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No es mi objetivo ofender a nadie. Prefiero que se rían con lo que escribo, o que lo encuentren interesante, o que les guste como sea. Ahora, que no me interese ofender no significa que esté buscando escribir sólo cosas inofensivas. Hay mucha gente que, por miedo a ofender, deja de decir lo que le parece y lo reemplaza por lo que cree que le tiene que parecer.

Mi caso es el contrario. Si algo que escribo puede ofender a alguien, que se ofenda. No es una amenaza, es algo que está escrito. Sería mucho peor atajarme.

Cuando se tratan temas sociales o políticos, el asunto es desafiar lo “establecido”. No necesariamente lo establecido por ciertos poderes, sino lo que uno no se cuestiona. No necesito cuestionar lo que los otros ya cuestionan, prefiero cuestionar lo que no, porque nunca está de más asegurarse que lo que uno piensa está bien pensado.

Muchas veces, las ideas que son ofensivas van a lo no cuestionado. A lo que uno sabe que tiene que pensar. Pero siempre está bien preguntarse si debe pensarlo, si se sostiene, si se aplica, si es compatible con las verdades. Y si una idea cumple estos requisitos, no tendrá problemas en sobrevivir el cuestionamiento, y lo hará fortalecida.

El problema son las ideas que no se sostienen, y no resisten a cuestionamientos. Una de las tácticas que usan para evitar ser sometidas a ellos, es aparentar ser incuestionables. Y una de las recetas para lograrlo es ofenderse cuando se las cuestiona. Eso no tiene que impedir examinarlas, incluso tendría que funcionar como estímulo para hacerlo.

Ocurre mucho con el concepto de lo “políticamente correcto”. Hay ideas que no se pueden mencionar en público. En algunos casos es razonable, en otros no. El asunto es cómo diferenciar los razonables de los que no. Respuesta: cuestionando a todos. No hace falta negar la veracidad de ningún concepto aceptado, sino admitir la posibilidad de que sean falsos. ¿Cómo sabemos que sabemos lo que sabemos?

Hace unos años, aparecieron en muchos lugares referencias a una película a la que se denominaba “la película del Hitler bueno”. Inmediatamente me intrigué. Me dieron ganas de verla. ¿Cómo sería una película así? ¿Cómo podrían sostenerla sin provocar tremendos escándalos? ¿Qué punto de vista permite afirmar que Hitler era bueno? Una película así era una oportunidad para entender algo que está muy claro que fue no bueno sino terrible, pero ocurrió. Capaz que sirve para entender cómo es que las cosas terribles logran ocurrir a pesar de ser terribles y estar todos en condiciones de darse cuenta de lo que son. Nunca pensé que la película me iba a hacer admirador de Hitler, ni que los que la hicieron lo fueran.

La película resultó ser La Caída, la misma que es protagonista de un montón de videos de YouTube con subtitulados parodiando cualquier situación. Y resulta que no contenía un “Hitler bueno”. Contenía un Hitler desde un punto de vista cercano, con ciertos gestos humanos. Y aparentemente eso era el problema. ¿Cómo van a humanizar a Hitler? pensaban algunos.

Sin embargo, eso es lo interesante de la película. Resulta que Hitler no era un extraterrestre, sino un Homo sapiens igual que todos nosotros (este texto fue escrito por un Homo sapiens para ser leído por sus semejantes). La película lo muestra seductor, amable y también propenso a la ira y la locura. No lo muestra como una víctima, ni como un héroe, ni como un villano caricaturesco, sino que intenta, digamos, entenderlo. Dar una idea de cómo eran esos días en el bunker, cuando la derrota bélica estaba al caer y el mundo artificial que había creado se desintegraba ante sus ojos (o los de los que estaban afuera y se lo contaban).

Se trata, entonces, de una película muy interesante, mucho más que si buscara ser “por qué Hitler era malo”. Algo que no tendría ningún atractivo para ver, particularmente porque ya lo sé. Pero mucha gente se ofendió ante la humanización. Y sospecho que lo que los ofendía no era que alguien hiciera un retrato humano de Hitler, sino que un humano pueda hacer las cosas que hizo. La mala noticia es que un humano hizo las cosas que hizo, y si esa idea es muy difícil de digerir, lo siento. Es lo que ocurrió, y conviene saberlo, porque hay muchos humanos, y seguramente no fue uno solo el que era capaz de todo eso.

