Es un poco como volver después de varios años a una ciudad donde uno vivía antes. Es la misma ciudad, pero cambiada. Hay gente nueva, costumbres nuevas, y muchas de las mismas, tal vez intactas, tal vez sólo renovadas. Leyendo algunas charlas del No Homers Club descubrí que se había inventado un término para las temporadas actuales: Zombie Simpsons. Aparentemente produce cierta polémica, pero me pareció muy apropiado, y mejor que el AfterSimpsons que se me había ocurrido en su momento.

Días atrás, descubrí el que parece ser el sitio que originó esa frase. Se llama Dead Homer Society, y está hecho por un grupo de gente que tiene una visión similar a la mía sobre el declive de la serie. La diferencia es que la siguen viendo y analizando, mientras claman por la cancelación. En su manifiesto puede leerse que el sitio tiene como objetivo “to create an on-line home for Simpsons fans who outright despise most, if not all, of the double-digit seasons but revere the old ones the way religious types do their stupid books”.

Ofrecen análisis de cada capítulo nuevo de Zombie Simpsons (se niegan a aceptar que es la misma serie que The Simpsons), con comparaciones de cómo se manejan elementos similares, comentarios de estrenos o noticias, y también con textos sueltos que suelen argumentos inteligentes. Hacen también repasos de los tracks de comentarios de las temporadas de Zombie Simpsons que están en DVD, notando cómo los que trabajaron en la serie ignoran todo lo que pasa en la pantalla, y mostrando el desinterés que les produce incluso a los que crearon los capítulos. Como son enfermos de la serie, epigrafan cada post con alguna cita apropiada de las temporadas de un dígito, junto con la captura correspondiente.

Así que quiero aprovechar la oportunidad para dar mi sello de aprobación a Dead Homer Society, al término Zombie Simpsons, y al noble objetivo comunitario del sitio.

El final de la serie The Sopranos tuvo al mundo (?) en vilo hace cinco años. Aquí se harán algunas consideraciones al respecto, y el único objetivo de este párrafo es marcar el spoiler para que usted, señor que no vio ese final, no siga leyendo así no se arruina la sorpresa.

El asunto es así. Como usted sabe, la última escena tiene lugar en un diner, con el tema Don’t Stop Believing de Journey, e involucra a Tony y su familia aprestándose a cenar. El lugar está lleno, y hay un montón de personas merodeando, incluyendo un señor con una campera de Members Only, que parece estar mirando a Tony. En un momento, mientras la escena va cambiando entre la hija de Tony intentando estacionar afuera, este sujeto (el de la campera) se dirige conspicuamente al baño, que está justo al lado de la mesa. Pasan algunos segundos. Meadow consigue estacionar, cruza la calle y entra en el diner. Cuando lo hace, Tony sube la mirada. En ese momento hay un corte a negro, desaparece abruptamente la música, y después de unos segundos de negro salen los créditos en silencio. Terminó la serie.

Opa. La serie se acaba sin ninguna resolución, no resuelve la tensión de la escena final, se corta en el medio de algo. Claramente el objetivo es que se interprete. Y mucha gente se aprestó a hacer exactamente eso.

Hay una visión que está encarnada por este blog, que pretende explicar lo sucedido. La hipótesis es simple: el señor de campera mata a Tony, y el corte a negro no es otra cosa que el punto de vista de él. Muerto el protagonista, se acaba la serie.

El blog tira una serie de argumentos para defender esa postura. No voy a enumerarlos acá. Muchos están muy bien, y me parece que la idea de “Tony se muere” es sostenible. Incluso hay cosas que no se pueden explicar sin pensar que David Chase (el creador de la serie, que escribió y dirigió el último capítulo) quería sugerir la posibilidad de muerte de Tony.

Pero nunca me terminó de convencer esa postura. En parte porque, de ser así “la verdad”, no me parece un buen final. La idea de la serie no es saber si Tony se muere o no. Para eso se puede morir en la primera temporada y nos ahorramos mucho tiempo de espera. El asunto es lo que pasa dentro de la serie, el trayecto. Y durante la serie hay un montón de temas cruzados, de simbolismos, de juegos de expectativas, que la hacen interesante y atractiva.

No puedo creer que una serie tan compleja, tan sofisticada, haya decidido terminar con una adivinanza.

