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Hoy, cuando la salida de Léame de la imprenta es inminente, es un buen momento para compartir en este espacio el texto de contratapa. Texto que no fue aprobado ni leído por mí antes de ser impreso.

Nicolás Di Candia pregunta provocativamente: ¿por qué no? Con una fórmula infalible, probablemente descubierta por Hollywood, plantea secuencias de orden-desorden, y vuelta a un “orden” que ya no es el mismo. En este viaje a través de submundos literarios fantásticos, papers científicos y crónicas pseudoperiodísticas, los personajes recorren –como recorre el mismo autor a través de todo el libro–, los límites del saber y del poder.

Las reescrituras de Las aventuras de Alicia en el País de las Maravillas y del Extraño caso del Doctor Jekyll y Mister Hyde, y en general todo el humor de Léame, tiene una estrecha relación con la literatura de Maslíah, la música de Les Luthiers, el humor de Monty Python, Larry David, Jerry Seinfeld y hasta Landrú. Este extraño conglomerado de intertextualidades e influencias se suman a las referencias a Julio Verne, la literatura infantil clásica y el cine.

[El doctor Frankenstein] bajó el switch. Varios rayos atravesaron la mesa de trabajo. Un ruido ensordecedor recorrió el enorme sótano antes de que se cubriera de humo. Cuando las partículas se disiparon, Domingo Faustino Sarmiento levantó el torso, arrancó las trabas metálicas que lo ataban a ella y escapó hacia la noche lluviosa.

Nos enfrentamos a textos donde no sólo pueden convivir seres extravagantes o fantásticos en situaciones grotescas, sino que la incuestionable lógica argumentativa eleva el nivel de la ocurrencia y la vuelve posibilidad factible, real.

Virginia Janza

Analicemos el contenido.

Lo primero que salta a la vista es que no deja grosso por nombrar. Podría tomarlo como una responsabilidad, un “uy, ahora el lector va a esperar que sea como ésos”. Pero no, son influencias, nada más. Es posible reconocer lo aprendido de todos esos (y de varios más) en el transcurso del libro.

Pero hay veces que la influencia funciona de maneras no tan directas. Por ejemplo, el cuento El carro que me quería, que se trata de un carrito de supermercado que tiene una rueda en malas condiciones, es fruto de una escena de Seinfeld en la que se cita a ese objeto como un mal tema para hacer humor. Acá el desafío es “yo lo puedo hacer”, y la ejecución es bastante contraria al estilo de Seinfeld. Me mandé para el rincón sensible, y salió algo que funciona.

Con Monty Python pasa algo distinto. No me ha llegado tan directamente. He visto bastante poco de su producción. Pero su influencia es lo suficientemente vasta como para que tenga claro que algunas cosas que recogí de otros lados tienen su origen ahí. De todos modos, a veces pasan cosas raras. El texto Alquiler de opiniones aparentemente se parece a un sketch sobre un restaurante en el que los comensales tienen un menú de opiniones o algo así. No lo he visto, y me dicen que no es lo suficientemente parecido como para que sea necesario modificar o sacar el cuento. Eso me ha pasado bastante con Cortázar. Tuve un período en el que parecía que cada idea buena que se me ocurría antes se la había escrito el bueno de don Julio. Y eso no es justo, porque vivió antes que yo. Así cualquiera.

La contratapa, sin embargo, no habla sólo de influencias. Antes de eso habla de Hollywood, de fórmulas, de orden y desorden. Creo que es cierto que hay mucho Hollywood en Léame. Ahora, en muchos círculos intelectuales eso es casi una mala palabra. “Eh, eso es re Hollywood”. No obstante, más allá de todos los defectos que tiene esa industria, ha producido muchas de las mejores películas de la historia del cine (y ha conseguido que varias de ellas fueran muy populares).

