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En el otro blog, uno de los pocos datos que incluyo sobre cada cuento que aparece es el año en el que fue escrito. Esto es para dar algo de contexto. La escritura va evolucionando, y no es lo mismo algo de 2007 que algo de 2011. En algún nivel, al incluir el año estoy diciendo “pero los de ahora son mejores”.

Así que no está mal poner en contexto también a los cuentos de Léame. Aparecerán aquí en orden cronológico. Hay que tener en cuenta que pueden ser de hace varios años, pero lo más probable es que hayan sido fuertemente reescritos.

Tiro libre (escrito en agosto de 2007)
Hay sardinas (escrito en octubre de 2007 con el simple título “Sardinas”)
Alquiler de opiniones (escrito en noviembre de 2007)
Verdades acerca de usted (dos semanas después)
Alicia en el país antropomórfico (escrito en mayo de 2008)
Verleder y Lertena (junio de 2008, el texto menos modificado de todo el libro)
El escape (escrito como “El escape de los verdes enzolves” en noviembre de 2008, a partir de consigna de taller)
La extraña metamorfosis del doctor Erasmus Chesterton (en diciembre de 2008, cuando fue escrito, omitía el nombre de pila del doctor)
Plan Pepsi (enero de 2009, como “El plan Pepsi”)
Walt Disney descongelado (febrero de 2009)
Seamos buenos (se llamaba “No es necesario opinar” en febrero de 2009, luego fue “No pienso aceptar sus términos”; sobre la fecha de publicación obtuvo su título y forma definitivos)
Lanzamiento (escrito como “En el balcón” en junio de 2009; era una reescritura de un viejo texto de 2008 titulado “En las alturas”)
Un paso hacia adelante (en agosto de 2009 el título era mucho más pretencioso: “Un paso hacia arriba en la escalera de la vida”)
Después de usted (escrito en agosto de 2009 como “Duros de pasar”; ese título me sigue gustando)
El baño y el otro lado (octubre de 2009)
El carro que me quería (en octubre de 2009 se llamaba “El carro del Destino”)
Ejercicio de relajación (noviembre de 2009)
Huellas del camino (se llamaba “Medias finas” en noviembre de 2009)
Mi nube (noviembre de 2009, que fue un mes productivo)
Lo que nos costó la fiesta (diciembre de 2009, cuando se lo conocía como “La casa por la ventana”, título por el que muchos lo siguen llamando)
El abedul que quería caminar (uno de los más elaborados exponentes de la serie Caídas con la que me entusiasmé a fines de 2009, el cuento corresponde a diciembre)
Visitante (de mismo mes, se llamó “La mano oculta” hasta poco antes de ser publicado)
Cuando digo quiero decir (dos días después del anterior)
Mar de gente (un día después del anterior)
Ayudemos a los sapos (enero de 2010)
El álamo prominente (también enero de 2010)
El placer del Apocalipsis (marzo de 2010)
Coquerío (marzo también)
Lleno de naturaleza (abril de 2010)
Hisóposis (se llamaba sin tilde en abril de 2010)
Gaseoducto (en ese mismo mes se llamaba “Cocaducto)
Los tiempos románticos del coquero (mayo de 2010, en esa época me había emocionado con los coqueríos)
El contenido de la piñata (también mayo)
El método de la sortija (fue muy difícil encontrar un título adecuado en mayo de 2010, hasta que apareció fue simplemente “Sortija”)
La vaca atada (junio de 2010)
Usted es de los buenos (julio de 2010)
Autodescripción (agosto de 2010)
Planta vegetariana (agosto de 2010)
Una mano lava a la otra (enero de 2011)
Gracias por rebajarse (junio de 2011; mientras lo escribía me di cuenta de que ese texto tenía que cerrar el libro, que hacía poco que se llamaba Léame)
Domingo de regreso (julio de 2011)

Cabe mencionar que cuando empezamos a recopilar el libro, en agosto de 2010, hicimos un corte en julio de ese año, para que no se empezaran a acumular cosas nuevas. Sólo cuando se cayeron algunos textos previstos hubo lugar para algunos posteriores.

