Payday loans uk

January 2012


Una de las cosas que más me irritan (?) es que muchísima gente, cuando tiene que dar un ejemplo, inventa a un personaje llamado Juan. Y cuando necesita un antagonista, siempre se llama Pedro. ¿No les pasa lo mismo a ustedes?

Para mí, es un enorme signo de falta de originalidad. Esa gente tiene que haber escuchado miles de veces esos nombres en situaciones similares. ¿No les causa un poco de rechazo ser uno más de ésos? Evidentemente no. Lo hacen, lo hacen todo el tiempo, y cuando los escucho, se me caen.

No puedo evitarlo. Sé que es un aspecto intolerante de mi personalidad, pero no los aguanto. ¿Por qué Juan y Pedro? Hay millones de nombres disponibles. Manden un Diego, un Roberto, un Sergio (¿quién no conoce a algún Sergio?), un Alfredo. En general ni siquiera hace falta que sean nombres masculinos. Puede ser una Nora, una Angélica, una Celia. No necesito que se quemen los sesos pensando nombres muy raros, como Adalberto o Nicéforo. Pero pónganle un poco de onda.

Por eso, a menos que por alguna razón sea necesario, me niego a usar esos nombres para los personajes de mis cuentos. No encontrarán Juan ni Pedro. Encontrarán nombres más o menos comunes, como Luis, y otros no tanto, como Tiburcio.

En una época me gustaba poner nombres extraños, o poco típicos para su género, como Giselo o Alberta. Pero encontré que distraían. Así que me retraje a nombres más o menos comunes, siempre evitando a Juan y a Pedro. También a María. Trato también de no repetir nombres de cuentos anteriores. Esto después de mil seiscientos podría ser un poco complicado, pero como no uso tantos personajes con nombre, no es un problema grande. De todos modos, tampoco tengo un método de verificación. No registro los nombres para no volver a usarlos, así que es posible que haya repetidos no intencionales. No me molesta.

Lo que sí me molesta es encontrar en un texto, de alguien que sí quiere tener imaginación, el nombre Juan o Pedro. ¿No se dan cuenta?

En las clases de guión se usa a la película Volver al Futuro como un ejemplo de guión bien estructurado. La película está construida con un uso eficiente de los recursos. Los elementos que aparecen en las partes decisivas están plantados antes, y todos tienen sentido dentro de la narrativa.

A partir de la idea básica (un adolescente va al pasado, conoce a sus padres y pone en riesgo su existencia) se construye un mundo rico. Uno de los elementos es la comparación entre las distintas cosas como eran treinta años antes y en el “presente”. La ciudad en la que la película se sitúa es una provisión casi inagotable de esta clase de cosas. A tal punto que siguió trayendo cosas nuevas durante dos películas más.

Pero la riqueza de Hill Valley, y de la película, podía haberse visto reducida considerablemente de haberse seguido el plan original. Los guionistas de la película, Gale y Zemeckis, se encontraron durante la escritura con el mismo problema que los personajes: ¿de dónde sacar la enorme cantidad de energía que requiere la máquina del tiempo? E inicialmente lo resolvieron de una manera muy distinta.

Al principio de la película se ve que la máquina funciona con plutonio, porque requiere una reacción nuclear. Los guionistas, entonces, se acordaron de que en la época en la que querían situar el film había pruebas nucleares. Entonces decidieron trasladar a los personajes a New Mexico para la última parte de la cinta, en la que se produce el regreso.

Esta solución implicaba abandonar la ciudad que tanta riqueza proveía, y a resolver la historia principal con anticipación. O a hacer drásticos cambios respecto de lo que es la película final. El guión que se iba a filmar tenía este elemento. Sólo cambió cuando se dieron cuenta de que el presupuesto no alcanzaba para ir a New Mexico.