Me da la impresión de que la lectura de “esto significa que Tony se muere” fue plantada a propósito para “la gilada”, para que la gente que no entiende la serie y sólo busca recompensas en la trama piense que encontró algo. Y si eso es todo lo que hay para encontrar, yo diría que la serie no era tan buena.

Otra postura dice que la última escena es una muestra de lo que es la vida de Tony de ahora en más: tensión permanente, mirar la puerta siempre, nunca confiar en nadie, nunca saber si cualquier persona que va al baño lo va a asesinar como Michael Corleone cuando salga. Esta postura, sin embargo, no se sostiene mucho, porque tampoco la serie hizo un trayecto hacia ahí, de una vida tranquila a una plagada de tensión. La tensión siempre estuvo, en algunos momentos más marcada que en otros, pero siempre algo pendía de un hilo.

Me parece que lo que el final subraya no es lo que le pasó al personaje, porque no es importante. Hay distintas sugerencias de finales: un socio lo traiciona y va al FBI como testigo, por ejemplo. En cualquier momento podría ir en cana y la serie terminar así. Pero la serie se niega a darnos un final prolijo. Nos dice que no importa eso, que lo que importa es todo lo que vino antes, todos se van a morir en algún momento, y la cárcel posterior no cambia lo que el protagonista hizo durante toda la serie, ni el dolor que causó a todos los que se cruzaron con él, ni nada de eso. “The journey is its own reward”. El corte a negro en el medio de una escena marca la interrupción artificial, la intervención del autor que dice “listo, hasta acá llega lo que quería decir”. No el comienzo de un enigma sobre qué puede seguir a la acción mostrada.

Hay interpretaciones posibles, y hay enigmas, cosas para resolver, símbolos plantados por todos lados. Pero no me creo la idea de que la serie está sugiriendo un “fill in the blanks”, sino que está desafiando (o animando) a interpretar lo que está presente, hasta el corte a negro inclusive. No lo que no está.

Este post fue inspirado por uno de mis sitios de cabecera, The AV Club, que durante los últimos meses ha estado reseñando toda la serie y acaban de llegar a la sexta temporada. En particular, el último post que hicieron, del segundo capítulo, “Join the Club“, tiene varias cosas sobre todo este asunto.

A los niños les gusta el chocolate. Los padres, sin embargo, quieren que coman menos chocolate y se nutran más. Pero la comida nutritiva no es rica. Ciertamente, no es tan rica como el chocolate.

En este contexto aparece el huevo Kinder. Perverso instrumento de demagogia y corrupción. Se vende mediante diabólicos argumentos, diseñados para ser atractivos para niños y padres.

Se trata de un huevo de chocolate, y con eso ya consiguen que los niños inocentes quieran probarlo. Pero los padres no comprarían seguido una cosa así. Por eso el Kinder deja tranquilos a los progenitores, que son los que pagan o no, al hacer que la parte de adentro del huevo sea blanca. Así, puede venderse como de contenido lácteo, y de esta manera los padres pueden hacerse la idea de que hace bien a sus hijos. El chico va a pensar que es chocolate y va a comer la leche incluida en este huevo, piensan los padres.

Los niños, sin embargo, no son tan fáciles de engañar. Un mordisco deja ver las paredes interiores claras. Entonces los perversos fabricantes decidieron que la cosa no se termina ahí. Cada huevo incluye una sorpresa. Un pequeño juguete, encerrado en una especie de llema amarilla, que no se puede saber exactamente cuál es hasta abrir el huevo. Así, los niños tienen un estímulo extra para comerse ese chocolate que no los engaña: la idea de que les quedará algo más que el envase cuando el huevo se termine. Podrán jugar con la sorpresa prometida.

Los padres, entonces, logran la ilusión de nutrir bien a sus hijos mediante la promesa de un soborno, para que el niño ignore lo que sabe perfectamente: que ese chocolate no sirve para nada. Después los niños crecen, y saben desde tempranas edades que la corrupción es algo natural, no sólo practicado por ellos mismos sino estimulado por sus propios padres. Entonces van y compran huevos Kinder para sus propios hijos, perpetuando el problema. Después se quejan de que el mundo ande como anda. No sé adónde vamos a parar.

Diría que es necesario que alguien piense en los niños. Sin embargo, ése es el problema. A ver si los padres piensan un poco menos en los niños, lo suficiente como para no ser engañados por productos que sólo están interesados en parecer nutritivos.

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