Así que si alguien se ofende, una lástima. Siempre se puede elegir pensar en otra cosa. Lo que no está bien es no decir lo que uno quiere por miedo a que alguien se ofenda.

La vez pasada leí una historia que me hizo cambiar la opinión en el debate sobre los cambios de nombre de las calles.

En general, estaba en contra de los cambios innecesarios. “Abran calles nuevas y pónganles los nombres que quieran”. Suele haber intención política de homenajear a gente admirada por algunos, tal vez odiada por otros, que generan divisiones innecesarias entre los ciudadanos que transitan las ciudades.

Un ejemplo es la avenida Canning. George Canning fue un ministro inglés de relaciones exteriores, que fue el primer líder extranjero en reconocer la independencia argentina. En varios momentos, mentes nacionalistas decidieron que no estaba bien poner el nombre de un extranjero a una calle autóctona (aunque fuera un extranjero que ayudó a la existencia del país cuyo nacionalismo les tocaba ejercer). Entonces lo cambiaron por Scalabrini Ortiz, nombre que quedó luego de algunos vaivenes que no vienen al caso.

Ahora, ignoro los méritos del señor S. Ortiz. Tengo entendido que fue un intelectual peronista o algo así. Fenómeno. Puede que sea alguien excelente y muy digno de homenaje con su nombre en una calle. Mi objeción es otra: qué nombre largo. La avenida que antes se nombraba con dos sílabas, ahora necesita siete: s-ca-la-bri-ni-or-tiz. Algunos la abrevian, y logran usar sólo cinco: dicen simplemente “Scalabrini”.

Yo sigo diciendo Canning. Es mucho más fácil, y todo el mundo lo reconoce. A pesar de que el debate es anterior a mi época, y no conocí la calle con el nombre que uso, el nuevo no se termina de imponer, y la prueba es que todos entienden a qué me refiero cuando digo Canning. Una cosa es el nombre oficial de algo, otra el nombre real. Hay casos en los que la transición está completada: nadie llama Victoria a Hipólito Yrigoyen.

Pero ésa no es la historia que leí. Es sólo mi actitud respecto del nombre de calles. La historia es así. Parece que hace pocos años hubo en Inglaterra una iniciativa para cambiar las denominaciones de las calles que todavía llevaban nombres de gente relacionada con la esclavitud. Es una idea loable, dado que ese sí es un debate terminado; nadie está a favor de la esclavitud, o dice estarlo. El repudio unánime hace que sea coherente no homenajear a quienes sometieron a sus semejantes, etc, etc.

La cosa marchaba bien hasta que salió a la luz un mercader de esclavos del siglo XVIII, que además era líder antiabolicionista. Una persona execrable para los estándares actuales. Está muy bien sacarle la calle. Su nombre era James Penny, y la calle Penny Lane.

Esto generó alboroto. La industria del turismo de Liverpool puso el grito en el cielo. ¿Cómo van a cambiarle el nombre a algo tan emblemático, una de las razones por las que la gente visita la ciudad? Tanto alboroto se armó, que la iniciativa se fue al tacho, y los nombres de esclavistas se mantienen. Ahora se está intentando reflotarla, con la salvedad de que Penny Lane quedará sin modificaciones.

¿Que pasó? Hubo una modificación. El señor Penny había quedado en el olvido, y la calle ya no remitía a él. Ahora, gracias al paso del tiempo, Penny Lane sólo remitía al lugar. A tal punto que McCartney no tuvo ningún reparo en escribir una canción sobre la calle, a la que le puso el mismo nombre. Es probable que no estuviera enterado de que alguna vez hubo un señor Penny que vendía esclavos.

Esto viene a reforzar la idea de que los nombres es mejor que sean cortos. No hace falta poner nombres completos de personas o, como se hace en muchos casos, los títulos o cargos del homenajeado. Hubiera sido más difícil la transición si el nombre era James Penny Lane.