La estadística arroja tres textos de 2011, cuatro de 2007 y 2008, quince de 2010 y dieciséis de 2009. El ganador (?), entonces es el 2009. Los hinchas de 2010, sin embargo, no tardan en apuntar que el corte en julio hace que el promedio de cuentos de ese año sea mayor que el de 2009. Sépase.

En algunos pasajes de Léame hay conclusiones con cierta implicancia social. ¿Reflejan esas afirmaciones la opinión del autor?

La posición oficial del autor es que no sabe. Capaz que hay algo de cierto en la idea de que la gente que se mantiene quieta en las escaleras mecánicas es la que atrasa a las sociedades. Podría ser. Pero no es el propósito de un libro de ficción probar esa clase de cosas.

¿Por qué está eso ahí, entonces? Porque es divertido. O al autor le parece una idea divertida. Y ése es el principal requisito para ser parte de un libro de humor. Si después es cierta, fenómeno. Y si es falsa, no hay ningún problema.

Claro que esta clase de ideas sólo suelen ser divertidas cuando hay algún componente verídico, o cuando no se puede decir inmediatamente que son falsas. Entonces las observaciones pueden tener algún tipo de relación con “la realidad”. Porque ser ficción no implica no decir cosas ciertas.

Este autor, de todos modos, no ha explorado la veracidad o no de sus ideas. No es científico. No es sociólogo ni tiene ganas de serlo. Sólo se limita a inventar cosas, que pueden o no coincidir con lo que ocurre fuera de su cabeza. Hasta ahí es parecido a la ciencia. Pero en la literatura no hace falta hacer el paso que convierte a la ciencia en ciencia: el método científico, poner a prueba la hipótesis, a ver si se cumplen sus predicciones.

La única predicción que se formula para incluir el material en Léame es que el lector se va a reír al leerlo. Esa hipótesis se pone a prueba en cada lector. Sólo hay un requisito.

En la canción titulada Juntapuchos, que se puede escuchar haciendo clic en el link, Leo Maslíah explica una forma de crear a partir de las ideas que no paran de dar vueltas alrededor de todos.

Junto lo que sobra, después que alguien pensó sobre algo que luego tal vez olvidó.
Soy un juntapuchos, me fumo las neuronas que murieron y no pueden pensar.
Junto las ideas que se quedaron calladas por falta de voz, de palabras o por la censura de quien las pensó.

El truco está en saber reconocer las ideas, y recoger las que pueden dar algún fruto. Pueden provenir de cualquier lado. De alguna obra de otro, pero también de lo que alguien dice o sugiere. Incluso de lo que uno mismo hace.

Los gérmenes de ideas están, y el autor tiene que ser un terreno fértil para ellas. Tiene que atraerlas y permitirles desarrollarse. Ahí el autor tiene que poner de sí mismo. No es un mero recopilador. No se trata de parodiar, aunque se puede hacer. Es más que a partir de algo que existe, incluso de un detalle, surge otra cosa.

Esa segunda cosa puede no tener relación, para el lector, con la que lo originó. Puede ser porque se modificó o porque la idea no estaba, y surgió en la cabeza del autor.

También se puede crear con lo que otros no dicen, “se quedaron calladas por falta de voz, de palabras o por la censura de quien las pensó”. Ideas que alguien llevó para un lado pero pueden ir hacia otro. Respuestas a obras existentes que igual forman una obra independiente. Acá encontramos otro texto de Maslíah, titulado “Recetas para componer canciones”. Una de ellas dice (la cita es de memoria, pero creo que es así):

1) Concurra a un recital.
2) Tome nota de todo lo que allí no se dijo.
3) Dígalo.

Es muy válido, porque no tiene mucho sentido estar diciendo lo mismo que dicen los otros. Hay que dar vuelta las ideas, como si fueran manteles que uno agita para sacarles las migas. Hay que cuestionar lo que los otros dicen (y lo que uno dice). Puede haber una verdad escondida en algún lado que no se haya dicho. O una mentira, igual puede valer la pena.