Sin embargo, me parece que la fórmula hollywoodense que se puede ver en Léame (que tampoco está todo el tiempo ejecutando fórmulas) es más de la televisión que del cine. Eso del orden, desorden y vuelta a un orden es característico de los capítulos de series, en los que hay que dejar todo más o menos igual que antes para cuando empieza el próximo. Es un ritmo que tengo muy incorporado. Tengo como la necesidad de resolver las historias. Hay gente que no necesita, que se mueve de A a un B que no tiene nada que ver. Suelo encontrar más orgánico usar los elementos que ya tengo para resolver. Y eso muchas veces implica vencer la situación que se presenta, resolver el conflicto.

Eso, claro, en los cuentos en los que hay algún conflicto que resolver. Hay otros que carecen de él, o que lo resuelven de maneras que no implican un regreso a ningún orden anterior. Quiero decir que no es una fórmula invariable, que no se debería poder adivinar el final de un cuento habiendo leído tres o cuatro de los anteriores.

 

Desde el principio quise hacer humor. Lo demás es/era secundario. Sin embargo, hay gente que opina que el humor puede ser un medio, pero no un fin. Me permito disentir.

Sospecho que hay mucha gente que analizó las cosas. No los he leído. Esto es lo que me parece, que puede tener o no el aval de grandes teóricos del arte o algo. Tampoco me puse a hacer un análisis de mis textos. Puede haber gente dispuesta. Yo me limito a escribirlos. Puedo, sin embargo, hablar de lo que me parece, como autor.

Lo que ocurre con el humor es que no tiene un soporte propio. Es una especie de componente que se pliega a distintas artes. Es como el baño de chocolate. Se puede aplicar sobre distintas comidas de distinta temperatura y forma, pero comerlo solo no es lo más aconsejable.

No existe el humor puro. Tiene que estar sostenido por algún tipo de estructura que le dé consistencia. La que elegí es la literatura. Está muy claro que la elección de la literatura es posterior a la del humor. Cualquier cosa que hiciera iba a intentar ser graciosa.

Entonces, con los años de práctica, me fui dando cuenta de que el humor no sirve para mucho si no se está diciendo algo, o cuestionando algo. No es que necesariamente tenga que ser contrario a la temática a la que se le aplica. Pero algún aspecto hay que modificar, poner en evidencia o en duda.

Otra cosa que aprendí con el tiempo es a no forzar. No insertar chiste tras chiste. Demasiado peso humorístico puede hacer caer la estructura, y queda una cosa vacía, amorfa, que no vale la pena mirar dos veces. Conviene dejar que el humor surja solo de las situaciones, de la lógica. Que la misma lógica de cada texto se preste al humor. Hay chistes que funcionan mejor aislados de otros chistes, y existen aquellos que sólo sirven si forman parte de un enjambre. Sospecho que es la práctica la que permite ir encontrando estructuras que se presten sin forzarse, y/o convertir sin dolor las que no.

Me cuesta escribir la palabra “chiste”. Me parece que un momento humorístico que surge naturalmente es algo así como lo contrario del chiste. Tengo cierta impresión de que es algo externo, un chiste se trasplanta a un texto, y tiene existencia propia, autónoma. Claro que se puede hacer, pero hay que saber hacerlo bien, porque se corre el riesgo de que brille demasiado, y quede fuera de lugar. Y eso es una especie de intento desesperado por ganar el favor del público. Y el público, al menos el que intento que disfrute mis textos, se da cuenta.

En el curso de la correción, algunos textos que ya estaban seleccionados y ubicados se cayeron del libro. Podría haberlo dejado así, sin ellos, pero sentí que había como un espacio vacío. Y lugar libre. Así que hice ingresar otros textos que no estaba previsto que estuvieran, y ahora forman parte de Léame sin que parezcan fuera de lugar.

El primero es Planta vegetariana. Es una simple descripción de una planta que es como si fuera carnívora, pero en lugar de alimentarse de insectos y otros animales, obtiene su nutrición de los frutos de otras plantas. Es una crónica de Darwin, de las pocas que aparecen en el libro.