Ahí tuvieron que ver con qué elementos contaban y se les ocurrió lo del rayo en el reloj de la torre. De repente, tenían una solución mucho mejor. No sólo mantenía a la película en el mismo lugar donde había ocurrido todo el resto de la acción, sino que aparecían elementos que la enriquecían: que la acción principal del viaje en el tiempo sucediera gracias a la destrucción de un reloj, que los personajes pudieran anticipar un rayo específico por tener información del futuro, que hubiera un límite sobre cuánto tiempo tenía el protagonista en deshacer su error y enamorar a sus padres.

Las conclusiones son dos: a veces las trabas permiten mejorar la obra, porque obligan a aumentar la creatividad. Y, por otro lado, cuando los guionistas exploraron la obra y usaron los elementos que tenían en el mundo que habían creado, la película fue mucho mejor.

Léame contiene ejemplares de varias series, pero hay otras que por alguna u otra razón no han entrado. Una es la de los mosquitos, que reaparece cada verano.

¿Por qué no entró ningún texto? No sé, puede ser que los buenos sean demasiado nuevos y hayan sido escritos después de la fecha de corte.

La serie Mosquitos narra la lucha por la existencia. Dos especies muy distintas, el mosquito y el hombre, quieren salirse con la suya. El mosquito quiere vivir del hombre. El hombre quiere deshacerse del mosquito. Cada especie elabora estrategias para conseguir su objetivo, que la otra debe neutralizar si quiere continuar la lucha. Se trata de una carrera armamentista.

Los mosquitos se antropomorfizan, realizan toda clase de actividades que requieren ingenio. Son capaces de abrir puertas como si fueran velocirraptors. Ejecutan venganzas. Evolucionan para dejar de ser repelidos por los repelentes. Y, sobre todo, buscan alimentarse de sangre.

Los hombres construyen barreras, golpean, fumigan, eliminan las aguas estancadas. Pero nunca es suficiente. Cada verano, los mosquitos aparecen y vuelven a la carga, listos para un nuevo round.

Una cosa es publicar un libro, y otra cosa publicar el primer libro. Me da la impresión, ahora que ocurrió, de que esa circunstancia es más especial. O por ahí no más especial, pero con un sabor distinto de las otras.

Como no tengo la intención de que Léame sea el único libro, se me cruzan por la cabeza esas cosas. El plan (?) es hacer más libros. No sé cuándo, ni en qué consistirán. Pienso dejarme sorprender por lo que salga. Pero siempre voy a tener un punto de comparación que esta vez no tuve.

Está bueno aplicar lo que aprendí, encarar el segundo proyecto sabiendo algo proveniente del primero. En realidad, no se sabe mucho del segundo. Puede que lo aprendido en el primero no sirva para nada. Pero, como también puede que sí, es bueno aplicar la experiencia.

¿Serán todos los libros como Léame? No lo sé. Aunque déjeme, amigo lector, contarle una infidencia. Me siento algo liberado. Estoy muy contento de que mi primer libro sea de cuentos humorísticos. Podía haber sido algo muy distinto. Muy distinto de lo que es y de lo que siempre quise que fuera. Pero ahora, no necesariamente tiene que ser de lo mismo. Se abren toda clase de opciones. De forma y de contenido. Claro que entre esas opciones está también el formato de Léame, que no lo voy a abandonar sólo porque ya lo hice.

Si quisiera, podría hacer ya mismo un libro comparable. No en vano tengo 1600 cuentos disponibles. Pero no se trata de recopilar cantidades. La idea, al menos la idea actual, es hacer libros que tengan algún tipo de identidad (recopilación de cuentos, no obstante, puede ser una identidad). Hay que dejarlos madurar, no forzarlos, confiar en que llegará el tiempo para que cada uno salga. Puede ser antes de lo pensado.

Así que, caro lector, no se sorprenda si en algún momento salgo con algo muy distinto. Seguro que va a estar hecho con el mismo entusiasmo.

Por lo pronto, me gusta que mi primer libro se llame Léame. Va a quedar bien en las biografías.

Lo siguiente es un ejercicio de taller que está recién salido del horno, modelo 2012, tal vez inconcluso. El ejercicio consistía en escuchar algunos fragmentos de Revelación de un mundo, de Clarice Lispector, y después escribir algo a partir de lo que resonaba de lo escuchado.

