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Señores, Léame ya está disponible en las librerías Cúspide. En este momento se ignora exactamente en qué sucursales, pero el catálogo online lo confirma.

Lo bueno de estar en Cúspide es que no sólo es una cadena que permite el diálogo “¿dónde compro Léame?” “fácil: en Cúspide” sino que tiene sucursales en muchas ciudades de todo el país. De esta manera, si usted no vive en la capital federal, capaz que vive en una de las ciudades con un Cúspide, de modo que puede acercarse, pedir Léame, recibirlo, tocarlo, sentirlo, hojearlo, ojearlo, y ahí comprarlo.

Esta librería, igual que varias en las que también está disponible Léame, vende online. Así, usted no necesita moverse de su domicilio para poder recibir Léame. Se lo traerá el cartero, contento, silbando sobre su bicicleta mientras se acerca a cada casa para entregar la correspondencia del día, como antaño hacía el lechero (con la leche, no con la correspondencia).

Si usted aún no tiene Léame, esta es su oportunidad. Acérquese a un Cúspide, o a alguna de las otras librerías. Esta lista es facilmente accesible a través del dominio que hemos habilitado, quierocomprarleame.com.ar. Aproveche antes de que se agote, y luego podrá decirle a sus amigos que usted compró Léame cuando era nuevo.

Ya expliqué en otra ocasión la razón del título Léame. En pocas palabras, viene de la serie que recorre el libro, que consiste en especies de diálogos en los que el autor trata de razonar con el lector, o influirlo, o pedirle clemencia. Con el riesgo de que este texto sea repetitivo, o redundante, o vuelva sobre conceptos ya vertidos, o diga varias veces lo mismo, voy a tratar de echar luz sobre el origen de esa serie.

Vale primero una aclaración. En realidad no sé bien de dónde viene eso ni nada de lo que escribo. Se me ocurren, sin embargo, algunas ideas que pueden o no ser ciertas. Es probable que tire ideas con las que no estoy de acuerdo.

Lo primero que se me ocurre es que me gusta cuestionar. Tratar de pensar las palabras, de manera que cada una merezca estar. Pero más que las palabras, me gusta cuestionar conceptos. Ideas atrás de frases que capaz que se dicen habitualmente, y pueden esconder sentidos que no son los que se toma por ciertos. O pueden contener conceptos adicionales dignos de ser explorados.

Cuestiono estas cosas en el lenguaje, y también en mí. ¿Qué cosas doy por ciertas sin pensarlas? ¿Qué conceptos estoy repitiendo como loro? ¿Qué cosas que creo originales no son más que meros afanos? Todo el tiempo busco no caer en las trampas en las que veo caer a los demás, ni en las que caí alguna vez. No siempre lo logro. Estoy, no obstante, alerta. Y esa alerta me hace vigilar los textos.

Entonces, mientras escribo, hay una voz que dice cosas como “¿eso está bien?”, “eso se puede mejorar” o “eso es una boludez”. La voz toma la forma de alguien externo que está leyendo el texto y me humilla durante esa lectura, marcando los defectos. Como consecuencia, tengo que seguir escribiendo hasta que esa voz se quede callada y no tenga nada que objetar.

Es fácil llegar desde acá a la idea de escribir directamente hacia ese lector externo, tratando de obtener su favor. Pero no estoy seguro de que sea por eso que me sale esa serie.

Otra posibilidad, que se me ocurrió después de impreso el libro, es que sea una herencia del blog LaRedó, donde escribí durante varios años. Ahí hay una cantidad de gente que se dedica durante todo el día a comentar los posts que salen. No importa el contenido de cada uno. Usan la sección de comments del blog como un chat: se saludan, sugieren poner algún canal de televisión que está transmitiendo algo específico, proponen temas de discusión y, sobre todo, escriben la frase “todos putos”. Como resultado, la cantidad de comentarios de un post refleja no lo que generó el contenido, sino el tiempo que estuvo como última nota publicada.