Una mano lava a la otra también fue un agregado tardío. Se trata de un antropomorfismo, una historia sobre el lavado de manos vista desde el punto de vista de las manos. Una historia de egoísmo, cooperación, fraternidad y limpieza. Una fuente de inspiración para toda la familia.

Como había lugar para un texto cortito, hizo su ingreso Cuando digo quiero decir, que ya he descripto en una oportunidad. Se trata de un texto que contiene gran cantidad de repeticiones de palabras, aunque no tantas de conceptos. Es insistente, pero preciso. Es un texto que codifica el lenguaje de una manera específica, y quiere que se tenga bien claro cuál es y, sobre todo, cuál no. Es un texto escrito hace un par de años, no sé cómo no lo había puesto. Por suerte me di cuenta a tiempo.

Por último, algunos se sorprenderán al saber que Domingo de regreso es otro de los que casi no entran. Es el texto más nuevo de todo el libro. Puede que el título recuerde a “La autopista del sur”, pero no tiene nada que ver. Contiene conceptos sobrenaturales, históricos, cinematográficos, sociales y educativos. También va camino a convertirse en uno de los hits de Léame.

¿Por qué estos textos se habían quedado afuera? En tres de los casos la explicación es simple. Cuando empezamos a seleccionar textos, decidimos hacer un corte en el momento del comienzo. Los escritos después de cierto momento del año pasado quedaban afuera por razones logísticas. Pero mientras seguía mi producción. Hay varios cuentos que podrían haber entrado y sólo esa cuestión cronológica lo impidió. Los tres que lograron hacerse un lugar están entre los mejores, y gustosamente levanté la restricción en el tiempo de descuento para que pudieran estar y hacer de Léame un libro mejor.

Otra de las series presentes en Léame es la de antropomorfismos. Este recurso, en el que un objeto o animal adquiere rasgos humanos, es muy común en los cuentos infantiles. Aparentemente, los niños tienen problemas para entender las historias protagonizadas por personas. Tal vez porque no se terminan de dar cuenta de que ellos son también personas. Entonces les da lo mismo seguir las aventuras de cualquier cosa.

Sin embargo, cuando esos mismos niños se hacen adultos, eligen historias protagonizadas por humanos. O por humanoides. Como los extraterrestres de la mayoría de las obras de ciencia ficción, que son también antropomórficos, en general por razones de conveniencia.

En los dibujos animados también el antropomorfismo es un recurso popular. Seguramente es porque queda mejor un objeto animado como una persona que una persona viva disfrazada de objeto. Tal vez esto esté relacionado con la reputación de infantiles que tienen los dibujos animados. Este autor aprovecha para repudiar tal reputación.


Un Homo sapiens interpreta a un candelabro antropomórfico.

En fin, los antropomorfismo de Léame no son necesariamente infantiles. Responden a la relación que siempre tuve con los objetos. Soy una persona muy educada, que se preocupa por los sentimientos de los que están a mi alrededor. Y es posible que lo haga de más. Entonces me preocupo también por lo que pueden sentir los objetos, a los que me gusta respetar.

Una lista parcial de objetos antropomórficos que encontarán en Léame: nubes, carritos de supermercado, árboles, manos, zapatos, peces. Seguramente me olvido de varios.

Debe mencionarse el cuento titulado Alicia en el país antropomórfico. Es una historia en la que Alicia, personaje de Lewis Carrol hoy en el dominio público, se encuentra en un lugar donde todos los objetos son antropomórficos. Se trata, claro, de un juego sobre esa idea, que busca explorar los absurdos del antropomorfismo. Es uno de los que más me gustan de todo el libro.

Recomiendo a los lectores que se consideran demasiado adultos para este recurso darle una oportunidad. Descubrirán que, al igual que los libros, los antropomorfismos no muerden.

El siguiente es un autorreportaje.

—¿Por qué tratás al lector de usted?

—Porque me gusta el estilo formal. Lo encuentro más respetuoso en el uso escrito.

—¿Qué tiene de irrespetuoso tratarte de vos?