¿Cómo se escribe? Escribiendo. Ésa es una de las cosas de las que tuve que darme cuenta. Antes pensaba que había una manera correcta. Que “los escritores” lo hacían así. Seguramente de formas distintas, pero unas pocas, iguales en lo esencial. No estaba preparado para ser escritor. Entonces no era serio escribir. No era serio escribir ficción. Lo otro estaba claro que cualquiera podía.

Había también un determinismo. Uno es escritor, o no es. No hay “seré escritor”. Eso se nace. Una cosa es saber escribir y otra ser escritor.

Era mentira. Cuestión de ponerse y escribir, nomás. La inspiración se las tiene que arreglar. La intuición, si uno la deja, ayuda. Hay que liberarla, con ciertos límites, y dejarse llevar. Después revisar qué trajo la intuición. No todo sirve. Al corregir, aparecerá otra intuición, más difícil de ver, que se sube a los hombros de la primera y ve más lejos. Hay que darle bola.

Todo el proceso de darme cuenta de estas cosas me hizo dar cuenta de que hay una aplicación similar para la otra pregunta, la más grande. ¿Cómo se vive? Viviendo.

¿A qué movimiento pertenezco? No tengo idea. Que yo sepa, a ninguno. Y espero que siga siendo así. No tengo ganas de que vengan los historiadores de la literatura a decir que pertenezco a los que hacían tal o cual cosa. Me da la impresión de que pierdo identidad.

No quiero pertenecer a la “Literatura Argentina”. Esas cosas, aunque no deberían, vienen con otras mochilas más allá de la nacionalidad. Es como el rock nacional. Si hiciera rock en este país, no tendría ganas de que se lo llamara “rock nacional”.

Tal vez por eso, puede pensar el lector, aparecen tantas referencias a aspectos de otras culturas. Es un intento por ser internacional, multicultural. No. Es que no estoy limitado a escribir sobre algo que está sólo en un país. No deja de ser literatura argentina por eso. Pero es una literatura argentina que no tiene el menor interés en ser Literatura Argentina.

No me interesa pintar mi aldea, ni la tuya, ni nada de eso. Las ideas salen de adentro, puede que alimentadas por lo que me rodea, pero hasta algún punto son mías. Y si se parecen a otras, no es intencional. No es para sumarme a nada. Los movimientos ponen límites innecesarios, que son las definiciones de cada movimiento. Un autor que pertenece a X tiene que moverse dentro de los confines de X. Si no, los puristas Xistas lo rechazarán por hereje.

Rechácenme. No me interesa su aprobación. Si quieren leer, lean. Si les gusta, buenísimo. Si no les gusta, una lástima. No quiero ser bueno en comparación con los que son como yo. Quiero ser yo.

Durante la adolescencia, me ocupé por alguna razón de restringir mis gustos artísticos. Elaboraba grandes excusas para determinar por qué algo (un cantante, una película, un escritor) no me gustaba. Al mismo tiempo, elaboraba ideas sobre cómo tenían que ser las cosas. A esta altura no me acuerdo cuáles eran. Pero eran “esto no se puede, esto otro tampoco se puede, si hacés esto tu obra es mala, esto es una porquería”.

Tenía, entonces, una lista negra de no-nos, y bastaba que alguien cometiera uno solo de ésos para que se convirtiera en un artista inferior, indigno de admiración por mí y cualquier persona respetable.

Todo eso cambió con el tiempo, paulatinamente. Me acuerdo el momento en el que empezó ese cambio.

Fue en 1997, o tal vez 1998. Fui a ver a Leo Maslíah al subsuelo del hotel Bauen, donde hacía una larga temporada. Conocía algo de sus canciones, no mucho. Me gustaba el tema “Todo con respaldo”, que es una canción que después de cada verso tiene un auspicio correspondiente. También había escuchado “Quiero verte morir de muerte natural”, una parodia de Pimpinella. En ese momento, era un éxito el tema “Zanguango”, que tenía videoclip y todo, y lo pasaban por algunos canales de cable. El tema me pareció muy ingenioso, y me sigue pareciendo.