Estas ideas que se desarrollan con el método del juntapuchos no son necesariamente menores, ni inferiores a las que las originaron. Pueden ser mucho mejores, más complejas, más pensadas. Pueden también ser una porquería. Nunca hay certeza. Por eso hay que explorar. Nunca se sabe de dónde puede salir una idea buena. Hay que prestar atención para que las que andan dando vueltas no pasen de largo, y después cuidarlas para que surja algo nuevo. Quién sabe, tal vez valdrá la pena hacerlo surgir.

Hoy, 31 de diciembre, este blog cumple dos meses de actualización diaria. Y siendo que es el último día del año, es tal vez apropiado hacer una recopilación de lo más interesante que fue posteado en estas intensas semanas.

  • El 31 de octubre arrancábamos con una reflexión sobre el proceso de edición, a modo introductorio.
  • Un paseo por algunas de las figuras que influyeron a Léame y a su autor.
  • Por qué Léame carece de malas palabras.
  • La reacción inmediata posterior a la presentación.
  • En esa presentación los primeros diez ejemplares de Léame vendidos vinieron con una Coca-Cola bien helada de regalo. Era en referencia a una de las series, los coqueríos, que a su vez puede causar algunas confusiones que aquí son prevenidas.
  • Las razones detrás de la elección del curioso título.
  • En ocasión de una lectura, el autor ofrece al mundo su teoría sobre los nombres de los colores.
  • Por qué en la biografía del autor no hay ningún dato sobre su persona. Qué se esconde atrás de eso.
  • Una reflexión sobre las posibilidades al crear universos literarios.
  • Homenaje a una persona sin cuyo aporteLéame sería muy inferior o no existiría.
  • La emocionante revelación de la tapa definitiva.
  • Algunos principios sobre cómo encarar el humor. También llamada “la teoría Leslie Nielsen”.
  • Por qué Léame tiene tan pocos diálogos.
  • Texto casi todo interrogatorio sobre las distintas personas que es el autor.
  • Una exposición sobre los miedos que aparecieron antes de la presentación.
  • Así como hay miedos, también hay realidades que siempre existieron, pero igual es necesario avivarse de que están y obrar en consecuencia.
  • Un diálogo con mí mismo sobre por qué trato al lector de usted.
  • El anticipo exclusivo del índice de Léame.
  • Del mismo modo, apareció primero aquí la contratapa, acompañada de un análisis de su contenido.
  • Y por último, aquí, en el final de la lista, están las librerías donde en este momento está disponible Léame para la compra.

Qué depara el futuro

¿Qué onda? ¿Este chabón seguirá escribiendo sobre su libro todos los días?” se pregunta tal vez el público. La respuesta oficial (?) es la siguiente: la idea es que el blog siga. Puede que la frecuencia cambie, aunque es probable que mantenga algún tipo de regularidad, aunque sea distinta (esto es, que salga un post cada dos días o algo así). No está decidido. La intención es seguir escribiendo estas cosas, y posiblemente que el blog vaya mutando a algo más amplio, a cosas más generales que el libro, como reflexiones sobre los distintos procesos creativos. Veremos qué ocurre. Este autor se sorprederá, seguramente, igual que usted.

Cuando uno edita un libro, se produce una costumbre infaltable. Los amigos, conocidos y desconocidos se acercan para que el autor les dedique el ejemplar. Esto se hace a través de un pequeño mensaje firmado en la primera hoja del libro, que posiblemente sea dejada en blanco por las imprentas con ese objetivo.

La costumbre está tan arraigada que en eventos como la Feria del Libro, autores masivos pasan horas firmando ejemplares para gente que hace largas colas con el solo objetivo de obtener esa dedicatoria. Nunca hice algo así, no entiendo por qué alguien lo haría. Aunque el hecho de que ocurra muestra que es una buena forma de promoción para un libro de un autor conocido.