La cuestión es que la cultura y la poesía le dieron otro significado a una calle que en principio homenajeaba a alguien que hoy sería altamente condenado y repudiado. El lenguaje está vivo, y los nombres no son más que eso. Los esclavos fueron sometidos por más que Penny Lane se llame Scalabrini Ortiz. La esclavitud fue abolida por más que Penny Lane conserve ese nombre. Y la poesía lo convirtió en algo positivo, cantable, con alegría y trompeta piccolo.

Entonces, decidí que no me importan tanto los nombres de las calles en sí. Aunque hay gente que prefiero que no tenga calle, tarde o temprano la cultura lavará los significados, y pasarán a ser, como Marcelo T. de Alvear, una sucesión de sonidos con connotaciones sólo geográficas (Marcelo Torcuato de Alvear, en cambio, fue un presidente radical). Y, quién sabe, con suerte aparece la poesía y nombres antes execrables pasan a evocar imágenes como las de Penny Lane.

En unos días, en el otro blog, va a salir un texto que puede desembocar, si alguien tiene ganas, en acusaciones de antisemitismo. Se trata de un texto que no niega el Holocausto, sino que niega que exista la negación del Holocausto, y lo denuncia como una operación tramada por el sionismo internacional para hacerse las víctimas de algo que no ocurre.

No voy a ponerme a probar mi no antisemitismo, entre otras cosas porque es muy difícil probar algo que no es. El asunto, sin embargo, constituye una buena oportunidad para dejar claro algo: los textos escritos por un autor no necesariamente reflejan la opinión del autor.

Capaz que en algún nivel sí reflejan alguna opinión, que la existencia misma del texto se desprende de posturas que están. Pero eso es otra cosa. Las posturas que pueden ser reflejadas por ese texto son, en opinión de este autor, acerca de la naturaleza de ciertas teorías y de su sustento lógico.

Pero no me voy a atajar porque alguien pueda interpretar algo que no es. Es irrelevante la temática de un texto. La razón que hace escribirlo es si pienso que la idea puede funcionar o no. Y mandarme una teoría conspirativa sobre una teoría conspirativa me gustó. No hubo más razonamiento.

Existe otra defensa: yo puedo hablar de estas cosas porque soy judío. El problema es que no lo soy. Y eso no me impide abordar esos temas con toda legitimidad. No tiene por qué desprenderse de un texto la religión (o no religión) de su autor. Si funciona, es independiente de quién lo escribió. Y si no funciona, también.

Así que ya saben. No empiecen con esas cosas.

Sí, es bueno leer. Está muy bien. Es muy respetable. Abre la cabeza, nos pone en contacto con el mundo, nos hace viajar, nos transmite las ideas de personas que han muerto, nos permite vencer al tiempo. Es maravilloso.

Pero hay que saber qué leer.

Si lo que uno lee es cualquier porquería, todo lo de arriba no se aplica. Hay muchas formas de perder el tiempo leyendo. Muchos libros con los que uno no se cultiva, ni se convierte en una persona mejor, ni aporta nada a su vida, ni se hace más sabio. Varios, incluso pueden hacernos menos sabios.

No voy a ponerme a hacer un catálogo de qué sirve y qué no. Ustedes saben de qué estoy hablando. O ustedes suponen de qué estoy hablando. El asunto es simple: que algo esté en libro, no significa que valga la pena leerlo.

Ojo: hay libros que no valen mucho, pero no son perjudiciales. No estoy hablando de la literatura pasatista, no tiene necesariamente nada de malo. Lo problemático son aquellos libros que se hacen pasar por los buenos, y que si uno no está atento los puede confundir con ellos.

Hay que tener cuidado. Uno puede pensar que está educándose, que está ampliando sus conocimientos, que está sumergiéndose en filosofías, que está llenando sus recovecos mentales con arte. Pero en realidad los llena con yeso, que después se endurece y queda atascado en los pliegues del cerebro.

Es necesario prestar atención. Es bueno leer. Pero a veces es mejor no leer.

El otro día tuve mi primera experiencia en un cine 3D. Hasta ahora me había negado a ver las películas que salían en ese formato (las de Pixar, por ejemplo, las miro en su versión 2D). ¿Por qué? Porque me daba la impresión de que una película en general está diseñada para una pantalla de dos dimensiones, y así como me gusta verlas en idioma original, prefiero ver también el formato original.