Entonces tuve ganas de ir a verlo. No sabía lo que me esperaba. Arrancó más o menos como esperaba, con un cuento sobre un señor que es tímido después de iniciar una relación y no antes. No estoy seguro de que supiera que escribía, y ciertamente no se me había ocurrido que existían ámbitos en los que la gente iba a escuchar a otro leyendo cuentos. Durante algún tiempo creo que supuse que eso era una particularidad de Maslíah, y que se podía sostener porque hacía también música.

Continuó con una versión pre-disco de “La papafrita”. Me sorprendió que nombrara marcas y gente como Elsa Serrano. Era una de las cosas que me parecía que estaban “prohibidas”, a menos que se tratara de eso. Sin embargo, la canción me gustaba igual. Por lo tanto, mi concepto estaba mal. De cualquier modo, tampoco era una gran transgresión.

Pasaron dos o tres temas más, y de repente arrancó con unos acordes raros. Unos segundos después, sin dejar de hacer esos acordes extraños, empezó a decir la letra: “mi unicornio azul, por fin te encontré, mi unicornio azul, por fin te encontré”. De repente me encontré con una canción que no era una parodia de otra, sino una especie de respuesta. Una de las infinitas posibles.

Ése fue el momento en el que me di cuenta de que estaba pasando algo extraordinario. Se estaban dando vuelta mis preconceptos. De repente, todo lo que creía que no era posible, era posible.

El recital continuó con varias obras que me producían rupturas. “El precio de la fama”, la historia de Alex Estragón dando un recital impromptu en el que no terminaba nunca de tocar, interpretado con versiones en teclado de las obras clásicas a medida que iban ocurriendo en el cuento. “Werner”, cuyo contenido es básicamente una sucesión de insultos. Es muy distinto leerlo que escucharlo por primera vez. De repente el tipo empieza “Werner era ignorante, inmoral, morboso” y entra a acumular adjetivos. Todo con un ritmo monótono, que no se sabe cuándo va a terminar. “insensato, trasnochador, malviviente, vanidoso”. Ninguno era un chiste en sí mismo, aunque algunos parecían. “entrometido, jactancioso, fullero, senil, descortés”. Parecía que no iba a terminar nunca. “simplón, incapaz, desvergonzado, pérfido”. A medida que continuaba, el pensamiento que surgía en mi cabeza era ‘esto tiene que explotar al final’. “lerdo, rústico, descocado, receloso”. De repente, apareció un ‘y’ que dio por terminada la lista. “infame, adulador y malhablado”. Pausa de la duración justa para dar el máximo impacto al remate. “Es una suerte, hija, que no te hayas casado con él”.

Era un cuento que no sólo era graciosísimo, sino que tenía una simplicidad estructural asombrosa. Estaba compuesto por dos oraciones. Y ese remate le daba un sentido a la lista anterior, sino que permitía imaginar toda una historia y un personaje atrás.

Leyó también “Por la fuerza no”, un cuento corto que cuestionaba conceptos políticos de una manera que nunca había pensado. “Rogelio”, una canción sobre un señor que tiene cara de culo, va a un cirujano para corregirlo y por un error el doctor le hace un culo en la cara. El diálogo musical “Perdón si te molesto con esta sonatina”, sobre una persona que insiste, sin ánimo de molestar, en tocar una sonatina.

Todo esto era en un espectáculo bastante regular, que alternaba canciones y cuentos, pero no tenía variaciones escénicas ni nada. Las canciones las leía Leo solo, y las canciones también, sólo acompañado por el teclado. Con una actitud medio anti-showman, “yo voy a hacer lo que hago, y que los divierta eso”. A los dos tercios de espectáculo así, de repente larga un tema titulado “Esa morena”, donde al final de la primera estrofa, y sin anestesia, Leo exclama “todos juntos” para que el público lo acompañe en la repetición del último verso.