—No sé si es irrespetuoso. Pero es algo así: yo no sé quién va a leer el texto. No tengo por qué asumir que es alguien a quien tutearía (o vosearía, que es una palabra horrible). Suelen irritarme las publicidades que asumen que tienen suficiente confianza conmigo para tutearme. Parece que piensan que así voy a obviar algún tipo de análisis y comprar sus productos.

—¿No te gusta que te tuteen?

—En persona quiero que me tuteen, sí. Es muy feo que me traten de usted. Me hace acordar de que soy adulto.

—¿Y por qué te jode en la publicidad? Si preferís que te traten así.

—Porque no es una conversación de par a par. Es un mensaje impersonal, masivo, que me trata de vos a mí como te trata de vos a vos (aunque vos en este caso seas yo). Parece crear una sensación de intimidad que no se ganó. No voy a tratar de vos a miles de personas. Es cualquiera.

—Está bien. Pero con ese criterio deberías tratar al lector de “ustedes”, no de usted.

—No, pero hay una diferencia. En la publicidad se supone hay mucha gente viendo el aviso al mismo tiempo. En cambio, habitualmente, un ejemplar de un libro es leído por una sola persona simultáneamente. Entonces la tratamos en forma individual.

—Sin embargo, hay al menos un texto en Léame donde tratás de vos al lector, ¿no es cierto?

—Sí, hay uno. Es un caso especial. Si lo leés, vas a ver que ese texto no funciona si le cambiamos el vos por usted. Es un texto que parodia un discurso informal, por lo tanto debe ser también informal.

—¿Te molesta que te trate de vos?

—Para nada, porque vos sos yo. Y no voy a permitir que me trates de usted. Con los años he logrado entablar confianza con mí mismo.

Ha llegado el momento de revelar el contenido de Léame. Es decir, dar a conocer el índice, que indica qué cuentos están presentes en el libro. Es posible que usted, alegre lector, ya conozca algunos de ellos. También es posible que su favorito no esté. Pero no se preocupe. Puede ocurrir que esté con otro título, porque varios han cambiado con el correr del tiempo.

Esta lista ya está disponible desde hace algunos días en la página ¿Qué es Léame? que puede encontrarse arriba de todo. Pero como merece un poco más de exposición, lo repetimos acá.

Vale la pena mencionar que, en el libro, el índice se llama Menú. Esto es para continuar la temática tecnológica del título.

Así que, sin más dilación, aquí está el contenido de Léame:

  1. Usted es de los buenos
  2. Mi nube
  3. El método de la sortija
  4. Un paso hacia adelante
  5. Coquerío
  6. Walt Disney descongelado
  7. Lleno de naturaleza
  8. El baño y el otro lado
  9. Autodescripción
  10. Los tiempos románticos del coquero
  11. Tiro libre
  12. Hisóposis
  13. Plan Pepsi
  14. El carro que me quería
  15. Verdades acerca de usted
  16. Gaseoducto
  17. Planta vegetariana
  18. Ayudemos a los sapos
  19. El contenido de la piñata
  20. Una mano lava a la otra
  21. Lanzamiento
  22. Seamos buenos
  23. Visitante
  24. Huellas del camino
  25. Verleder y Lertena
  26. La extraña metamorfosis del doctor Erasmus Chesterton
  27. El camión de los centauros
  28. Mar de gente
  29. Hay sardinas
  30. Después de usted
  31. Alquiler de opiniones
  32. La vaca atada
  33. El placer del Apocalipsis
  34. El escape
  35. Cuando digo quiero decir
  36. Alicia en el país antropomórfico
  37. El abedul que quería caminar
  38. El álamo prominente
  39. Domingo de regreso
  40. Lo que nos costó la fiesta
  41. Gracias por rebajarse

Habrá, sin embargo, algunas sorpresas. Léame incluye bonus tracks, escondidos en las páginas, para que el lector se sorprenda al descubrir que hay más que lo que creía. ¿Cuáles son esos bonus tracks? Ah, lo siento, habrá que comprar el libro.