Había otras razones. Nunca estuve convencido de que el 3D en el cine fuera una buena idea. No es necesario para contar una historia, ni para tener una película estéticamente bella. El cine ya tiene una manera de proyectar las tres dimensiones. Se llama perspectiva, y funciona muy bien. Es cierto, la perspectiva es una ilusión óptica, pero el 3D también es una ilusión óptica. Y si vamos más allá, el cine mismo es una ilusión óptica.

Me daba la impresión de que una película que quisiera aprovechar el 3D iba a prestar más atención a esos efectos que a lo importante: trama, actuación, dirección, fotografía, etc. Iban a estar buscando oportunidades para mostrar el chiche, para hacer ver a la gente que la plata extra que pagaron valió la pena. Ojo: no me parece mal que se haga. Pero tampoco me pareció que hubiera alguna razón para ir a verlo.

Hasta que apareció Hugo, de Scorsese. Aparentemente la película fue diseñada con el 3D en mente, y lo hizo Scorsese. Me dije entonces que estaba ante la oportunidad de experimentar el 3D hecho por alguien en quien confío. El razonamiento es más o menos así: “si alguien va a hacer que valga la pena el 3D, es Scorsese”.

¿Qué me pareció? El 3D me distrajo, me sacaba de la película. La experiencia confirmó mis temores. Algunos efectos son muy lindos, pero cuando se mezcla la dimensión con actores queda artificial, como la pantalla azul del Chapulín Colorado. Quedan los actores en dos dimensiones y el fondo en tres. Y eso da una sensación muy rara, que me saca de la historia hace acordar de que estoy viendo una película.

Una película que me encantó. Fui sin saber mucho de la trama, sólo que había muchas referencias al cine temprano, y en particular a Méliès. Me encontré con una historia deliciosa sobre la magia del cine. Cuando digo “magia del cine” me refiero a la experiencia, a lo que se puede sentir viendo y haciendo cine. Y a las posibilidades narrativas y visuales. No en vano Méliès era director y también mago.

Me encanta el cine mudo, y particularmente las películas de la primera época, las de los hermanos Lumière, esas cosas. Siento que estoy viendo magia. Me permito ponerme en el lugar de alguien que por primera vez está viendo imágenes en movimiento.

El lenguaje del cine se desarrolló en las décadas mudas, con distintos hitos que vienen al caso. Hubo que descubrir el montaje, el significado de dos planos seguidos, la continuidad, las distintas formas que estamos acostumbrados a ver. Cuando se ven películas de antes de esos descubrimientos, son asombrosas. Es un lenguaje distinto, perdido, nuevo.

Hugo no innova en el lenguaje. Es una película exquisitamente filmada, con un guión “tradicional”. Narrativamente, es una historia que vi muchas veces. Hay un niño soñador y curioso, un viejo que lo resiste pero algo se trae entre manos, la esposa del viejo, que es más dulce y conoce el secreto, la protagonista femenina que desencadena las aventuras, el antagonista que trata de impedir los hechos que sabemos que se van a producir. No hay nada innovador en esa estructura, y no importa. Porque se trata de otra cosa. La estructura no es más que eso, un soporte para lo que la película quiere ser.

El film habla mucho de los descubrimientos, de jugar con los chiches nuevos, de sueños, de sensaciones. Méliès descubrió una forma nueva de hacer magia y de narrar, e inmediatamente se puso a jugar y experimentar con ella. Scorsese agarra esa forma con cien años de desarrollo, y usa las técnicas que tiene bien aceitadas. Pero le agrega otra: el 3D. Un chiche nuevo (es una manera de decir, porque existe hace más de 50 años) con el que Scorsese juega. Tiene sentido que elija hacerlo en esta película y no en otra.

Pero, más allá de algún efecto atractivo cada tanto, el 3D no logra darle otra dimensión a la película. Porque ya la tenía. Es un artificio, como todos los que hay en el cine, salvo que notorio. La película es mejor cuando está narrando, cuando mete al espectador en la historia. El espectador está adentro, rodeado, olvidándose de que lo que está viendo es en realidad un rectángulo iluminado. De repente aparece un efecto 3D, un copo de nieve que se sobresale de la pantalla, la artificialidad queda expuesta, y se traza una línea entre film y espectador.