El público, desprevenido, apenas si responde. Ni en pedo un recital así da para que el público de pronto se ponga a cantar como si fuera Hey Jude. Sin embargo, en las dos estrofas siguientes seguía esa estructura. El público, tímidamente, algo cantó, pero muy poco. Me quedó claro que el chiste era eso, y más después, cuando Leo hizo un monólogo preguntando por qué el público tenía tan poca onda como para cantar, siendo que era un tema con ritmo, fácil y simple. En la estrofa siguiente, luego de ser apercibido, el público está listo para cantar, pero en el intervalo en vez de “todos juntos” la exclamación es “yo solo”. Sólo en la última estrofa el público, entusiasmado, canta el último verso, que dice “con un swing de la gran puta”. Y ahí Leo exclama “ah, eso era lo que les estaba faltando”.

Esto también era extraordinario. El tipo estaba poniendo la lupa sobre su propia estructura de espectáculo, y sobre el público mismo (además de la idea de que el público participe de los recitales).

Salí flasheado del recital. Había descubierto un mundo. Había aprendido que un artista debe darse libertad. Y no sólo eso: me había entrado la idea de que esa libertad era posible, alcanzable. Tal vez porque podía percibir en general de dónde me parecía que venían muchas de las ideas, podía reproducir el proceso de creación (no importa si el verdadero, un camino hacia conseguir esos resultados).

Desde ese día, lentamente fui evaluando las cosas que creía que podía y no podía hacer, siempre teniendo en cuenta que lo más probable era que fuera posible. Sigue habiendo artistas que me parecen malos, obras que me parecen pésimas, pero trato de, por lo menos, ver qué se quiso hacer antes de no respetarlos. Y en algún momento decidí que era hora de ejercer esa libertad y ponerme a hacer cosas yo.

Pero todo empezó el día de ese recital, en el que descubrí la creatividad. Por eso me encanta que la contratapa de Léame, que no escribí ni aprobé, arranque con la frase “Nicolás Di Candia pregunta provocativamente ¿por qué no?”.

Como muchos, crecí leyendo a Mafalda. Es una tira muy divertida, con mucho ingenio, y que se sostiene en el tiempo. Sin embargo, tiene también un lado algo oscuro que no quise ver hasta hace poco.

Mafalda es una tira amada por los bienpensantes, porque muestra preocupaciones sociales. Para los bienpensantes, no es suficiente que una tira sea divertida. Es necesario que haga reflexionar sobre los problemas de la sociedad. Y la única manera de hacer eso es hablar directamente de esos problemas, mostrarlos, reflejarlos en la superficie.

Como la época en la que salía la tira era de mucha agitación, la tira tenía actualidad. Algunas cosas como la guerra de Vietnam ya no están vigentes, sin embargo el mensaje se mantiene. Esto no es tan difícil de lograr. Simplemente hay que evitar las referencias específicas a la actualidad, a lo que dijo ayer tal funcionario y esas cosas, e ir a lo más grande.

Mafalda, entonces, habla de los problemas que tiene la gente para entenderse. La protagonista sueña con ser traductora en la ONU (a la que llama UN) para traducir mal los conflictos y así anularlos. Es un mensaje que está bien, del que no me voy a quejar.

Pero hay otro aspecto: el pesimismo. La última vez que releí el Toda Mafalda me quedó un mal sabor de boca, porque lo vi claramente. Pero siempre había estado, y me parece que la diferencia era mi punto de vista.

Me quedó una tira en la que Mafalda ve a dos personas que se encuentran por la calle. Se reconocen, y exclaman qué casualidad encontrarse justo ahí, esas cosas. Uno de ellos comenta “es que el mundo es un pañuelo”. Mafalda, al escuchar eso, piensa “habrá que quejarse al lavadero, entonces”.

Y yo digo: ¿qué necesidad? Aparentemente el personaje Mafalda opina que el mundo es una mierda, y no hay vuelta que darle. Esa tira no tiene otro mensaje que ése. Lo podría dejar pasar como el precio de algo ingenioso, de un buen chiste, pero acá ni siquiera hay eso. Sólo la operación Mundo -> Pañuelo -> Lavadero.