No termino de entender esta costumbre. No estoy en contra, de todos modos. Cuando alguien me pide que le firme un libro, lo hago con todo gusto. Trato de escribir algo lindo y/o personalizado para cada uno. No da tener un saludo estándar para salir del paso. Quiero que al otro, que se molestó no sólo en comprar el libro sino en pedir que se lo firmara, le guste el mensaje que le toque. La calidad dependerá de cuán inspirado esté en el momento. No hay garantías.

Firmo, entonces, encantado. Pero eso sí: me lo tienen que pedir. Si no me lo piden, no voy a salir a decir “¿querés que te lo firme?”. Me da la impresión de que hacerlo es ponerme en importante, en “mirá qué grosso que soy”. Es un prejuicio, lo sé. Otros autores no lo tienen y salen a ver a quién le pueden firmar. Está muy bien. Tampoco tengo nada contra eso. Abrazan la costumbre y la disfrutan.

Así que, el que quiera que le firme su ejemplar, no tiene más que pedirlo. Ya lo saben. Y si me olvido o me demoro, no tengan pudor en recordarlo. No me voy a enojar.

Hay noticias del canal de distribución. Léame ya está disponible en las siguientes librerías de Buenos Aires:

Hernández
Av. Corrientes 1436, Centro
Compras online: www.libreriahernandez.com

Guadalquivir
Callao 1012, Recoleta
Compras online: www.libreriaguadalquivir.com

Librería Norte
Av. Las Heras 2225, Recoleta

Purr
Santa Fe 2729, Barrio Norte

La Libre
Bolívar 646, San Telmo

Fedro
Carlos Calvo 578, San Telmo

Ya pueden ir, verlo, tocarlo y comprarlo en esas direcciones. Si ya lo tienen, pueden ir y preguntar “¿Tienen Léame?” “¿De quién es?” “De Nicolás Di Candia”. “¿De qué editorial?” “Viajera”. Y ahí, cuando se los muestren, admírenlo, hagan que el librero lo admire y, por qué no, convenzan a alguien de alrededor de comprarlo. Gracias de antemano.

En los próximos días estará en las otras librerías mencionadas en esta oportunidad. Ya avisaremos desde aquí.

Y si usted, admirado lector, tiene una librería y/o está interesado en vender Léame, no dude en contactarme vía mail o mediante los comentarios de este post.

No sé qué es eso. Mejor dicho: sí sé. Pero no sé diferenciar el humor inteligente del estúpido. Conozco de ambos, y hay muchos especímenes que no sé de qué lado de la línea ubicar.

Me es más importante si algo me divierte o no. Puede ser diversión barata, por qué no. A veces una idea muy estúpida es divertida sólo por eso. Claro que puede ser independiente de si fue concebida como algo humorístico.

Nunca me propuse hacer humor inteligente. Aparentemente eso es lo que me sale, según los comentarios que recibo. Fenómeno, me halaga. Pero la inteligencia, en todo caso, se coló. Lo que estaba buscando es “¿qué me parece gracioso?”

Me parece que las ideas en sí no son inteligentes o no. Es el desarrollo lo que las hace inteligentes, interesantes. Si uno plantea de forma burda o estúpida una idea que podría ser inteligente, es un desperdicio. Y si uno plantea de forma ingeniosa una idea simplota, de repente se eleva a la categoría de inteligente.

Hay trucos, sin embargo, que algunos humoristas usan para disfrazar un chiste malo o estúpido de inteligente. Es identificarlo como tal. Vamos a un ejemplo concreto. En la obra “El regreso del indio”, Les Luthiers interpretan a un grupo folklórico que tenía ideas políticas (es un plagio de algo que hacían diez años antes en “El valor de la unidad”). En un momento mencionan a Lenin y uno de ellos exclama que no le gustan las canciones de “Lenin y McCartney”. Esto es inmediatamente seguido por una sucesión de otros gags. Minutos más tarde, ocurre otro chiste de la misma altura. No me acuerdo cuál era, pero no es un buen chiste. ¿Cómo lo salvan? Mundstock hace una risa exagerada, mucho más que la que se merece ese chiste. Inmediatamente exclama “¡Lenin y McCartney!”, revelando que había estado todo ese tiempo tratando de entender el chiste estúpido de hace un rato. Así, se consigue elevar dos chistes que no estaban a la altura y convertirlos en un momento memorable.