Recomiendo no perderse Hugo en cine. Es una película maravillosa, que vale la pena, y sospecho que en 2D la historia brilla todavía más.

Hoy es 7 de febrero, y por lo tanto es un nuevo aniversario del nacimiento del célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero. Como homenaje, en esta oportunidad, Crónicas de Léame presenta por primera vez un análisis exhaustivo de una obra ajena. Se trata de la letra de Miss Lilly Higgins Sings Shimmy in Mississippi’s Spring, escrita por Count Baseball, uno de los autores predilectos de Mastropiero, que tuvo gran influencia en las progresiones armónicas de su ballet El lago encantado.

Esta canción es una muy disimulada advertencia de los peligros de la guerra y el sometimiento de los pueblos. Puede ser escuchada aquí en la versión de un conjunto de instrumentos informales.

El análisis merece este espacio debido a la importancia de los temas que trata, que deben preocupar a toda la población y también al resto de las personas.

Antes que nada, la letra completa:

Papa, batata, barata, dirán
tanta pavada taraba a un titán.

Vida para tribu
estúpido bidet se traba.
Tipa brava dura
daba prioridad.

Tapa pava hervida
probará varón tu piba.
Trapo obtura entrada
vivir a pan.

Una letra de esta complejidad merece ser analizada por partes.

Papa, batata, barata, dirán

El primer verso establece el carácter profético de la canción. Todo arranca con promesas demagógicas. Tener los alimentos básicos baratos es una aspiración de todos los pueblos. Pero eso no se puede conseguir de cualquier manera. El “dirán” implica una promesa. Una palabra, que no es lo mismo que un hecho.

tanta pavada taraba a un titán.

Aquí se esclarecen las dudas que el oyente puede tener respecto de la promesa del primer verso. Se califican específicamente como “pavadas”. Pero en realidad no es plural. No son pavadas, sino que es la misma pavada. Hay una sola cosa que va tarando al titán. ¿Y qué es el titán? Es una figura mitológica griega de gran tamaño. ¿Qué tiene gran tamaño? Un solo concepto encaja: el pueblo. Por eso “titán”, no en vano los griegos fueron los inventores de la democracia.
En resumen, lo que Count Baseball nos quiere decir es que la demagogia disminuye la inteligencia de los pueblos.

Luego de esta introducción, como puede apreciarse en la música, los hechos se desencadenan rápidamente.

Vida para tribu
estúpido bidet se traba.

Lo que el autor está indicando aquí es la importancia de la infraestructura como base de la civilización urbana. Las ciudades sólo pueden alcanzar un tamaño considerable cuando hay acueductos y otras estructuras que acerquen el agua a los seres humanos. El agua no sólo es usada para beber, sino también para la higiene más íntima. Sin ella, el hombre vuelve a un estado salvaje, anterior a la civilización. Por eso, cuando el “estúpido bidet se traba”, es un síntoma de que se ha retrocedido hacia una “vida para tribu”.

Tipa brava dura
daba prioridad.

Aquí se nos habla por primera vez de una mujer. No hay nombres, pero se trata de una mujer masculina (una “tipa”). No tiene el sensual encanto que suelen encontrar las canciones en las mujeres. Es porque se trata de una mujer perversa, tal vez la responsable de lo descripto hasta el momento. No se hace nombres, salvo que sea la “Miss Lilly Higgins” del título. El segundo verso sugiere que la clave del problema es la asignación de prioridades. Es posible que a esta mujer le importen más algunos asuntos sin importancia (quizá cantar shimmy en la primavera del Mississippi) que los problemas que aquejan al pueblo que puede o no tenerla como responsable.