Hay otras tiras que pueden contener mensajes similares, pero están hechas con otro ingenio. Por ejemplo, una en la que Mafalda se roba un cartel de “Peligro: hombres trabajando” y lo coloca al lado del globo terráqueo. Eso es otra cosa. Y por más que se pueda objetar que hay muchos hombres trabajando para mejorar el mundo, no deja de ser ingenioso y relevante.

Poco después de esa última relectura, se inauguró en el subte de Buenos Aires (bajo la Plaza de Mayo) un mural de Mafalda. Aparentemente con la aprobación de Quino, se incluyeron dos tiras. Una en la que Mafalda le muestra al oso de peluche el globo terráqueo, y le dice que es lindo ese mundo “porque es una maqueta. El original es un desastre”. Yo pregunto, ¿de todas las tiras de Mafalda, justo ésa vienen a elegir?

Me da la impresión de que Quino tiene cierto orgullo por el lado pesimista. Me permite pensarlo su trabajo posterior a Mafalda, que ha ahondado en esa clase de cosas (no exclusivamente). Tal vez el hecho de que Mafalda fuera una tira protagonizada por chicos neutralizaba un poco el pesimismo general de Quino, y lo obligaba a hacer otro tipo de cosas, aunque fuera sólo para alimentar a los otros personajes.

De cualquier manera, Mafalda es una gran tira, no quiero que se interprete mal. Sólo quiero hacer notar ese aspecto, particularmente porque muchas veces es elogiado, supongo que sin querer, por los bienpensantes. Sólo digo que hay que tener cuidado, no vaya a ser que de mucho leer Mafalda uno termine creyéndose ese mensaje. Muchas veces, el contenido de Mafalda es para masticarlo, pero no hay que tragarlo.

Nota de agenda: a partir de hoy en este blog saldrán posts los días en los que no salgan cuentos en el otro blog. Como ahí sale uno cada tres días, acá habrá dos en el mismo período.

En el otro blog, uno de los pocos datos que incluyo sobre cada cuento que aparece es el año en el que fue escrito. Esto es para dar algo de contexto. La escritura va evolucionando, y no es lo mismo algo de 2007 que algo de 2011. En algún nivel, al incluir el año estoy diciendo “pero los de ahora son mejores”.

Así que no está mal poner en contexto también a los cuentos de Léame. Aparecerán aquí en orden cronológico. Hay que tener en cuenta que pueden ser de hace varios años, pero lo más probable es que hayan sido fuertemente reescritos.