Entre estos comentarios, siempre hay un puñado que son relevantes a lo escrito. Y pueden ser devastadores. Cualquier deficiencia real o imaginaria de lo publicado saldrá a la luz. Las inexactitudes son chequeadas, o semi chequeadas. En el afán por descubrir defectos, algunas sutilezas pueden caer en la ignorancia general, o ser corregidas como si fueran errores.

En general, cuando escribía ahí, tenía varias de las actitudes que cuando escribo para mí: cuestionar todo. También trataba de tener un aporte personal, no hacer algo igual a lo que hacían los demás, o a lo que hacían en otros medios. Para mí nunca tuvo sentido eso. Entonces exploraba, buscaba temas raros, o sobre todo maneras diferentes de encarar temas comunes. Esto requería explicaciones más o menos detalladas, debido a la costumbre de mucha gente de leer por arriba, o asumir que la nota que uno escribió, que se trata de un tema común, tomaba una posición o actitud determinada. Como resultado, salían unos cuantos párrafos, y esto me valió la reputación de escribir textos largos (los posts que hice para ese blog suelen ser mucho más largos que los cuentos). Algunos agregaban que además de largos eran aburridos, algo con lo que en general no estoy de acuerdo. En esos casos asumo que son sentidos del humor diferentes, que exigen otra cosa, los que afirmaban eso.

Pero vamos a un ejemplo para hacer las cosas más claras. Véase esta nota, titulada “El más grande”. Si se la lee, se verá que es un texto acerca de la discusión de Maradona vs. Pelé, de las actitudes de la gente que se embarca en esa cháchara y de la clase de argumentos que se esgrimen. Veamos una muy escasa selección de comentarios:

  • Eeee, ya lo leo entero, pero esta discusion no tiene ningun sentido…
  • A mi me gusta más el Die´, a pesar de su veleta verborragia.
  • Ya dijeron que Pele debuto con un pibe?
  • De pie señores, acá se habla del Dié
  • dale viejo, teorizando un viernes a la tarde?
  • Todo mal,…se cayo Poringa,…
  • no lei el post pero hacete ortear Perplatado
  • Gordo barrilete y mentiroso como pocos. Orgullo nacional la verga, que enseña maradona? Que mediante el trabajo se puede? mentira. Coherencia? la chota.

Es muy razonable, entonces, que una persona que me conoce sólo por ese blog y sabe ese funcionamiento, encuentre al título Léame como una prédica para que alguno me dé pelota, y a la serie del autor al lector como un intento de dialogar con los hipotéticos comentaristas del libro. No es lo que pienso, no creo que todo esto venga de ahí, pero tiene sentido que se le ocurra a alguien.

¿Cuál es entonces el origen de estas cosas? Últimamente estoy pensando que ese origen está cerca de una de las influencias ocultas (?) de mi escritura: los Simpsons. Siempre fui hincha de las rupturas de la cuarta pared, y hace muchos años confeccioné esta recopilación (en inglés) para el sitio The Simpsons Archive.

Aunque puede cambiar, en este momento me inclino a pensar que los intentos de diálogo y complicidad con el lector vienen de ahí.

En las últimas semanas Léame ha recibido algunos comentarios elogiosos que está bueno compartir con usted, caro lector.

Por ejemplo, esta semana apareció en el catálogo de libros de la revista Ñ. La reseñina dice así:

Nos enfrentamos a textos donde no sólo pueden convivir seres extravagantes o fantásticos en situaciones grotescas, sino que la incuestionable lógica argumentativa eleva el nivel de la ocurrencia y vuelve la posibilidad factible.

Esa lógica argumentativa está presente en varios comentarios, y da para decir algunas cosas, que serán escritas en algún futuro post.

Ha habido también reseñas. Nadina Tauhil hizo una para el blog de Viajera, como parte de un proyecto de  mutuo reseñismo con su ranamadre.

Por su parte, el autor Rubén Sacchi publicó en su blog un comentario, de cuyo contexto voy a sacar la frase “fuera de eso, la vida transcurre entre señores con álamos en su cabeza y ríos de Coca Cola brotando de las canillas”.