Tapa pava hervida

Aquí empiezan los problemas graves. Como consecuencia de los recaudos no tomados en los versos anteriores, la situación explota. Se puede decir que salta la tapa de la pava. Pero hay un detalle importante: se habla de “pava hervida”. Es la pava misma la que hierve. No se menciona al contenido. Tal vez sea una pava vacía, y en ese caso puede representar a las promesas mencionadas en el inicio de la canción. No en vano el segundo verso nos da la pista, al llamarlas “pavadas”. Las promesas vacías son como una pava que hierve sin agua adentro, y tarde o temprano desembocan en algo muy desagradable.

probará varón tu piba

Aquí se ve el colapso total de la sociedad. El concepto de propiedad en la pareja será puesto a prueba en el caos reinante. Despojadas de todo bien material, hordas salvajes intentarán violar a la mujer de su prójimo. Las mujeres caerán en las garras de agentes malignos que las harán suyas por un rato, ante la mirada impotente de sus maridos. Es una ácida advertencia de lo que puede ocurrir en el caso de un colapso social, y una de las razones más gráficas para evitarlo. Se trata de una canción valiente.

Trapo obtura entrada
vivir a pan.

La pintura final que la canción deja un sabor de desesperanza postapocalíptica. Las casas tapiadas no permiten la entrada de intrusos, pero tampoco la salida de los legítimos propietarios. Las familias quedan sitiadas en sus hogares. Es necesario racionar la comida mientras se mantenga la situación. No se sabe cuánto puede durar. En cualquier caso, es grave, y lo que empezaba de manera optimista, con alimentos básicos como papa y batata a un precio accesible, termina con el pueblo arreglándoselas como puede, viviendo a pan.

Muchos cómicos que quieren hacer humor “absurdo” tienen un método infalible. Saben que, como es humor absurdo, cualquier cosa va. Entonces no pueden fallar. No importa lo que digan, siempre será elefante.

Pero el absurdo así no tiene cangrejo. Está bien, se supone que no tiene por qué tener partenones, para eso es absurdo. Sin estuario, cuando un texto no tiene consorte, es lo mismo que si en lugar de un texto hubiera palabras al azar.

El humor absurdo puede ser resultado de un proceso creativo. Pero hay que tener cepillo. Puede ser bueno o malo. El antonio es que no parezca hecho por un generador de palabras al azar. Ahí sí que no tiene gillete.

Si es posible, la idea es que a partir del absurdo, o la concatenación de absurdos, se llegue a algo. ¿A qué? Dependerá del titán. El asunto es que llegue a algo. El almacén puede no estar enterado de dónde llegó, pero tiene que haber un movimiento, algún tipo de traslado. Un punto de portalámparas, y un punto de lavarropas.

Aunque puede ser que esté completamente flecudo. Tal vez el asunto es que el absurdo tenga ingenio. Por ahí es simplemente cocodrilo. Capaz que con eso basta, y los protozoarios que tengo con algunos proponentes del humor absurdo es que no son suficientemente ingeniosos.

Capaz que es así. Puede re. No me hagan costa. Sigan con sus fridas.

¿A qué movimiento pertenezco? No tengo idea. Que yo sepa, a ninguno. Y espero que siga siendo así. No tengo ganas de que vengan los historiadores de la literatura a decir que pertenezco a los que hacían tal o cual cosa. Me da la impresión de que pierdo identidad.

No quiero pertenecer a la “Literatura Argentina”. Esas cosas, aunque no deberían, vienen con otras mochilas más allá de la nacionalidad. Es como el rock nacional. Si hiciera rock en este país, no tendría ganas de que se lo llamara “rock nacional”.

Tal vez por eso, puede pensar el lector, aparecen tantas referencias a aspectos de otras culturas. Es un intento por ser internacional, multicultural. No. Es que no estoy limitado a escribir sobre algo que está sólo en un país. No deja de ser literatura argentina por eso. Pero es una literatura argentina que no tiene el menor interés en ser Literatura Argentina.

No me interesa pintar mi aldea, ni la tuya, ni nada de eso. Las ideas salen de adentro, puede que alimentadas por lo que me rodea, pero hasta algún punto son mías. Y si se parecen a otras, no es intencional. No es para sumarme a nada. Los movimientos ponen límites innecesarios, que son las definiciones de cada movimiento. Un autor que pertenece a X tiene que moverse dentro de los confines de X. Si no, los puristas Xistas lo rechazarán por hereje.