Es necesario encontrar un equilibrio. Saber el timing de cada chiste. Todos pueden tener su lugar. El asunto es no dar a ninguno un peso inadecuado. No dejar que parezca que el autor cree que un chiste estúpido es una genialidad, y dar tiempo al lector de disfrutar uno más complejo.

Así, todos los lectores estarán incluidos.

El estado natural de un libro es cerrado. Protegido por las tapas, con suerte también por los otros libros con los que comparte una biblioteca. Pero así no le sirve a nadie. Un libro que no se abre es un desperdicio de espacio.

La labor del escritor, cuando el libro está impreso, ya terminó. Ahora la responsabilidad pasa al otro lado: es el lector el que debe abrir el libro. Tiene que decidirse, animarse, vencer todos los impulsos que lo puedan llevar a hacer otra cosa. Sólo cuando el lector cumple ese rol, el libro empieza a tener un propósito.

No vale la pena comprar un libro para tenerlo ahí, archivado, sin leerlo nunca. Una biblioteca tiene que ser un catálogo de posibilidades. Algunas aprovechadas, otras por aprovechar. En cualquier momento tiene que estar la posibilidad de abrir cualquier libro, y sumergirse en él.

Puede ocurrir que uno compre un libro y nunca lo lea. Es un desperdicio, pero involuntario. Siempre está la posibilidad. Pero hay gente que compra libros sin la intención de leerlos. Pueden hacerlo, por ejemplo, para quedar bien. Ante el autor, ante algún conocido o ante sí mismos. No importa.

Sin ser un objeto de culto, a un libro hay que abrirlo, tocarlo, olerlo. Una buena edición invita a hacerlo, atrae al lector, pide que lea ese libro, y no otro.

El autor quiere ser leído también. No le gusta escribir para nadie. Algunos pueden afirmarlo. Mienten. Si no quisieran que otro los leyera no escribirían. Adentro del libro hay mucho esfuerzo, muchas esperanzas, con suerte mucho amor. El autor espera en el libro que el lector venga y lo complete. Que agregue el pong a su ping.

Todos los autores quieren lo mismo. Algunos eligen no hacerlo explícito nunca. Otros prefieren decirlo. Implorar a los lectores que se interesen, que se acerquen, que abran el libro como paso previo a leerlos. Por eso le ponen como título Léame.

Hace unos meses estuve en la inauguración de un festival de teatro adolescente. Durante la ceremonia, un amigo que forma parte de la organización mencionó que todo eso era posible porque “algo falló”. Se refería a que la posibilidad de hacer arte se da a través de las grietas de un sistema que lo quiere impedir. O algo así.

Nunca lo había pensado de esa manera. Me pareció un pensamiento muy adolescente. Y del estereotipo de la adolescencia, de rebeldía porque así lo mandan las hormonas, no contra una causa en particular. Aparentemente hay un sistema que quiere castrar al artista, convertirlo en alguien disciplinado que en lugar de hacer teatro estudia derecho, medicina, arquitectura o algo así. Un miembro de la sociedad que se levante a la mañana, vaya a trabajar, vuelva a la tarde, los sábados salga al cine y a comer, pague sus impuestos y se dedique a engendrar nuevos miembritos de la sociedad que con el tiempo harán lo mismo.

No está de más decir que mi manera de verlo es diferente. En la platea del teatro donde se hizo esa ceremonia, mientras escuchaba los discursos estaba maquinando cosas sobre el logro mío de este año, que es Léame. Y tenía claro que el sistema puede intentar castrar todo lo que quiera, si es que ése es su objetivo, pero la libertad se la tiene que dar uno mismo. Los sistemas de opresión, hasta el punto en que existen, están lejos de ser perfectos.