Finalmente, hace algunas semanas el periodista Osvaldo Bazán no sólo hizo comentarios muy elogiosos en Twitter y también en su programa Agenda Nacional de TN. Esto generó un follow frenzy que casi duplicó mis seguidores. Si usted aún no es uno de ellos, todavía tiene la oportunidad.

Agradezco a todos los que se tomaron el tiempo no sólo de leer Léame, sino también de proclamarlo en público.

En la sociedad que me rodea hay muchos consensos indiscutidos. Uno sostiene que las dictaduras son malas. Otro que la película Esperando la carroza es la obra cumbre del cine argentino. Otro que determinados archipiélagos no están en posesión de sus legítimos propietarios. De algunos de esos consensos participo, de otros no. Uno de los que no es el referido a la genialidad de Alberto Olmedo.

No es que la niegue. Esto es importante. Sería muy fácil decir que todos los vastos números de Homo sapiens que forman parte de la sociedad de este país y ven la grandeza de Olmedo son unos imbéciles y no entienden nada. No sería especialmente extraño. Innumerables veces ha habido gran entusiasmo por ideas no sólo muy problemáticas sino erróneas. Pero no quiero ponerme en contra del consenso. Simplemente no lo entiendo.

Si viera lo que ven, podría unirme a los que piensan lo mismo o decir que es cualquiera. Pero no lo entiendo. Todas las veces que he visto videos de este actor vi a alguien corriente, no del todo carente de gracia, un tipo más o menos simpático que ama reírse de sus ocurrencias. Pero sus ocurrencias nunca me han resultado graciosas.

Capaz que no vi los videos adecuados. Capaz que espero demasiado por todo lo que se habla. Capaz que simplemente no es mi tipo de humor (Porcel, no obstante, me hace reír mucho). No sé qué es lo que pasa, y tampoco hice un análisis exhaustivo como para poder decirlo concretamente. Sólo que cuando todos los demás hablan de Olmedo como si fuera un titán del humor, sin que nadie lo discuta, yo me quedo pensando “¿qué verán?”

Empecé escribiendo humor. Ahora lo sigo haciendo, pero también descubrí que había otras posibilidades y me gusta explorarlas. Entonces, ocurre que algunos de mis escritos actuales no tienen humor, o no lo buscan.

Por un lado está bueno, porque me animo a cosas nuevas, cosas que antes no se me ocurría que fuera capaz de hacer. Pero por otro lado, puede dar lugar a una confusión que es pertinente sacarnos de encima desde el vamos.

Hay gente que empieza haciendo humor y después “se gradúa” hacia géneros mayores. No tengo intención de convertirme en ésos. Primero, el humor no es un género menor. No estoy seguro de que sea un género, ni de que existan los géneros, pero eso es otra discusión. Pero una obra que tiene como objetivo el humor no es necesariamente inferior a una que tiene como objetivo, por ejemplo, movilizar lágrimas.

Está bien, en general las comedias no reciben Oscars. Eso es un problema de los Oscars. Peor para ellos. No resta mérito a las comedias. Claro que un Oscar da prestigio. Tom Hanks ganó una pila de ellos, y es considerado un gran actor. Pero antes de ganar esos Oscars no era peor actor que después. Sólo actuaba en comedias.

No estoy diciendo que Tom Hanks tendría que haber recibido un Oscar por su actuación en Splash. Estoy diciendo que tuvo que hacer papeles más dramáticos para poder ser tomado en serio por la gente que otorga ese premio, y por gran parte de la sociedad. Y eso no está necesariamente bien.

Es un fenómeno parecido al que se da con ciertos periodistas deportivos, que no ven la hora de cambiar de rubro y dedicarse al periodismo de otras áreas. Muchos lo consiguen, y de repente tienen una chapa que antes no poseían. Se convierten en gente respetada, en opiniones autorizadas. Pero puede que no haya cambiado la calidad de su trabajo. Puede ser igual de bueno (o de malo) que cuando cubría waterpolo. Lo que cambia es la percepción, la idea de que una persona que se ocupa de temas serios es más seria.