Rechácenme. No me interesa su aprobación. Si quieren leer, lean. Si les gusta, buenísimo. Si no les gusta, una lástima. No quiero ser bueno en comparación con los que son como yo. Quiero ser yo.

Como muchos, crecí leyendo a Mafalda. Es una tira muy divertida, con mucho ingenio, y que se sostiene en el tiempo. Sin embargo, tiene también un lado algo oscuro que no quise ver hasta hace poco.

Mafalda es una tira amada por los bienpensantes, porque muestra preocupaciones sociales. Para los bienpensantes, no es suficiente que una tira sea divertida. Es necesario que haga reflexionar sobre los problemas de la sociedad. Y la única manera de hacer eso es hablar directamente de esos problemas, mostrarlos, reflejarlos en la superficie.

Como la época en la que salía la tira era de mucha agitación, la tira tenía actualidad. Algunas cosas como la guerra de Vietnam ya no están vigentes, sin embargo el mensaje se mantiene. Esto no es tan difícil de lograr. Simplemente hay que evitar las referencias específicas a la actualidad, a lo que dijo ayer tal funcionario y esas cosas, e ir a lo más grande.

Mafalda, entonces, habla de los problemas que tiene la gente para entenderse. La protagonista sueña con ser traductora en la ONU (a la que llama UN) para traducir mal los conflictos y así anularlos. Es un mensaje que está bien, del que no me voy a quejar.

Pero hay otro aspecto: el pesimismo. La última vez que releí el Toda Mafalda me quedó un mal sabor de boca, porque lo vi claramente. Pero siempre había estado, y me parece que la diferencia era mi punto de vista.

Me quedó una tira en la que Mafalda ve a dos personas que se encuentran por la calle. Se reconocen, y exclaman qué casualidad encontrarse justo ahí, esas cosas. Uno de ellos comenta “es que el mundo es un pañuelo”. Mafalda, al escuchar eso, piensa “habrá que quejarse al lavadero, entonces”.

Y yo digo: ¿qué necesidad? Aparentemente el personaje Mafalda opina que el mundo es una mierda, y no hay vuelta que darle. Esa tira no tiene otro mensaje que ése. Lo podría dejar pasar como el precio de algo ingenioso, de un buen chiste, pero acá ni siquiera hay eso. Sólo la operación Mundo -> Pañuelo -> Lavadero.

Hay otras tiras que pueden contener mensajes similares, pero están hechas con otro ingenio. Por ejemplo, una en la que Mafalda se roba un cartel de “Peligro: hombres trabajando” y lo coloca al lado del globo terráqueo. Eso es otra cosa. Y por más que se pueda objetar que hay muchos hombres trabajando para mejorar el mundo, no deja de ser ingenioso y relevante.

Poco después de esa última relectura, se inauguró en el subte de Buenos Aires (bajo la Plaza de Mayo) un mural de Mafalda. Aparentemente con la aprobación de Quino, se incluyeron dos tiras. Una en la que Mafalda le muestra al oso de peluche el globo terráqueo, y le dice que es lindo ese mundo “porque es una maqueta. El original es un desastre”. Yo pregunto, ¿de todas las tiras de Mafalda, justo ésa vienen a elegir?

Me da la impresión de que Quino tiene cierto orgullo por el lado pesimista. Me permite pensarlo su trabajo posterior a Mafalda, que ha ahondado en esa clase de cosas (no exclusivamente). Tal vez el hecho de que Mafalda fuera una tira protagonizada por chicos neutralizaba un poco el pesimismo general de Quino, y lo obligaba a hacer otro tipo de cosas, aunque fuera sólo para alimentar a los otros personajes.

De cualquier manera, Mafalda es una gran tira, no quiero que se interprete mal. Sólo quiero hacer notar ese aspecto, particularmente porque muchas veces es elogiado, supongo que sin querer, por los bienpensantes. Sólo digo que hay que tener cuidado, no vaya a ser que de mucho leer Mafalda uno termine creyéndose ese mensaje. Muchas veces, el contenido de Mafalda es para masticarlo, pero no hay que tragarlo.

Nota de agenda: a partir de hoy en este blog saldrán posts los días en los que no salgan cuentos en el otro blog. Como ahí sale uno cada tres días, acá habrá dos en el mismo período.

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