Tiro libre (escrito en agosto de 2007)
Hay sardinas (escrito en octubre de 2007 con el simple título “Sardinas”)
Alquiler de opiniones (escrito en noviembre de 2007)
Verdades acerca de usted (dos semanas después)
Alicia en el país antropomórfico (escrito en mayo de 2008)
Verleder y Lertena (junio de 2008, el texto menos modificado de todo el libro)
El escape (escrito como “El escape de los verdes enzolves” en noviembre de 2008, a partir de consigna de taller)
La extraña metamorfosis del doctor Erasmus Chesterton (en diciembre de 2008, cuando fue escrito, omitía el nombre de pila del doctor)
Plan Pepsi (enero de 2009, como “El plan Pepsi”)
Walt Disney descongelado (febrero de 2009)
Seamos buenos (se llamaba “No es necesario opinar” en febrero de 2009, luego fue “No pienso aceptar sus términos”; sobre la fecha de publicación obtuvo su título y forma definitivos)
Lanzamiento (escrito como “En el balcón” en junio de 2009; era una reescritura de un viejo texto de 2008 titulado “En las alturas”)
Un paso hacia adelante (en agosto de 2009 el título era mucho más pretencioso: “Un paso hacia arriba en la escalera de la vida”)
Después de usted (escrito en agosto de 2009 como “Duros de pasar”; ese título me sigue gustando)
El baño y el otro lado (octubre de 2009)
El carro que me quería (en octubre de 2009 se llamaba “El carro del Destino”)
Ejercicio de relajación (noviembre de 2009)
Huellas del camino (se llamaba “Medias finas” en noviembre de 2009)
Mi nube (noviembre de 2009, que fue un mes productivo)
Lo que nos costó la fiesta (diciembre de 2009, cuando se lo conocía como “La casa por la ventana”, título por el que muchos lo siguen llamando)
El abedul que quería caminar (uno de los más elaborados exponentes de la serie Caídas con la que me entusiasmé a fines de 2009, el cuento corresponde a diciembre)
Visitante (de mismo mes, se llamó “La mano oculta” hasta poco antes de ser publicado)
Cuando digo quiero decir (dos días después del anterior)
Mar de gente (un día después del anterior)
Ayudemos a los sapos (enero de 2010)
El álamo prominente (también enero de 2010)
El placer del Apocalipsis (marzo de 2010)
Coquerío (marzo también)
Lleno de naturaleza (abril de 2010)
Hisóposis (se llamaba sin tilde en abril de 2010)
Gaseoducto (en ese mismo mes se llamaba “Cocaducto)
Los tiempos románticos del coquero (mayo de 2010, en esa época me había emocionado con los coqueríos)
El contenido de la piñata (también mayo)
El método de la sortija (fue muy difícil encontrar un título adecuado en mayo de 2010, hasta que apareció fue simplemente “Sortija”)
La vaca atada (junio de 2010)
Usted es de los buenos (julio de 2010)
Autodescripción (agosto de 2010)
Planta vegetariana (agosto de 2010)
Una mano lava a la otra (enero de 2011)
Gracias por rebajarse (junio de 2011; mientras lo escribía me di cuenta de que ese texto tenía que cerrar el libro, que hacía poco que se llamaba Léame)
Domingo de regreso (julio de 2011)

Cabe mencionar que cuando empezamos a recopilar el libro, en agosto de 2010, hicimos un corte en julio de ese año, para que no se empezaran a acumular cosas nuevas. Sólo cuando se cayeron algunos textos previstos hubo lugar para algunos posteriores.

La estadística arroja tres textos de 2011, cuatro de 2007 y 2008, quince de 2010 y dieciséis de 2009. El ganador (?), entonces es el 2009. Los hinchas de 2010, sin embargo, no tardan en apuntar que el corte en julio hace que el promedio de cuentos de ese año sea mayor que el de 2009. Sépase.

En algunos pasajes de Léame hay conclusiones con cierta implicancia social. ¿Reflejan esas afirmaciones la opinión del autor?

La posición oficial del autor es que no sabe. Capaz que hay algo de cierto en la idea de que la gente que se mantiene quieta en las escaleras mecánicas es la que atrasa a las sociedades. Podría ser. Pero no es el propósito de un libro de ficción probar esa clase de cosas.

¿Por qué está eso ahí, entonces? Porque es divertido. O al autor le parece una idea divertida. Y ése es el principal requisito para ser parte de un libro de humor. Si después es cierta, fenómeno. Y si es falsa, no hay ningún problema.

Claro que esta clase de ideas sólo suelen ser divertidas cuando hay algún componente verídico, o cuando no se puede decir inmediatamente que son falsas. Entonces las observaciones pueden tener algún tipo de relación con “la realidad”. Porque ser ficción no implica no decir cosas ciertas.

Este autor, de todos modos, no ha explorado la veracidad o no de sus ideas. No es científico. No es sociólogo ni tiene ganas de serlo. Sólo se limita a inventar cosas, que pueden o no coincidir con lo que ocurre fuera de su cabeza. Hasta ahí es parecido a la ciencia. Pero en la literatura no hace falta hacer el paso que convierte a la ciencia en ciencia: el método científico, poner a prueba la hipótesis, a ver si se cumplen sus predicciones.

La única predicción que se formula para incluir el material en Léame es que el lector se va a reír al leerlo. Esa hipótesis se pone a prueba en cada lector. Sólo hay un requisito.

« Previous PageNext Page »