Eso es una mirada superficial y equivocada. Lo que hay que mirar es qué tan bien hace alguien su trabajo. Si quiere hacer humor, qué tan gracioso es. Si quiere hacer ciencia ficción, qué tan cienciaficcioso es. La persona, en todos los casos, es la misma y tiene la misma capacidad que antes.

Todo esto, en realidad, es más un problema de la sociedad (?) que de quienes hacen o no humor. El asunto es que muchos se creen estas cosas, y terminan pensando que al hacer humor hacen obras inferiores. Y se quieren ir. ¿Saben una cosa? Váyanse. Nosotros, los humoristas, no estamos interesados en tener gente que no quiere estar en nuestro club. Vayan a ver si los aceptan en el country de la Alta Literatura.

Monumento a Sarmiento en Boston, Massachusetts.

Domingo Faustino Sarmiento es un personaje extraordinario, y no hace falta considerar su presidencia para llegar a esa conclusión. Un tipo antidiplomático, ilustrado, iracundo y bien de su época. Muy colorido. Cada tanto lo uso como personaje.

El cuento más nuevo de Léame lo tiene como protagonista. Siempre se tituló Domingo de regreso. La idea del título es no dar pistas sobre el contenido del cuento, que es mejor cuando Sarmiento aparece de sorpresa. Entonces está pensado para que en una de ésas el lector piense que va a ser algo sobre volver a casa después de un fin de semana, tal vez algo parecido a La Autopista del Sur.

Pero no es eso. Es la historia de cuando el doctor Frankenstein revive a Sarmiento, y las peripecias que pasa el autor de Recuerdos de Provincia cuando se escapa del laboratorio. Es un cuento que se fue armando mientras lo escribía, de ésos en los que me permito confiar en los instintos. No sabía cuando empecé que iba a terminar como termina, por más lógico que pueda ser ese final.

Uno de los atractivos que tiene ese texto es las formas de referirse a Sarmiento. Nacen de la necesidad de no estar repitiendo el nombre Sarmiento todo el tiempo. Entonces lo menciono como “el ex presidente”, “el gran educador”, “el calvo masón resucitado” o “el putrefacto pedagogo”.

Pero tenía más lugares donde referirme a Sarmiento que formas de hacerlo. Algunas fueron descartadas. “El autor de Recuerdos de Provincia“, por ejemplo, distraía y fue eliminado. Había un punto en el que repetía una referencia porque no encontraba una forma mejor.

Hasta que, sin saber que yo estaba resucitando a Sarmiento, mi amigo Federico me fotocopió una nota de la revista Todo es Historia de la década del ’60. Es una nota muy interesante sobre la historia del tranvía de Buenos Aires, que se había retirado poco tiempo antes.

Hay un solo pasaje sobre Sarmiento en esa nota. Es cuando se inaugura el primer tranvía a Flores. Flores era en ese momento un pueblo separado de Buenos Aires, no un barrio (Flores y Belgrano fueron federalizados en 1880). La existencia de un tranvía implicaba un enorme avance en la comunicación. Implicaba que cualquiera estaba al alcance de llegar desde el pueblo a la capital, sin necesidad de contar con un carruaje ni nada así. Ese tranvía a caballo era el primer transporte público que comunicaba ambas urbes. Fue iniciativa del señor Mariano Billinghurst.

Dada la importancia del tranvía, cuando se inauguró invitaron al Presidente, que era Sarmiento, a andar en tranvía hasta la plaza de Flores y dar un discurso ahí junto al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Emilio Castro. Dice la nota de Todo es Historia:

La procesión entró triunfal en San José de Flores, donde esperaba otro numeroso gentío congregado en la plaza. Al aparecer el coche presidencial, nuevos clamores ovacionaron a Sarmiento. Mientras verdaderas avalanchas humanas se cerraban sobre los tranvías, a duras penas el coche principal pudo acercarse al punto de destino. Sarmiento, Castro y Billinghurst descendieron dificultosamente para trasladarse al edificio de la Municipalidad. Rojo de sofocación, apretujado hasta el colmo de su no abundante paciencia, el presidente de la República volvió a ser Sarmiento a secas y se abrió paso a codazo limpio, hendiendo el gentío con sus robustos hombros.