Queda en cada uno decidir qué hace con su vida. Y yo prefiero que escribir y publicar un libro sea un mérito mío antes que una falla de algo externo. Soy consciente también de que para que yo tuviera esa posibilidad tiene que haber habido un montón de cosas que no fallaron. Tengo que estar alimentado, haber tenido una educación más o menos, haber podido desarrollar cierto criterio. No todos tienen los requisitos para poder dedicar tiempo a hacer alguna actividad artística. Son ésos los casos en los que algo falló.

En mi caso, entonces, celebro todo lo que tuvo que salir bien para que yo escribiera un libro y pudiera salir al mundo. Desde la combinación genética que, de todas las personas que podría haber formado, me formó a mí. Hasta las decisiones que tomé que llevaron a la concreción de tan loable objetivo.

Este método me funciona a mí, y no tiene por qué funcionarle a los demás. Es una adaptación a mis características. Se adecúa bien a mi personalidad. Me da una estructura de la que agarrarme, que puedo usar para darme una libertad que de otro modo tal vez no tendría.

El asunto consiste en que todos los días tengo que escribir algo y terminar una primera versión. O sea, no puedo empezar algo y dejarlo de lado. Si lo hago, no cuenta, tengo que hacer otra cosa. Lo que escriba en sí puede ser cualquier cosa: cuento, poema, texto, experimento, canción, lo que sea. Colectivamente los llamo cuentos, porque hay mayoría de ellos, pero no todos lo son. Pero como no me importan las etiquetas, está todo bien.

Hacerlo así me saca una responsabilidad que sentía antes de empezar: tener una idea para escribir algo. Siempre supe que podía escribir, y muchas veces me encontré esperando a tener una idea para poder escribirla. O al revés, tenía una idea pero ocurría en un momento inadecuado, y después iba postergando la realización. Ahora, hoy tengo que hacer algo. Entonces es necesario adecuarme a esa obligación.

Así, si tengo una idea la anoto rápidamente, antes de que se me vaya. Pero aparte, como cada día voy a usar una, necesito que se me ocurran. Entonces estoy todo el tiempo en modo buscar ideas. Mantengo así la concentración requerida para que aparezcan las ocurrencias. Como nunca me libero de la obligación, la búsqueda es permanente.

Muchas veces, de todos modos, pasa que no tengo ninguna idea fresca, o las que tengo no me convencen en el momento de escribir. Estoy obligado a improvisar, a pensar algo rápido o hacer algún ejercicio. Mi experiencia bajo esa clase de presión es satisfactoria. Hay un montón de cosas que me gustan mucho y no hubiera escrito si no me hubiera puesto la obligación.

Ayuda que suelo escribir rápido. Pero eso sí: la primera versión nunca es la definitiva. Hay que trabajar los textos, dejarlos crecer, darles unos días y unas pasadas para que se muestren como son. Este trabajo es extra, no cuenta como la escritura del día aunque me pase todo el día.

Tampoco cuentan las cosas escritas para otros proyectos. Este blog, por ejemplo, se actualiza todos los días, y va aparte. Aunque alguna vez puede pasar que algo que escribí para el blog me guste y lo tome como parte de mi escritura “seria” o “canónica”. Pero no ocurre seguido.

Tengo suerte de haber encontrado este método, que me permite escribir muchísimo. Como arranqué a mediados de 2007, a la fecha llevo más de 1600 escritos. Es una simple cuestión matemática si uno logra mantener la disciplina. A alguna gente le parece impresionante la cantidad, a mí me gusta pero no lo considero una hazaña, sino el resultado de la constancia.

Eso sí: no todo lo que escribo después resulta bueno. Antes de escribirlo no lo sé. Siempre es un experimento. Si me parece que lo que está saliendo es una mierda, en general intento otra cosa. Pero también, con la constancia, desarrollé experiencia, y tengo formas de salvar textos que no están saliendo bien.

No sólo fui creando un instinto de escritor, sino que aprendí a confiar en ese instinto. Logro dejarme llevar por donde me parece que tiene que ir lo que estoy escribiendo, y muchas veces me encuentro que aparecí en algún lado que no sospechaba. Eso es una de las sensaciones más placenteras del viaje de la escritura.

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