Cuando se empezaron a popularizar las comunicaciones online, se crearon los emoticons. Consisten en caras formadas por caracteres que sirven para expresar emoción. La idea es que el que está del otro lado puede no entender el sentido de lo que uno dice con sólo las palabras.

Eso es razonable en un chat, en una comunicación informal. A veces uno usa ironías o dice cosas que se pueden interpretar de varias maneras. Está bien dar una indicación de cómo interpretar. Pero no creo que sea aceptable en un texto.

A veces, es responsabilidad del lector determinar cuándo el autor está hablando en serio, y cuándo no. Hay que dar los elementos necesarios para que quede clara la intención, sin que sea necesario agregar algo como “era un chiste”.

En mi caso, es necesario tener claro que no siempre lo que digo es lo que pienso. Un libro no es un catálogo de opiniones de su autor, o no debería serlo. Las opiniones seguramente se filtran, pero no son el objetivo.

A veces, la mejor manera de decir algo es decir todo lo contrario. Mostrar la ridiculez de una posición que no es la de uno. Uno de los primeros textos de Léame consiste en una especie de declaración de principios acerca de la literatura y el rol de los lectores en ella. Lo que dice ese texto es inmediatamente contradicho por unos cuantos de los otros. Lo que, si se tomara en serio, constituiría una incoherencia.

Hay dos razones, creo, para darse cuenta. La primera es que, si me salió bien, ese texto es demasiado ridículo como para pensar que alguien se lo puede tomar en serio. La segunda es que esa misma contradicción tiene que decir algo. Alguien que piensa las primeras cosas en serio no puede escribir algunos de los textos siguientes. El lector tiene los elementos para distinguir qué es en serio, qué no es en serio y qué no es ni en serio ni no en serio. Es su responsabilidad hacerlo.

Sé que hay gente que se toma en serio muchas más cosas que las que debería. Vamos a un ejemplo práctico. Cuando escribía en LaRedó! solía hacer artículos con este método. Me parecía aburrido decir “esto está mal por tal, tal y tal razón”. Entonces lo escribía como si pensara lo contrario, exponiendo en el proceso las razones por las que no había que pensar.

En esa línea escribí una propuesta para que el Mundial de fútbol se jugara todos contra todos. Lo hice de tal manera que al principio pareciera más o menos razonable, pero a medida que se seguía leyendo iba siendo cada vez más ridículo. La razón principal de la ridiculez: hay 200 afiliados a la FIFA, un campeonato a dos ruedas implicaría hacer 400 fechas en cuatro años. El texto incluye varias sugerencias para lidiar con esta realidad, cuyo objetivo es humorístico aunque tenga un tono serio. Para cuando llega el ejemplo de una posible primera fecha, que es un gráfico interminable con alrededor de 100 partidos entre selecciones ignotas o de nivel muy desparejo, es mi postura que debería estar claro que el autor no está hablando en serio.

Si se fijan en los comentarios de ese artículo, entre los que insultan y los que no tienen nada que ver, encontrarán algunas cosas interesantes. Hay varios que se dan cuenta del chiste y lo saludan y/o se suben. Otros dicen cosas como “habitualmente me parece bien lo que decís, pero esto es ridículo”. Son los que no se dieron cuenta del sarcasmo, al menos en ese momento. Pero lo más divertido es que hay una tercera categoría: los moderados. Son los que se dan cuenta de que no funciona, pero quieren equilibrar. Entonces proponen alguna modificación, como para hacerlo un poco más razonable (como hacer categorías).

A mí me suele pasar al revés que a alguna gente. Muchas veces pienso que algunos están diciendo algo irónicamente, porque me resulta más divertido así. Por ejemplo, hay una especie de polémica sobre las películas de James Bond. Hay quienes sostienen que son humorísticas, satíricas o algo así. Otros dicen que están hechas muy en serio. No sé cuál será la verdad. Sí sé cuál prefiero que sea la verdad. Hay veces, sin embargo, en las que me entero que alguien piensa ciertas cosas en serio, y no estaba jodiendo cuando las decía. Y puede ser triste.