La anécdota me encantó, pero no fue lo que más me llamó la atención. La nota continuaba con algo así como “momentos después, el ajetreado mandatario logró dar el discurso”. De repente, tenía la referencia que me faltaba. Y si usted, caro lector, abre su copia de Léame, puede encontrar que en Domingo de Regreso aparece la frase “el ajetreado mandatario”. Proviene de esa nota sobre tranvías de Todo es Historia.

Poco antes de la salida de Léame, una persona que no será nombrada me comentó que el título le parecía muy autoritario. Me sugirió cambiarlo por otro un poco más benigno, por ejemplo ¿Me leés y me decís qué te parece?

Se trata de una persona no familiarizada con el contenido del libro, y tampoco con las razones del título. Pero el público en general comparte ese desconocimiento. Salvo usted, querido lector, que está acá leyendo sobre Léame. Gracias, de paso. Pero volviendo al resto del público, me pregunto si habrá muchos que comparten esa opinión y descartan la lectura por verse envueltos en un abuso de autoridad por parte de un libro.

Si por alguna razón usted, que está leyendo acá, piensa eso, le pido que se calme. No pasa nada. Los libros no pueden hacerle daño. No muerden, ninguno tiene represalias por no ser leído. Tenga confianza. Avance con cuidado, y fíjese que tal vez lo puede disfrutar.

Sospecho, de todos modos, que una persona que encuentra problemático el título no es alguien que vaya a disfrutar el libro. Es una buena manera, ahora que lo pienso, de ver si un título está bien puesto. Un buen título debe atraer no sólo a la mayor cantidad de público posible, sino también a los sectores del público que más vayan a disfrutar del contenido.

De más está decir que el Léame del título no tiene la intención de ser autoritario. Sí desafiante, o intrigante. Ciertamente imperativo. Tiene un poco de publicidad. Las publicidades tienden a ser imperativas, en general en forma mucho más agresiva. Lejos están los tiempos del “Tome Coca-Cola”. La publicidad tiene la costumbre de invadir, de interponerse entre el contenido que uno está buscando y uno, sólo para enviar esos mensajes imperativos.

El título de Léame, es verdad, está entre el lector y el contenido. Pero tiene una diferencia: consiste en una invitación a ese contenido. No una incitación a ir hacia otro lado. Y, además, algún título había que usar. Algo se iba a interponer entre el contenido y el lector. Podría haber sido “Las aventuras de las sardinas en busca de un lugar donde nadie las coma”, pero hubiera sido poco descriptivo de todos menos uno de los cuentos. Entonces es Léame. Que no describe todos los cuentos, pero si lo vemos de otra manera, capaz que sí. Y lo que es más importante: es llamativo, es simple. Es Léame.

Hoy es 7 de febrero, y por lo tanto es un nuevo aniversario del nacimiento del célebre compositor Johann Sebastian Mastropiero. Como homenaje, en esta oportunidad, Crónicas de Léame presenta por primera vez un análisis exhaustivo de una obra ajena. Se trata de la letra de Miss Lilly Higgins Sings Shimmy in Mississippi’s Spring, escrita por Count Baseball, uno de los autores predilectos de Mastropiero, que tuvo gran influencia en las progresiones armónicas de su ballet El lago encantado.

Esta canción es una muy disimulada advertencia de los peligros de la guerra y el sometimiento de los pueblos. Puede ser escuchada aquí en la versión de un conjunto de instrumentos informales.

El análisis merece este espacio debido a la importancia de los temas que trata, que deben preocupar a toda la población y también al resto de las personas.

Antes que nada, la letra completa:

Papa, batata, barata, dirán
tanta pavada taraba a un titán.

Vida para tribu
estúpido bidet se traba.
Tipa brava dura
daba prioridad.

Tapa pava hervida
probará varón tu piba.
Trapo obtura entrada
vivir a pan.

Una letra de esta complejidad merece ser analizada por partes.

Papa, batata, barata, dirán

El primer verso establece el carácter profético de la canción. Todo arranca con promesas demagógicas. Tener los alimentos básicos baratos es una aspiración de todos los pueblos. Pero eso no se puede conseguir de cualquier manera. El “dirán” implica una promesa. Una palabra, que no es lo mismo que un hecho.

tanta pavada taraba a un titán.

Aquí se esclarecen las dudas que el oyente puede tener respecto de la promesa del primer verso. Se califican específicamente como “pavadas”. Pero en realidad no es plural. No son pavadas, sino que es la misma pavada. Hay una sola cosa que va tarando al titán. ¿Y qué es el titán? Es una figura mitológica griega de gran tamaño. ¿Qué tiene gran tamaño? Un solo concepto encaja: el pueblo. Por eso “titán”, no en vano los griegos fueron los inventores de la democracia.
En resumen, lo que Count Baseball nos quiere decir es que la demagogia disminuye la inteligencia de los pueblos.

Luego de esta introducción, como puede apreciarse en la música, los hechos se desencadenan rápidamente.

Vida para tribu
estúpido bidet se traba.

Lo que el autor está indicando aquí es la importancia de la infraestructura como base de la civilización urbana. Las ciudades sólo pueden alcanzar un tamaño considerable cuando hay acueductos y otras estructuras que acerquen el agua a los seres humanos. El agua no sólo es usada para beber, sino también para la higiene más íntima. Sin ella, el hombre vuelve a un estado salvaje, anterior a la civilización. Por eso, cuando el “estúpido bidet se traba”, es un síntoma de que se ha retrocedido hacia una “vida para tribu”.

Tipa brava dura
daba prioridad.

Aquí se nos habla por primera vez de una mujer. No hay nombres, pero se trata de una mujer masculina (una “tipa”). No tiene el sensual encanto que suelen encontrar las canciones en las mujeres. Es porque se trata de una mujer perversa, tal vez la responsable de lo descripto hasta el momento. No se hace nombres, salvo que sea la “Miss Lilly Higgins” del título. El segundo verso sugiere que la clave del problema es la asignación de prioridades. Es posible que a esta mujer le importen más algunos asuntos sin importancia (quizá cantar shimmy en la primavera del Mississippi) que los problemas que aquejan al pueblo que puede o no tenerla como responsable.

Tapa pava hervida

Aquí empiezan los problemas graves. Como consecuencia de los recaudos no tomados en los versos anteriores, la situación explota. Se puede decir que salta la tapa de la pava. Pero hay un detalle importante: se habla de “pava hervida”. Es la pava misma la que hierve. No se menciona al contenido. Tal vez sea una pava vacía, y en ese caso puede representar a las promesas mencionadas en el inicio de la canción. No en vano el segundo verso nos da la pista, al llamarlas “pavadas”. Las promesas vacías son como una pava que hierve sin agua adentro, y tarde o temprano desembocan en algo muy desagradable.

probará varón tu piba

Aquí se ve el colapso total de la sociedad. El concepto de propiedad en la pareja será puesto a prueba en el caos reinante. Despojadas de todo bien material, hordas salvajes intentarán violar a la mujer de su prójimo. Las mujeres caerán en las garras de agentes malignos que las harán suyas por un rato, ante la mirada impotente de sus maridos. Es una ácida advertencia de lo que puede ocurrir en el caso de un colapso social, y una de las razones más gráficas para evitarlo. Se trata de una canción valiente.

Trapo obtura entrada
vivir a pan.