Así que en Léame habrá textos en los que digo lo contrario de lo que quiero decir, y otros en los que no (y muchos en los que mis opiniones son irrelevantes). Hay uno o dos en los que no sé hasta qué punto lo que digo pienso que es cierto, y hasta qué punto no. A veces me cuesta interpretarme a mí mismo.

Este es otro repaso de cuentos que quedaron afuera de Léame. Algunos, quién sabe, verán la luz en próximos libros.

  • Umbrales es uno de los textos fundadores del Rincón Sensible. Se trata de un señor que se la pasa subiendo umbrales, y reaccionando como hace uno al cruzar un umbral importante, hasta que se da cuenta de que está en una escalera. Dio paso a textos mejores, menos repetitivos y más sinceros, que son los que están en Léame.
  • El glóbulo feo es una historia de antropomorfismo temprano. Es “El patito feo” dentro del torrente sanguíneo. Está bien lograda, siempre me gustó, y creo que sigue funcionando. Sospecho que quedó afuera por cierto favoritismo hacia textos más modernos. También hay un par de parodias de cuentos clásicos que son mejores.
  • Crema chantilly fue mi primer nonsense. Me encanta, me gustan las imágenes y la progresión hacia un final revitalizante. No sé por qué no está en Léame, creo que simplemente quedó afuera por razones de espacio.
  • Cinta transportadora pertenece a la serie Caídas, que tiene pocos representantes en el libro. Son ejercicios de slapstick literario. Este en particular tiene movimiento, funciona un poco como la descripción de un dibujo animado. Pero las caídas son algo simples, y pueden volverse repetitivas, así que las mantuvimos a un mínimo.
  • La cuarta dimensión es otra caída, en un marco de ciencia ficción. Tiene algunos aspectos interesantes, como la mención al proceso de cataforesis, que no sé qué es salvo que se veía muy seguido en algunas publicidades de los ’80. Pero puede ser medio críptico, así que fue excluido en favor de otros cuentos más amigables al público y, vamos a decir la verdad, mejores.
  • Poderes misteriosos se trata de un señor que, después de un accidente en el que le pasan varias cosas, descubre que tiene una serie de poderes y no termina de entender bien cuáles son ni cómo se usan. Es un cuento largo, bastante antiguo, que requería mucha reescritura para estar al nivel del resto del libro. Tal vez la haga en el futuro. Mientras tanto, pueden leer una versión en el link. Se los recomiendo.
  • Cual tal, por último, es un texto publicitario que salió de un ejercicio de taller. Es sobre la nueva frase “cual tal”, una manera refrescante de decir las mismas dos palabras. Es un lindo ejercicio, nada más.

Recordar que las versiones linkeadas no son necesariamente las que hubieran entrado en Léame, sino que están menos pulidas, así que puede haber algunos errores y/o incoherencias. Puede que haya más entregas de los excluidos, no prometo nada, tampoco lo desprometo.

Releyendo el post anterior sobre ser positivo al escribir, pienso que algunas cosas se pueden interpretar mal.

Léame no deja el mensaje de que el mundo está lleno de pajaritos que revolotean en praderas repletas de flores y arcos iris. Hay una visión más o menos “realista” y también crítica, sólo que está enfocada desde un punto de vista que trata de mantenerse en lo positivo.

Suelo cuestionar todo lo que escribo, y también todo lo que hago. Es una sana costumbre. ¿Vale la pena hacer esto? ¿Se puede mejorar? ¿Aprendí algo? Trato de aplicar también lo que aprendo, no volver a cometer los mismos errores, todas esas cosas.

Esto se llama escepticismo, y hay gente que lo confunde con la negatividad. No, lo mío quiere positivo y también escéptico. ¿Por qué? Porque el escepticismo es una manera (tal vez la única) de llegar a la verdad.