La pintura final que la canción deja un sabor de desesperanza postapocalíptica. Las casas tapiadas no permiten la entrada de intrusos, pero tampoco la salida de los legítimos propietarios. Las familias quedan sitiadas en sus hogares. Es necesario racionar la comida mientras se mantenga la situación. No se sabe cuánto puede durar. En cualquier caso, es grave, y lo que empezaba de manera optimista, con alimentos básicos como papa y batata a un precio accesible, termina con el pueblo arreglándoselas como puede, viviendo a pan.

Como ya he mencionado, poco después de la publicación de Léame, mi canon literario (?) incorporó varias secuelas a cuentos que están en el libro. Esta tendencia se ha mantenido, sin que encuentre una razón para que sea así.

Ya son unos cuantos los casos de secuelas, suficientes para empezar a preguntarme si no valdría la pena recopilarlos a todos en el mismo orden del original para hacer una secuela de Léame. Probablemente no sea una buena idea. Usted ya leyó cuarenta cuentos. ¿No quiere leer otros cuarenta sobre lo mismo? No, no va.

Aparte, es probable que algo así haga parecer a los cuentos de Léame como no terminados, algo que no es cierto. Están terminados. Lo estuvieron durante mucho tiempo. Aunque siempre ha habido y habrá detalles para ajustar, las historias están cerradas. Son ésas.

Una secuela implicaría encontrar no una, sino cuarenta historias que sirvan como corolario o complemento de las que ya están. Por más que algunas estén buenas, es una premisa muy forzada. Me parece que nadie lo puede hacer.

Es una lástima, porque hubiera estado bueno presentar un libro titulado Léame II: el regreso. O Lea esto otro. O Léame también. O Reléame. Las posibilidades eran infinitas.

Lanzamiento, presente en Léame, tiene una larga historia. Arrancó como un tímido intento de sorprender al final. Titulado En las alturas, era una idea sencilla. El protagonista está parado en un balcón, mirando hacia abajo. La idea es que el lector piense que está contemplando suicidarse, que puede o no saltar, que está reflexionando sobre las consecuencias que puede tener su suicidio. Y entonces, en el último momento del texto, lo que debe sorprender es esto:

En un momento dado, se hizo presente la tentación. Luis al principio trató de resistirla, pensando en lo que los demás podían pensar de él. Y durante unos instantes resistió. Pero al pasar los minutos la inhibición se le fue reduciendo. Entonces Luis tomó impulso, eligió un objetivo y, con todas sus fuerzas, escupió.

Durante un tiempo se mantuvo así, sin ser brillante, sin ser una bosta, como un ejemplo de ejercicio temprano. Pero un día volvió a aparecer. Me había quedado dando vueltas por algún sector de la cabeza, o del resto del cuerpo, y volvió a mi consciencia. Y, como ya estaba más experimentado, supe que se podía hacer más. No era suficiente sorpresa. Entonces decidí probar a ver qué pasaba con otro intento, que titulé En el balcón, como referencia directa al cuento anterior.

Dejé los primeros párrafos exactamente iguales, como una especie de testimonio del origen (después hubo que cambiarlos, porque quedaba feo el contraste de estilos). Pero pensé que el lector, como se iba a dar cuenta de que la cosa venía por el lado de la escupida, necesitaba sorprenderse de otra forma. Entonces se me ocurrió que, al intentar escupir, el personaje se cayera. Ahí me gustó, porque podía seguir haciendo lo de la escupida pero al mismo tiempo no me perdía todo lo que podía venir con la caída.

Y de repente, ocurrió uno de esos momentos mágicos. De pronto, las cosas que había escrito un par de años antes empezaron a tener sentido en la historia nueva. Los árboles que parecían nubes vistas desde un avión servían para amortiguar la caída. La gente que se veía desde arriba servía para iniciar conflictos. El cuento, y sus componentes, tenían más niveles que los que había visto, y estaban saltando a la luz.

El cuento quedó redondito. Faltaba sólo pulir el título, porque de pronto gran parte de la historia no ocurría en el balcón. ¿Qué puede unir el concepto de tirarse con el de escupir? Con una palabra bastaba: Lanzamiento.

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