En el caso de los cuentos, el asunto se reduce a ser fiel a lo que pienso que es el espíritu de lo que escribo, particularmente una vez que me doy cuenta de cuál es ese espíritu. No voy a tirar toda una construcción a la mierda sólo por hacer un chiste. Si es un chiste que vale la pena y no encaja, encajará en otro cuento. No faltará oportunidad.

Ese escepticismo es lo que hace que no me pase de mambo con la cuestión positiva. Porque en exceso puede ser irritante. Así como no voy a forzar un chiste que no encaja, tampoco voy a forzar positividad que no encaja. Pero nunca hay sólo lados negativos. Si me estoy enfocando mucho en lo negativo, el mismo escepticismo me hace repensarlo y busco algún lado bueno, para al menos mencionarlo.

El asunto es buscar siempre la verdad, aun la de la ficción. Y si la verdad es algo desagradable o que me parece que no vale la pena contar, y bueno, no lo cuento. Escribo otra cosa. O escribo lo mismo y veo si cambio de idea.

Hay dos posibilidades: Léame sería muy distinto sin Virginia Janza, o directamente no existiría.

Fue ella quien insistió en arrancar el proceso de publicación. Tuvo que vencer no mi resistencia, sino mi procrastinamiento. Esto es porque ella se dio cuenta antes de que estaba listo. Yo sabía que tarde o temprano iba a llegar el momento, pero no reconocí cuando llegó. O no lo reclamé.

Hasta que Virginia me hizo dar cuenta. Después de hacer taller con ella durante tres años, no sólo ya teníamos confianza, sino que conocía lo que era capaz de hacer. Ya había mejorado mi escritura en varios aspectos.

Primero, alentándome a escribir cosas diferentes. Nunca tuvo problema en hacerme notar los momentos en los que me estaba pegando a fórmulas. Siempre me animó para adentrarme en lo desconocido. Con el tiempo le fui perdiendo el miedo. Ahora me animo a escribir cosas que hace unos años no me hubiera imaginado que era capaz.

También supo ver maneras de mejorar los cuentos. Prácticamente todos los de Léame pasaron por su criterio, y en muchos casos sus sugerencias contenían la clave del asunto. Por ahí no era muy obvio, pero con el correr del tiempo aprendí a confiar en su criterio, a probar lo que a Virginia le parece, porque muchas veces ve cosas antes que yo. Y si bien no siempre la aplicación de esas sugerencias mejora un texto (nadie es infalible), nunca lo empeora.

Me ha hecho salir de enredos innecesarios. Por ejemplo, le llevé Walt Disney descongelado por primera vez hace dos o tres años. Contenía una trama complicada sobre enfermedades, con vericuetos darwinistas. La idea era que Disney se agarraba una enfermedad moderna para la que no estaba inmunizado o algo así, y eso era la consecuencia del descongelamiento. Pero apareció Virginia y dijo “¿por qué no le agarra un golpe de calor?” y de repente el cuento cerró. Era tan obvio, en retrospectiva, pero ella lo vio y yo no.

En otros casos disparó ideas que no eran la clave pero a través de ellas la encontramos. Yo digo A, ella dice B, yo digo C y ambos concluimos que es D.

Vio el potencial de cuentos que a mí no me parecía que estuvieran a la altura. Hay un par de casos que, librado a mis propios medios, hubiera dejado afuera o no hubiera considerado. Pero están en Léame porque a ella le gustan, y sospecho que eso es por algo (tampoco es que pienso que son un desastre).

Fue ella la que insistió en que el libro tuviera algún tipo de unidad, y la que pensó primero que había que hilvanar las diferentes series. Y, aparte, dar toques de cohesión. Que el libro fuera más que una colección de cuentos. Un álbum, no muchos singles.

También estuvo para las consultas permanentes. Si no estaba seguro de que algo fuera una buena idea, lo consultaba con ella. Si a ella le parecía bien, y a mí también, lo más probable es que estuviera bien. Fui generando mucha confianza en su criterio, que es independiente del mío pero compatible, mucho más de lo que sospechaba al principio.

En resumen, hacemos un buen equipo. He disfrutado mucho hacer Léame con ella.

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